Presumía de ser la nueva Suiza de Centroamérica y un emergente fenómeno de superación económica, pero la burbuja les reventó en la cara y de muy fea forma. Daniel Ortega y su mujer (apodada “la bruja”) montaron un sistema altamente extractivo, para su beneficio personal, con la complicidad de los oportunistas empresarios, que lo dejaron construir un imperio personal, a cambio de darles tranquilidad y reglas de negocios claras.
Daniel acabó con la utopía sandinista, corrió a toda la gente decente de su partido, se corrompió con los negocios que realiza con sus camaradas de Venezuela. Controló todos los poderes del Estado, se robó elecciones municipales, dividió a la oposición política, a los medios de comunicación y a los dirigentes sociales que se le salieron del redil los mandó a asesinar, de manera más o menos discreta. Sin embargo, los abusos del poder tienen límites: cuando se metió con los abuelos jubilados e intentó aumentar el pago al Seguro Social, se le acabó la paciencia al pueblo rebelde de Sandino.
Los jóvenes universitarios dieron el primer paso al frente y tras de ellos el mar del pueblo se desbordó. Desde el 18 de abril no ha parado un solo día la lucha por sacar del poder al nuevo tirano, al émulo de Somoza.
Allá sí la Iglesia Católica ha peregrinado con su pueblo, no anda con rodeos ni sutilezas, la mano santa de “La Purísima” está con ellos en las barricadas, en las marchas, en las tomas y en la convicción de no retroceder hasta tumbar al tirano.
Más de 180 muertos, todos los días los comités sandinistas (paramilitares armados y protegidos por el régimen) entran a los barrios de todo el país a matar, con un tiro en la cabeza, a la juventud que clama democracia, es un genocidio, que más temprano que tarde pagará Daniel y la Chayo.
Aquí hay quienes dicen que es lo mismo que acontece en Honduras, nada que ver señores, aunque no puedo negar que tenemos excesos y abusos de poder que en su momento deberemos resolver por la vía democrática. Pero lo de Nicaragua es una auténtica masacre.