La imagen es estremecedora, impactante: un niño palestino escribe su nombre con temblorosa letra en una de sus piernas para que puedan identificarlo si uno de los incesantes bombardeos israelíes o una despiadada metralla lo alcanza. En Gaza la muerte no pierde su brutal puntualidad.
Lejos, en oficinas climatizadas, donde no se oye el martilleo atronador de los disparos ni las bombas desquiciantes, encorbatados señores discuten la paz con valoraciones políticas y económicas; mientras hacen pausa para el café, cientos de palestinos siguen muriendo. Unicef registra que cada día 420 niños mueren o reciben graves heridas en Gaza.
Con el respaldo resuelto de los Estados Unidos, las iracundas autoridades de Israel anuncian ufanas que arrasarán el territorio de Gaza hasta aniquilar al grupo Hamás, con quien al fin y al cabo es su guerra.
Junto a la desoladora artillería y los fulminantes ataques aéreos, Israel abruma con una campaña propagandística, incluida desinformación y noticia falsa, para justificar el asedio implacable y cruento contra Gaza.
Casi todo mundo lamenta y condena el ataque de Hamás contra la población civil israelí, el cruel secuestro de personas y el lanzamiento indiscriminado de misiles, que dejaron miles de muertos -muchos niños- y destrucción en la zona limítrofe.
También es cierto que la aparente facilidad con que las fuerzas de Hamás -con armas, motos y carros- incursionaron en Israel deja muchas dudas sobre una acción premeditada para justificar la invasión a Gaza, como lo han advertido especialistas en ese conflicto histórico.
Es la frontera más vigilada del mundo; luego de lo rudimentario con muro y alambradas de púas, Israel satura la zona con centenares de soldados que se auxilian de radares, cámaras, sensores de movimiento de sonido, drones, helicópteros y observación satelital, entonces, ¿cómo se infiltraron?
Como sea, la respuesta de Israel es desproporcional, bestial, en un territorio de apenas 45 kilómetros de longitud y 6 de ancho y 12 en otras zonas, donde se hacinan en la pobreza más de dos millones de personas.
Acorralados entre el feroz ataque israelí y el mar, los palestinos buscaron la puerta de emergencia que tienen hacia Egipto, en Rafah, pero estaba cerrada y sólo se abre un ratito para el ingreso de una raquítica ayuda humanitaria o la salida de extranjeros.
Aunque 120 países votaron a favor en la ONU del alto al fuego, y otros 14 se opusieron, la resolución no es vinculante, es decir, no obliga, por eso Israel sigue reduciendo a escombros la ciudad y convirtiéndola en un gigantesco cementerio.
Hace años se sabe que esa zona es un volcán activo a punto de erupción, pero el mundo prefirió ocuparse de otras cosas, y ahora que el magma se derrama quemándolo todo, no pueden pararlo, mientras los niños palestinos, cuyos monstruos son de verdad, siguen inscribiéndose en la piel.