En medio de los ataques terroristas, las bombas, los misiles, los ametrallamientos indiscriminados, los degollamientos, los ataques a objetivos civiles, las violaciones de mujeres, los asesinatos de familias inocentes y así hasta un sinfín de tropelías demoníacas, al menos hemos descubierto el 7 de octubre algunas cosas que algunos ya intuíamos, y no lo digo desde una actitud prepotente, y otros desconocían.
Al menos ya sabemos que casi toda la izquierda a nivel global nos odia -tanto a los amigos de los judíos, como es mi caso, como a los judíos- y que la progresía internacional es antisionista, es decir, antisemita. Por ejemplo ya tenemos claro que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, el mismo al que le reían las gracias y escuchaban prominentes judíos de la comunidad local, es un enemigo declarado del Estado de Israel, con el que ha llegado a romper incluso las relaciones diplomáticas, y que para él no es igual la muerte de un ucraniano asesinado por las bombas rusas que un terrorista de Hamás abatido por el Ejército israelí, sino que la superioridad moral la tiene el genocida o el terrorista siempre. ¿Por qué no ha roto Petro relaciones con Rusia que ataca casi a diario y bombardea poblaciones civiles ucranianas?
También hemos descubierto, en este amargo despertar que significó el 7 de octubre, que una buena parte de los líderes latinoamericanos de izquierda, entre los que destacan el brasileño Lula, el chileno Gabriel Boric, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, la hondureña Xiomara Castro y el ya citado Petro de Colombia, están más cerca de los intereses que defienden Irán, Hamás y Hezbolá que de mostrar algo de humanidad por los miles de víctimas israelíes causadas en estos 76 años de historia del Estado hebreo. Ni les interesan, ni les importan, al igual que los secuestrados que están en manos del grupo terrorista Hamás desde el 7 de octubre.
También en Europa las cosas comienzan a estar meridianamente claras y ya sabemos que países como Noruega, Irlanda y España no son nuestros amigos en estos momentos críticos y graves para la supervivencia del Estado de Israel. Mención aparte merece el presidente de Gobierno de España, Pedro Sánchez, que aun con la sangre caliente de los caídos le pidió a Israel que no ejerciera su derecho a la legítima defensa contra Hamás y Hezbolá e incluso, rizando el rizo, reconoció al inexistente “Estado palestino”. Dentro de su ejecutivo, para mayor vergüenza, hay personajes realmente antisemitas, como la vicepresidenta de Gobierno Yolanda Díaz, que preside una formación política, Sumar, que al día de hoy no ha condenado los atentados del 7 de octubre.
Pero al menos hemos visto que algunos de nuestros amigos han salido en defensa de Israel de una forma rotunda y contundente, sin ambigüedad alguna. Muchos partidos europeos, como el Partido por la Libertad (PVV) de Holanda, Hermanos de Italia, el Partido de la Libertad de Austria, el Partido Conservador de Reino Unido o Vox de España, por citar tan solo algunos, han manifestado su claro apoyo a Israel. Y también los gobiernos de Alemania, Francia, Italia, el Reino Unido y, por supuesto, los Estados Unidos, han cerrado filas en la defensa de Israel.
LAS NACIONES UNIDAS, QUÉ VERGÜENZA
En lo que respecta a las Naciones Unidas, nuevamente mostró su manifiesta parcialidad y su abierta simpatía por la causa palestina, tal como ha mostrado su Secretario General, el socialista Antonio Gutierrez, en incontables ocasiones. Por no hablar de UNRWA, la oficina para los refugiados palestinos de las Naciones Unidas en Gaza, cuya complicidad, simpatía y colaboración con Hamás ha quedado al descubierto con numerosas pruebas aportadas por el Ejército israelí en la operación antiterrorista desarrollada en estos meses en Gaza, lo que podría llevar a Israel a considerar esa agencia como una organización terrorista.
Luego está la ambigua actitud de Rusia, que sigue manteniendo excelentes relaciones con varios enemigos de Israel, como la Turquía actual, Siria e Irán, y que mantiene una diplomacia activamente propalestina con la mera intención de alzarse con el liderazgo del Tercer Mundo, incluido el Mundo Árabe, en detrimento de los Estados Unidos. La situación de Israel es extremadamente complicada en el actual escenario geopolítico, pues se encuentra atrapado entre la nueva dinámica bipolar que se está consolidando, entre un Occidente liderado por los Estados Unidos y el eje conformado por China y Rusia, al que se suman otros países de América Latina, Asia e incluso Europa, como es el caso de Serbia.
Para ir concluyendo, se puede asegurar que el 7 de octubre significará en la historia de Israel un antes y un después, tanto en materia de Seguridad interior y en las políticas de Defensa como en sus relaciones internacionales, implicando seguros cambios en estas materias al margen del color del ejecutivo israelí. Aparte que el factor de desestabilización que significa Irán en toda la región, pues sus tentáculos se extienden por Irak, Siria, Gaza, el Líbano y Yemen, forzará a Israel a hacer grandes inversiones en su presupuesto de Defensa porque la crisis va para largo y no se percibe en el corto plazo un escenario que permita vislumbrar un cambio de régimen en Teherán y una deseable pero lejana distensión regional. El 7 de octubre fue un despertar terrible, pero más terrible sería no extraer del mismo las lecciones necesarias y prepararnos para un futuro incierto y plagado de más incertidumbres que certezas.