Opinión

La esclavitud del siglo XXI

Uno de los absurdos más dramáticos de nuestra América es el hecho de que las personas tengan que quedar lisiadas e incluso llegar a perder la vida en su afán de irse a buscar un trabajo con un mejor salario para intentar sobrevivir, entre otras razones.

Eso ocurre a diario en el corredor migratorio México-Estados Unidos, que hoy constituye una de las rutas donde existe mayor sufrimiento y explotación en el mundo contemporáneo.

Y es doblemente paradójico, puesto que a mediados y casi a finales del siglo pasado, ese mismo corredor, significó salvaguarda; sirvió de salvoconducto a perseguidos políticos, excombatientes, guerrilleros lisiados y familias que huían de las guerras, zonas bélicas, las matanzas y doctrinas de seguridad impuestas o ejecutadas por algunos Estados.

Hoy ese es el itinerario más peligroso de la migración laboral indocumentada y que muchos trabajadores migrantes se ven forzados a cruzar en busca de empleo que no tienen en sus países de origen, pero allí van dejando una o las dos piernas, un brazo y hasta su existencia.

Ellos son los que en su momento K. Marx denominó como “el ejército industrial de reserva”, hoy constituido en laboral, porque están dispuestos a trabajar en lo que sea y como sea, bajo extremas condiciones de sobreexplotación y en la clandestinidad.

Son en parte, el resultado de la demanda y oferta de mano de obra barata considerada casi desechable o producto del desequilibrio y asimetrías que genera la globalización neoliberal, y que ahora Z. Bauman califica como “los nuevos pobres” o “los expulsados del mercado”.

Evidentemente, de Sur a Norte el panorama es dantesco. Hombres y mujeres (niños, adolescentes y adultos) despedazados tras resbalar o caerse de un tren carguero en movimiento. Zonas de tolerancia donde las jóvenes son retenidas y explotadas sexualmente.

Las personas y sus cuerpos son tasados como mercancías que tiene un costo y debe pagarse. La libertad y los derechos humanos son algo irreal para algunas autoridades y civiles que confabulados en acciones ilícitas han hecho del tráfico y trata de personas un gran negocio.

Obteniendo ganancias arriba de los 32 mil millones de dólares anuales, solo menores a las que genera el narcotráfico y el tráfico de armas, según cálculos e investigaciones realizadas por organismos de trabajo y seguridad del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

A tal situación, perfectamente podría calificársele como la esclavitud del siglo XXI. Aunque cabe señalar que, esa ruta esclavizante, es solo una prolongación, pues realmente no empieza allá en la frontera que divide y conecta a Norteamérica con Centroamérica sino que tiene origen aquí mismo en un entorno de violencia, pobreza, desigualdad y desempleo.

En los países centroamericanos hemos tenido un acercamiento con algunos de los migrantes lisiados para conocer su historia personal y documentarla de forma profesional y con respeto. También para motivarlos a seguir adelante, puesto que es una de las grandes trabas que más afrontan.

Ciertamente, el daño físico es casi irreparable y en algunos casos apenas puede medio solucionarse de forma limitada con una prótesis, pero el golpe psicológico y emocional es aún mayor; este cuesta mucho asimilarlo y eso impide que una gran parte de ellos puedan seguir adelante con sus vidas, refugiándose así en las drogas y el alcohol, más aun cuando el gobierno es indiferente al problema, la sociedad los mira con desprecio y discriminación o políticos oportunistas intentan sacar provecho de esa tragedia.

Eso le pasó a Manuel, quien hastiado de las injusticias de su país decidió emigrar hacia Estados Unidos de forma indocumentada para tratar de subsistir, pero solo alcanzó a llegar hasta un pueblo del sur de México, pues allí un tren carguero le cercenó una pierna.

Él y otros de sus compatriotas ahora han pasado a ser parte del ejército laboral de reserva lisiado, que año con año ha venido incrementándose y ya está empezando a visibilizarse en los puentes peatonales, esquinas y avenidas de la capital y distintas ciudades de Honduras.

