El amor es un concepto que está tan desdibujado por el comercio y el imaginario ficcional que casi nunca se habla de él cuando se dice amar. Y casi nunca se lo llama así cuando de verdad se ama. Hay una suerte de confusión al respecto y por eso cuesta tanto entenderlo y asimilarlo.
Por si fuera poco, en español tenemos un escollo más: diferenciamos entre “querer” y “amar”. Hasta se argumenta en poemas y canciones que estas dos palabras no reflejan las mismas realidades. Amar normalmente es colocado por encima de querer, como si se le atribuyera una mayor intensidad. Los amigos se quieren y los hijos o las pareja se aman, se dice. Lo cierto es que técnicamente son sinónimos, sin más.
Además de la supuesta e innecesaria complejidad semántica que distingue entre “querer” y “amar”, está la incapacidad pragmática de decirlo. Habrá escuchado usted alguna vez —incluso pudo haberlo dicho—la oración “se le quiere” intentando expresar “lo quiero”, “la quiero” o “te quiero”. Esta es una de las peores formas decirlo, básicamente porque no se está diciendo. Son construcciones impersonales, es decir, que no tienen un sujeto, un ejecutante de la acción. En esa oración nadie quiere, entonces.
Otra forma de diluir al protagonista de la oración es haciéndolo plural: “Lo queremos”. De nuevo, aquí la persona que habla se esconde detrás de un colectivo. Diluye toda su responsabilidad de querer. No la enfrenta, no se hace cargo de ella. Claro, no es lo mismo enfrentar un monstruo solo que en grupo, aunque este sea imaginario. Porque encima de todo, si no es imaginario está dando por sentado los sentimientos e inclinaciones de otras personas.
También es probable que alguna de estas formas que he expuesto, se combine con la sustitución de “querer” por “apreciar” e incluso “estimar”, palabras que ya no tienen la misma carga de significado. Con estas sustituciones los hablantes en muchas ocasionas se alejan de su cometido inicial. Sus expresiones son timoratas, faltas de fuerza y sobre todo de responsabilidad.
Está mal no saber decir directamente “te quiero” o no admitir que amamos. ¿De dónde viene el miedo a estos sentimientos?, ¿son acaso una especie de derrota?, ¿una muestra de debilidad? Todo lo contrario, hacerse responsable de los sentimientos propios es un acto de gallardía y fortaleza. Sobre todo hoy cuando pocos se atreven a expresar lo que verdaderamente están sintiendo.
Me hace pensar que vivimos en una sociedad llena de inseguridades, por no decir de inseguros. Es posible que hasta sea normal y no quisiera aventurarme, pero hasta podría ser un rasgo de identidad nacional. Y, por otra parte, tenemos estándares demasiado altos sobre todos los tipos de amor.
Convengo en que son expresiones que se usan sobre todo cuando no hay un suficiente grado de confianza con el interlocutor. Pero, de todas maneras, ¿para qué decirlo si ni siquiera existe suficiente confianza con esa persona? Sería conveniente buscar palabras más precisas para describir los sentimientos.
Es probable que estas evasiones de las expresiones directas del amor o del amor en sí provengan de la idea de que el amor si no es perfecto no es amor. Nadie quiere cargar con eso que quiso ser amor y no pudo. Y quizá por eso, más algunas otras cosas, resulta muy difícil decir “te quiero”. Lamentable, por cierto, en un país que necesita tanto amor.