A partir del primer encuentro sobre la enseñanza de la filosofía, a los docentes de la Escuela de Filosofía de la UNAH, y de las demás universidades incluyendo los centros regionales, se nos ha presentado el espacio para reflexionar sobre nuestra propia actividad, para poder pensarnos como docentes.
Lo interesante de este diálogo interno, no solo es pensar los procedimientos didácticos y pedagógicos que utilizamos para transmitir información, así como la calidad de los conocimientos impartidos, sino también el papel de la filosofía en un contexto de crisis global. Más allá de la posibilidad de pensar sobre la didáctica de la filosofía es la oportunidad de reflexionar acerca de la filosofía.
Serán varias las consideraciones establecidas a partir de la autorreflexión y la crítica, no obstante, rara vez sistematizamos nuestras reflexiones, aun cuando los insumos obtenidos a partir de este debate interno hayan sido extremadamente valiosos. En nuestros cursos de filosofía exponemos la necesidad de fundamentar la existencia, las acciones humanas y la práctica social desde una visión de la realidad totalizante que atenga causas y se fundamente en razones consistentes.
Sin embargo, en diversos momentos nos distanciamos de lo fundamental y nos situamos en el terreno de lo práctico donde la razón instrumental desplaza el intelecto y empezamos a cumplir funciones y roles establecidos por la práctica común y cotidiana.
En otras palabras, nos convertimos en docentes institucionalizados cuyo papel es transmitir algunos conocimientos que serán incorporados de forma general en la formación técnica y procedimental de las distintas carreras que ofertan las universidades en las que servimos como docentes. Esta alteración de la conciencia filosófica no es resultado únicamente de un letargo individual, sino por la restauración de un tipo de racionalidad pragmática que destina funciones y evalúa procesos empleando indicadores y porcentajes estandarizados.
De esta manera, un buen docente es aquel quien cumple con los objetivos desprendidos de un modelo educativo y que al finalizar un proceso de evaluación presenta un menor porcentaje de estudiantes reprobados.
Dentro de la operatividad del sistema que se desprende desde la racionalidad instrumental no importa si el estudiante comprende la filosofía y humaniza su propia praxis contribuyendo con la realización del otro, interesa el resultado obtenido, el cumplimiento de los objetivos propuestos y la aprobación del curso para potencializar los recursos, dejando a un lado el proceso de humanización de la educación y remarcando la concepción bancaria de la misma. Lo importante de esta visión educativa es formar individuos que puedan insertarse dentro del aparato productivo y en la economía de mercado.
Por consiguiente, pensar la enseñanza de la filosofía sin vislumbrar el modelo educativo donde se inserta, de igual manera, dejar a un lado las condiciones contextuales es suprimir las distintas causas o variables que inciden en el hecho. Por lo tanto, esta reflexión apunta a establecer algunos puntos importantes que se deben considerar al momento de originar el debate.
Lo primero a establecer son las distintas razones que dificultan la enseñanza de la filosofía, algunas de ellas serán de carácter social, a lo que llamo razones exógenas, y las otras de carácter interno, las que llamo razones endógenas, y que tienen que ver de forma directa con el modelo educativo, planes de estudio, personal docente y su profesionalización, infraestructura, recursos tecnológicos y los procedimientos empleados para la transmisión de conocimientos de carácter filosófico.
Son varias las posturas que prevalecen de la filosofía dentro de nuestro contexto social. Algunos dirán que es un discurso vacío que no goza del alto prestigio de la ciencia, cosa de locos que causa pérdida de tiempo, actividad que resulta aburrida cuya aplicabilidad en el terreno práctico es casi nula. Si indagamos a nuestros estudiantes podemos seguir rastreando algunas más, sin embargo me pregunto:
¿A qué se debe esta diversidad de posturas? ¿Cómo se puede pensar tan equívocamente de la filosofía? ¿Será culpa de la filosofía y de los mismos filósofos este distanciamiento? Lo más fácil es tirar la pelota, culpar a las masas por su poca formación cultural y educativa, es decir, situarnos en el topus oranus de Platón y distanciarnos de las masas enajenadas.
No obstante, ¿cómo puede comprenderse la filosofía si se nos presenta como algo extremadamente difícil que solo algunas mentalidades pueden asimilar y por ende acceder a las esencias eternas y a lo incomprensible ante la inmediatez de la falsa conciencia? Platón comprendía muy bien lo anterior, precisamente por ello recurrirá a los diálogos y elementos alegóricos para exponer su visión de la realidad; sin embargo, una variedad de filósofos patinan en la resolución de problemas por la obsesión del lenguaje al estilo Wittgenstein, o por la atención exagerada a miniproblemas y a juegos académicos, entre otras cosas.
Lo primero a asimilar por los profesionales y docentes de la filosofía es la crisis de la filosofía.