Manuel nos dice optimista que aún puede trabajar utilizando sus extremidades superiores “puedo pintar muy bien”. Así que si alguien requiere de ese servicio o conoce alguna otra persona que necesite un pintor y esté dispuesta a pagarle lo justo, puede ubicarlo en el puente peatonal de Plaza Miraflores, allí se encuentra él, solicitando una ayuda para vivir.

También nos comentó que desde hace varios años ha estado buscando por distintos medios la forma de conseguir una prótesis, lo cual hasta la fecha no ha sido nada fácil a pesar de que ha recurrido a distintas instituciones de rehabilitación y centros de salud, pero la respuesta no ha sido satisfactoria.

Le ha resultado muy difícil alcanzar ese objetivo, que le permitiría dejar las muletas para llevar una mejor vida y una actividad laboral. Así que si alguien desea apoyarlo con un préstamo o una donación de la prótesis, eso estaría mejor. Él asegura estar dispuesto a poner de su parte y no darse por vencido.

Sin duda, es preocupante la indiferencia del gobierno y la sociedad hondureña en su conjunto con respecto a la migración indocumentada hacia Estados Unidos.

La falta de conciencia sobre esa problemática es evidente, y aunque ya está calando hondo, no se repara en lo más mínimo con políticas sociales y de empleo que medio contengan el éxodo.

En Honduras ya casi no se produce ni lo que se consume internamente, las finanzas están en números rojos, pero el saqueo y el derroche es insaciable y descomunal por parte de la mayoría de políticos, gobernantes y algunos empresarios, que no han contribuido en nada al desarrollo del país durante muchas décadas.

Hoy son los migrantes hondureños quienes en parte con su esfuerzo están manteniendo a flote a esa pobre y quebrada nación.

El caos quizá sería mayor si explotase el único salvavidas que mensualmente están inflando los mismos migrantes, que fueron directa o indirectamente expulsados y que todavía sueltan laboriosamente algunas gotas para la subsistencia. Sin embargo, eso no justifica la expulsión, exportación u oferta encubierta de mano de obra barata para las otras naciones.

El desarrollo del país no se logrará desde afuera y mucho menos con migrantes y remesas. Este debe darse con fuerzas sociales, políticas y económicas endógenas y tiene que ser responsabilidad de todo el Estado hondureño en su conjunto. Así debería ser, aunque algunos crean que no.

Es decir, el sector público crea las instituciones, las leyes, la seguridad social, la educación etc., para que el sector privado pueda invertir e innovar y tomar riesgos para así generar un crecimiento y empleo. Ni uno ni otro deberían ser decadentes, parásitos o depredadores, sino que debe ser una responsabilidad compartida.

¿Qué le conviene más al país y a su población?, tomando en cuenta que con la emigración hondureña, está ocurriendo lo siguiente: 1) pérdida de mano de obra; 2) recibe mano de obra lisiada; 3) recibe remesas que solo activan la economía a través del consumo; 4) las remesas apenas sirven de paliativo a la pobreza extrema; 5) el gasto de las remesas genera riqueza y “desarrollo” para ciertos grupos, pero no es algo equitativo; 6) es un círculo vicioso que recrudece más las asimetrías y desigualdades sociales y económicas.

¿Cómo lograr que la búsqueda de trabajo para los hondureños no implique un costo humano tan alto? ¿Qué hacer para que el país no siga perdiendo lo más valioso que tiene: su población joven y productiva?

Estas dos interrogantes deberían motivarnos a la reflexión y a la vez proponer algunas posibles soluciones a una problemática que es necesario atender urgentemente de forma racional y no demagógica, en caso contrario, el atraso, subdesarrollo y miseria seguirán siendo cada vez más el rumbo que tomará este país.

Es difícil, más aun si se toma en cuenta que el anterior y actual gobierno han sido un desastre, pero debe buscarse un cambio significativo orientado a reactivar la poca estructura productiva interna e ir dejando la dependencia a las remesas, para mejor generar fuentes de trabajo interno mejor remuneradas, porque hoy los trabajadores migrantes indocumentados no son superhéroes, ni tampoco una especie robótica salvadora e indestructible. Es decir, no debería dársele una continuidad a un modelo de dependencia, exclusión y vulnerabilidad.

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