Recientemente viajé al norte del país, transité por algunos pueblos y ciudades de los departamentos de Comayagua, Cortés, Yoro y Atlántida. Las calles y carreteras están llenas de fotografías de hombres y mujeres sonrientes, en retratos evidentemente retocados, muy alejados de la realidad, en los casos de muchos que conozco. El Photoshop y otras aplicaciones o software especializados en arreglar rostros, para ponerlos atractivos, fueron bien utilizados. Lamenté leer tan pocos mensajes esperanzadores. Exceso de demagogia fina, hipocresía de alto nivel. Candidaturas para alcaldes, diputados y presidentes: vacías, sin propuesta. Puras fotografías. Evidente acción de mercadeo político, manipulación de masas. Abundan los candidatos acusados de corrupción. Muchos de los diputados que, al estar cuestionados por su deshonestidad, expulsaron a la Maccih que evidenció con pruebas los actos deshonestos de estos políticos, otros tales que impidieron ser investigados ejerciendo su autoridad, y que ni con toda la tecnología pudieron borrar de sus ojos la sonrisa malévola de las ansias de poder.
Fueron tantas las fotografías en afiches, “banners” y rótulos que me animé a llamar a unos amigos dedicados al negocio de la publicidad. Me quedé impactado de cuánto es de onerosa la propaganda política. Es imposible para un hondureño, con salarios modestos, financiar una campaña política. Sencillamente imposible. Una campaña proselitista de estas —sumándole el costo de los anuncios televisivos y radiales— significaría para alguien que gana L 25,000 mensuales aproximadamente unos siete años de sueldo. Al conocer las cifras del costo de la propaganda política y compararlas con los ingresos posibles de algunos candidatos, decenas de preguntas surgen inevitablemente, y también vienen las especulaciones y las aseveraciones falaces como que: “sólo los que tienen dinero pueden participar en política”.
Al valor comercial de la publicidad proselitista, no agregamos la cantidad que los políticos deben repartir en forma de ayuda en efectivo o bolsas de víveres, entre otras. ¿De dónde surge el dinero de las campañas políticas? ¿Habrá alguien en su sano juicio dispuesto a arriesgar fortuna por el afán de poder o en el mejor de los casos por su vocación de servicio? Las fotografías colgadas en los postes de alumbrado eléctrico me responden que sí. Eso es evidente, pero lo más seguro es que estas campañas tan costosas estén contaminadas por dinero ilícito o por dinero de personas poderosas económicamente que necesitan algunos favores en los diferentes poderes del Estado para asegurar el crecimiento de sus fortunas. Los partidos políticos no tienen formas transparentes de recaudación de recursos económicos para el financiamiento de sus campañas. No conozco una instancia funcional que garantice una política limpia en el país.
Los candidatos a cargos de elección popular usualmente no rinden cuentas del origen del dinero utilizado en sus campañas. Esto es muy peligroso para la democracia porque es una puerta abierta para los delincuentes financieros, el narcotráfico y los grupos de poder que tendrían, del control gubernamental, un gran beneficio. Seguro que entre tanto candidato hay algunos honrados, transparentes, leales al pueblo, sin embargo, con seguridad, no podrán tener presencia en el mercadeo político y el votante los verá desde la falacia de que “todos los políticos son iguales”.