El arte ha sido desde la antigüedad una herramienta al servicio del poder. Como se retrataba a los monarcas y se les mostraba ante los demás, estaba sujeto a protocolos muy estrictos y a muy severas convenciones.
Muchas de estas reglas trascendieron en el tiempo hasta hoy para hacer lo mismo respecto de líderes y caudillos de toda laya: los encargados de su imagen no solo orientan la forma de aproximarse a su encarnación, sino que censuran en detalle todo lo que desdice o contradice la figuración construida.
No es extraño que los historiadores duden ahora de las pinturas que antecedieron a las fotografías, pues los artistas poco podían hacer por mostrar las características verdaderas de los modelos, siempre atrapados en la ejecución de un rol que no en pocas ocasiones podía superar su propia voluntad.
Baste ver la representación de reyes, faraones, césares y emperadores del pasado, para convencer a quien lo niegue. Si el lector o lectora está familiarizado con el tema y gusta de la historia, seguramente recuerda las colosales estatuas del templo de Ramsés II, alguna escultura de Octavio Augusto, o algún retrato de Enrique VIII, de Luis XIV o Napoleón Bonaparte.
Una fotografía icónica del siglo XX de una figura emblemática como Lenin, De Gaulle o Fidel Castro, cumplieron el mismo propósito y produjeron el mismo efecto que un filme del Führer en sus días de esplendor, un documental televisivo sobre Kennedy o los emocionados versos de Neruda sobre Stalin. Ningún arte, ni el más antiguo, ni las de más reciente factura ligada a la comunicación de masas y la informática, ha logrado divorciar a sus musas del interés político de magnificar -y a veces glorificar- a las figuras de autoridad.
También ha ocurrido por acá, aun con las limitaciones de nuestra montaraz realidad. Varios poetas y periodistas dedicaron extensos panegíricos a Carías, demostrando que el oficio de la prensa también se puede colar en el monte Helicón, la morada de las musas.
Gozando de columnas en un periódico (El Pueblo) alterno al oficialista (La Época), los adversarios hicieron lo mismo con sus caciques liberales, glorificando sus gestas opositoras. Quizás por no haber gozado de parnasos similares, los de verde se conformaron con “Proyecciones militares”, donde se hacía muy rudimentariamente lo que con talento renacentista se hizo en las cortes de los Sforza y los Medici.
Como antaño, se siguen construyendo mitos para exaltar la figura de caudillos. Para ello sirven -por igual- una caótica situación económica, un desastre natural, un golpe de Estado o un vía crucis de inseguridad.
Asesores de imagen y creativos publicitarios delinean los nuevos retratos del poder. Son los “pintores reales” de ayer: los autores de los espejismos con que se llenan hoy la televisión y las redes sociales.