Leía hace algunos días sobre las montañas de basura encontradas por el equipo de submarinos que buscan el avión de Malasia que con sus 249 pasajeros se hundió en el mar, casi sin dejar rastros.
Lo recordé porque en estas vacaciones de Semana Santa desde mi casa en la colonia Kennedy fui a dos lugares del interior del país para visitar a parientes. Uno por la carretera hacia Danlí y el otro por la carretera de Olancho. Y pude ver con mucho desagrado las grandes cantidades de basuras que se apilan a la orilla de las carreteras y en las cercanías de muchos pueblos que tienen de todo menos un lugar donde tirar los desechos.
La verdad es que ni siquiera la capital tiene un lugar adecuado para la basura. En países más ordenados trabajan más intensamente con el reciclado de los plásticos, metales, vidrios, y hasta funcionan grandes empresas dedicadas a eso. En el caso de los desechos orgánicos se convierten en gas, en electricidad o en abono para la agricultura y la jardinería. O sea que allí la basura se convierte en un bueno negocio y no en un problema.
Ya es tiempo que el Congreso Nacional, en vez de solo estar esperando las órdenes de arriba o estarse peleando entre ellos mismos, emitan una ley para el manejo de los desechos no solo en las ciudades sino en todo el país.