La presidenta, Xiomara Castro, ganó con un amplio margen en las elecciones nacionales de noviembre pasado. Con su victoria en el proceso electoral pacífico, transparente y democrático que tuvimos, ella tiene legitimidad además de autoridad. Xiomara Castro es nuestra presidenta según nuestra constitución, la ley máxima de Honduras. Aunque tenemos algunas diferencias de opinión con la presidenta, ella (y la institución de la presidencia) tiene todo nuestro respeto.
Lo que me preocupa, es que hay varias personas en el país, casi todos hombres, que piensan que saben cómo gobernar el país mejor que Xiomara Castro. Algunos de ellos incluso están en el gobierno y en altos puestos. Ellos quieren llevar nuestro país a “un proceso” de cambio hasta un destino poco definido, pero “revolucionario”. No veo en ellos aprecio hacia la presidenta, solo la idea que ella puede proporcionar el espacio y protección política a ellos para su proyecto. Este grupo no está organizado, no tiene ni liderazgo definido ni un plan coherente, pero sí son ambiciosos y llenos de confianza en sí mismos. Mi preocupación es que, en vez de un mejor nivel de bienestar, ellos, si no enfrentan alguna oposición, van a llevar Honduras a un caos.
El reto político en Honduras es y siempre será una competencia entre individuos e instituciones. Tenemos nuestra Constitución y nuestras leyes, sin embargo, hay individuos que siempre, bajo cualquier pretexto, buscan soslayar e incluso boicotear, nuestra institución política más importante: el imperio de la ley.
El anterior jefe de Estado, Juan Orlando Hernández, es un claro ejemplo de esto. Estaba tan seguro de su sabiduría, indicando que sabía que es lo que era mejor para el país, usurpando la provisión de la Constitución que prohíbe la reelección, una medida que existe para proteger al país de políticos ambiciosos, como él.
Hernández también amenazó otras instituciones en Honduras, incluyendo su propio partido político, el Partido Nacional, y la autonomía de las Fuerzas Armadas y el sector empresarial. Irónicamente, su caída fue por romper la ley en otro país, los Estados Unidos. Nuestras instituciones apenas pudieron frenar a Hernández mientras fue presidente y evitar que estuviera en el poder por un tercer período.
Muchos de los que participaron en las elecciones en noviembre, votaron por Xiomara Castro para castigar a Hernández y su partido político. Innegablemente, muchos hondureños sintieron que ella era la mejor opción, la mejor candidata, la persona capaz de poner el país de nuevo en el buen camino, y particularmente de combatir el pisoteo del imperio de la ley, la corrupción y la impunidad, incluyendo el respeto entre lo público y lo privado. Algunos consideraron que Xiomara Castro, por ser mujer, sería menos agresiva y menos ambiciosa que un “hombre fuerte” como los que han gobernado al país anteriormente.
El presidente del COHEP, ha tenido la oportunidad de hablar con ella en varias ocasiones, y con ello hemos descubierto en ella una persona que escucha, que es inteligente y respetuosa. También nos impresionó que haya nombrado en un puesto de altísima importancia a otra mujer talentosa, Rixi Moncada, como Secretaria de Finanzas. (Algunos pueden cuestionar mi aseveración que SEFIN tenga tanta importancia, pero para una economía pobre y frágil como la nuestra se requiere una administración cuidadosa.) Sin embargo, hay muchos individuos ambiciosos, en su mayoría hombres, que creen que son mejores que Xiomara Castro (y Moncada), y tienen poco respeto por nuestras instituciones políticas.
Una coalición dispar de hondureños apoyó la Candidatura de Xiomara Castro. De esos hondureños que votaron por ella muchos fueron moderados en sus expectativas, pero algunos activistas políticos la vieron como una plataforma para un cambio radical. Estos activistas, muchos de los cuales son educados y talentosos, son parte del gobierno, siendo premiados por su apoyo a la Presidenta. Ellos promueven cambios drásticos, moviéndose mucho más agresivamente de lo que la Presidenta ha dispuesto. Desde los días de la Revolución Francesa en 1789, pasando por la Revolución Rusa en 1917, y entrando a la era contemporánea, se han observado un lema o máxima política: “No hay enemigos a la izquierda”. Gobiernos progresistas nunca han tenido inclinación a criticar a aquellos que están más a la izquierda en el espectro político, incluso anarquistas (quienes creen que la crisis en la sociedad va a impulsar cambios). Seguidores o partidarios indisciplinados pueden descarrillar un gobierno que aspira a reformas legales que mejoren la situación de la mayoría. Este es el riesgo que tiene la Presidenta y las profesionales como Moncada, que están trabajando de forma muy responsable por el país.
Aquellos que están empujando por reformas en Honduras, se puede decir que están tratando de “secuestrar” la presidencia legitima de Honduras: la presidencia de Xiomara Castro. Para ellos, ella es sólo un “escalón” hacia algo más atractivo, algo que confusamente se define como “poder popular”. Sin embargo, no hay un plan comprensible para indicar como sería el gobierno, quién gobernaría, cómo se adjudicarían las diferencias y cómo se administraría el Estado. Todo se resolvería como de milagro. El conocimiento y experiencia de esos radicales es limitada. Nosotros en el sector privado, somos especialmente atacados por el restringido conocimiento de estos radicales sobre las realidades económicas, incluyendo aquellas impuestas por la despiadada economía internacional. Lo que algunos de los radicales con los que he hablado saben sobre economía puede ser guardado en una cajita de fósforos. Aún así, ellos critican de forma brutal a la Secretaria de Finanzas como si hubieran ellos ganado un Nobel en economía.
Honduras tiene instituciones políticas débiles e imperfectas, lo cual tenemos muy claro. Sin embargo, proveen orden y control. Somos gobernados a través de nuestras instituciones políticas. El eliminar o desbaratar estas instituciones sólo nos llevará al caos, para usar una palabra más común en nuestro país, nos llevará a un relajo. Nunca olvidare, que, hablando con un nicaragüense, hace algunos años, me dijo: “La revolución es hermosa, es el desorden el que jode todo”.
La propuesta de una nueva Constitución me parece sumamente peligrosa. Un país que siempre cambia su Constitución, no tiene Constitución. Honduras ha tenido ya 16 Constituciones en su historia. Un esfuerzo ahora de escribir una nueva Constitución va a generar un caos donde todos los políticos ambiciosos del país van a tratar de sacar ventajas para ellos mismos.
Tengo otra preocupación adicional. Nuestra actual Constitución está construida sobre la convicción anglosajona de la necesidad de que los poderes Judicial y Legislativo sean independientes del Ejecutivo y la Presidencia. Esos ansiosos por una nueva Constitución, eliminarían esta separación de los poderes y consolidarían el poder político en el ejecutivo. Con la historia de nuestros Presidente, no considero que este sea un cambio aconsejable. Consideramos que fortalecer aún más el poder político de la presidencia es atemorizante. Sería una amenaza a la autonomía del sector empresarial, los medios de comunicación, la academia, las Iglesias, las fuerzas armadas y otras instituciones del país.
Honduras es demasiado frágil, muy vulnerable, para experimentos políticos radicales. No hay recursos políticos o económicos para sacrificar en una pobremente conceptualizada y elusiva utopía. Honduras no solo es pobre, y con un sinnúmero de necesidades y retos, sino que además estamos siendo confrontados por una economía mundial que está entrando en recesión.