El planteamiento de la crisis de la filosofía y la necesidad de emprender su reforma no es nada nuevo, ya Eduardo Nicol, en su libro El Porvenir de la Filosofía, realizó un agudo diagnóstico de la situación vital de hoy, en el que nos alertó de un enorme peligro que amenaza el futuro de la filosofía, a saber: el advenimiento de una nueva forma de razón pragmática universal que denominó razón de fuerza mayor. Ante tal advenimiento, se propuso restaurar el fundamento ético-existencial de la filosofía y de la ciencia, reafirmando el sentido vital de la razón pura o desinteresada como vocación libre ante el imperio mundial de esa nueva racionalidad pragmática.
“La filosofía está en peligro. Por los rasgos que presenta, y por su procedencia, este peligro no se ha de confundir con una crisis interna. La filosofía es crítica ella misma. Una parte de su tarea normal es la revisión de sus métodos y de sus resultados de teoría. Más radicalmente: la filosofía es crítica porque nació sabiendo de sí misma, y cada uno de sus actos implica ese saber.
Así, las épocas de crisis en su historia no parecen anomalías, cuando esta historia se considera en conjunto, sino episodios de su natural desenvolvimiento. En ellos la filosofía se afinca de nuevo con una reflexión sobre sí misma. Esta operación se ha llamado reforma de la filosofía.”
La restauración de los fundamentos capitales de la filosofía (y de la ciencia) se torna para Nicol una tarea necesaria en la época en que se presiente el decaimiento de la capacidad de auto transformación y diversificación histórica de la existencia humana, ante un nuevo orden mundial de uniformidad vital impuesto por la necesidad pragmática.
Pero otros filósofos van más allá, en ese sentido Richard Rorty y otros han afirmado que la filosofía está muerta. Yo creo que sigue viva, aunque gravemente enferma. En efecto, la mayoría de los filósofos se limitan a comentar ideas de otros, o a hacer especulaciones estériles: no abordan problemas nuevos, no se enteran de lo que pasa en las ciencias y las técnicas, ni se ocupan de los principales problemas que afronta la humanidad.
Por ejemplo, los ontólogos imaginan mundos posibles pero ignoran el único real; los gnoseólogos siguen creyendo que las teorías científicas son paquetes de datos empíricos; los filósofos morales discuten a fondo el problema del aborto, pero descuidan los problemas mucho más graves del hambre, la opresión y el fanatismo. Y los filósofos de la técnica suelen, ya elogiarla, ya denigrarla, sin ver que hay técnicas malas y otras buenas, y que incluso las buenas pueden tener resultados perversos, tales como el desempleo.
Pero esta crisis interna evidentemente puede ser resuelta. La filosofía es un saber cuya naturaleza crítica deberá emprender la resolución de sus crisis interna.
Por tanto, el problema de la filosofía y de su comprensión no pasa por su propia crisis. Entonces, ¿será que somos los docentes de la filosofía los que contribuimos a la falta de disposición de ánimo, rigor, exactitud y una mentalidad dubitativa por parte de nuestros estudiantes? En alguna medida, pienso que sí.
Hay que decirlo, hay malos docentes de filosofía, como los hay de matemática, arte, física o cualquier otra disciplina. Pero no solo hay malos docentes ante la falta o ausencia de profesionalización y capacitación, que en nuestro caso se agudiza, dado que en gran medida los profesionales de la filosofía son escasos, aún en las universidades donde se oferta la carrera de filosofía.
Digo esto porque en la misma Universidad Nacional Autónoma de Honduras, sobre todo en los centros regionales, los docentes de la asignatura son profesionales de otras áreas del conocimiento, y el problema se acentúa en el Sistema Universitario de Educación a Distancia (SUED).
Lo anterior evidencia un problema de gestión administrativa y académica, a pesar de los enormes esfuerzos, aún se continúa empleando a profesionales de diversas áreas para que imparten asignaturas que requieren de formación específica; eso por un lado, pero también se nos evidencia el mal funcionamiento de la carrera de filosofía, que por cierto es una de las escuelas adscritas a la Facultad de Humanidades y Artes de la UNAH de menor ingreso y egreso de estudiantes.
Con un programa curricular obsoleto y poco atrayente; pero ese no es nuestro único problema, también sufre problemas de gestión académica y administrativa. En fin, la reforma no solo debe ser emprendida a nivel de la filosofía como saber o forma de conocimiento, sino también dentro de la academia misma.
No obstante, hablar de la reforma de la filosofía en un país inmerso en la crisis resulta algo pretencioso, dado que es la sociedad y el Estado mismo quien debe emprender su reformulación bajo un nuevo esquema jurídico para suprimir la desigualdad, la exclusión y la miseria imperante.