La tabla de Moisés dice mucho más que “Honra a tu padre y a tu madre”: “…así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Éxodo 20:12). Sobran dedos de una mano para contar estos conceptos, pero su contenido teológico es infinito, e incontables son sus consecuencias políticas.
En su último libro “Jesús de Nazaret”, Benedicto XVI repasa ambos temas al comentar el Sermón de la Montaña y el Padre Nuestro.
Como Juan en el Cuarto Evangelio, que no hizo una biografía de Jesús, sino que presentó Su teología como el Logos redentor de la humanidad, así el libro de Benedicto no es una biografía, sino una densa meditación de la teología de Jesús, para demostrar la actualidad de su mensaje en los atribulados días que vive la humanidad.
Benedicto analiza el libro “Un rabino habla con Jesús”, del judío observante, rabino Jacob Neusner, para responder a las objeciones al mensaje cristiano.
“Su profundo respeto hacia la fe cristiana y su fidelidad al judaísmo, le han llevado a buscar el diálogo con Jesús”, acredita Benedicto.
En su obra, Neusner se mezcla con los discípulos en el Sermón de la Montaña. Conmovido por Jesús, le interroga mientras regresan a Jerusalén.
Pero algunas de sus ideas le preocupan. Cerca de Jerusalén consulta a un rabino. “Y así -pregunta el maestro- ¿es eso todo lo que ha dicho el sabio Jesús?” -“No exactamente, pero aproximadamente sí”, contesta Neusner.
“¿Qué ha dejado fuera?”, pregunta el rabino. “Nada”, responde Neusner. “¿Qué ha añadido”, repregunta el rabino. “A sí mismo”, responde Neusner.
Benedicto afirma que “este es el núcleo del ‘espanto’ del judío observante Neusner ante el mensaje de Jesús, y el motivo central por el que no quiere seguir a Jesús y permanece fiel al ‘Israel eterno’: la centralidad del Yo de Jesús en su mensaje.
La perfección, el ser santo como lo es Dios, exigida por la Torá, consiste ahora en seguir a Jesús”.
En el Cuarto Mandamiento las inquietudes religiosas adquieren matiz político.
La versión corta -honrar a los padres- no liga familia con tierra, pero la tierra que Dios “va a dar” al pueblo judío -Benedicto no comenta este detalle- es una alusión a la Tierra Prometida, es decir, al corazón mismo de la tradición, de la sociedad y de la existencia de Israel.
“Tiene razón el rabino Neusner cuando ve en este mandamiento el núcleo más íntimo del orden social, la cohesión del ‘Israel eterno’”, dice Benedicto.
El rabino se explica: “Rezamos al Dios que conocemos ante todo a través del testimonio de nuestra familia…, fundamento lógico de la existencia social de Israel”.
Según Benedicto, “Jesús pone en cuestión precisamente esta relación”, y recuerda, de Mateo 12, 46:50, que, cuando le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban, Él respondió: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?” Y señalando a sus discípulos dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
La familia cristiana es así la humanidad de todas las etnias, que acepta seguir a Jesús sin fronteras ni exclusiones. Neusner pregunta qué ha hecho Jesús para la humanidad, y Benedicto responde que ha llevado a Jehová a los confines del planeta, que la paz es por eso alcanzable en una sola cristiandad con los hermanos judíos y los demás pueblos de la tierra.
Benedicto escribe con la febril convicción de que amar al prójimo (el próximo, el cercano) no es suficiente. Es obligado amar “al otro”, a todos, amigos y enemigos, de todas partes y culturas. Pero, ¿hay tiempo para llegar a esa cristiandad de todos? ¿No suena aquí algo impráctico, acaso ingenuo?
Quizás una vieja obsesión del papa Ratzinger podría abrir el espacio inicial: la exigencia de los liderazgos religiosos para que la economía global no empobrezca a las mayorías ni deteriore más al planeta.
¿Qué comienzo podría ser más auspicioso que cristianos y judíos llamasen a la lucha por esa y otras causas? ¿No es más hermoso lo que les une que lo que les separa?
Sí, ya puedo ver el gesto de usted: esto es más ingenuo todavía. Pero, ¿nos queda algo más que la esperanza?