Realmente es un completo sacrificio manejar o andar en moto por las calles y avenidas del Distrito Central. Todos, incluyendo los buses y volquetas, se aparejan como vacas por el carril izquierdo para competir con los vehículos pequeños y livianos.
No digamos en los bulevares o en espacios grandes, donde se hacen filas innecesarias, a tal grado que pasa un accidente y los curiosos son los conductores, que ven pasmados lo que pasó mientras todos esperamos atrás que se percaten de movimiento y las filas.
Otros conducen como si estuvieran en el desierto y, como turistas, se quedan idos mientras los que trabajan o tienen horario se desesperan por la lentitud. Seguidamente cae usted maldecido en plena espera del semáforo si el conductor compra algo de los ambulantes. Pasa la luz verde y solo el que compró avanza.
Es una pena ver tanto egoísmo que no nos permite avanzar y, ni modo, nos toca “taxiar” como todos los días. Con tanta motocicleta se ha vuelto más peligroso el manejo, porque muchos actúan como reyecitos y no nos dejan hacer maniobras de viraje porque, de forma cómoda, permanecen pegados entre las puertas de cada vehículo. Es ahí donde se ve que estamos en una selva de cemento.
Al final del día, los médicos nos recomiendan no estresarnos y solo nos queda reír o llorar.