Opinión

La muerte como un renacer

En cuanto a la celebración del día de los muertos, hay tantos ángulos en dónde te puedes posicionar y meditar. Basta con solo dar una mirada a los archivos históricos y revisar por ejemplo desde la raíz, en las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca, para darnos cuenta de los maravillosos rituales que celebran “el renacer” hacia otras veredas después de la muerte.

En la era prehispánica resultaba muy común, por ejemplo, la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y “el retoñar”.

Pero lo que realmente me impresiona y me mueve las estructuras es el tratar de comprender los diferentes rumbos destinados a ese nuevo resurgir de las almas -según los antiguos mexicanos-. Claro, esto dependía del tipo de muerte que habían tenido, y no de su comportamiento en la vida.

De esta forma, las direcciones que podrían tomar los muertos son muy curiosas: El Tlalocan o paraíso de Tláloc, dios de la lluvia. A este sitio se dirigían aquellos que morían en circunstancias relacionadas con el agua: los ahogados, los que morían por efecto de un rayo, los que morían por enfermedades como la gota o la hidropesía, la sarna o las bubas, así como también los niños sacrificados al dios… El Omeyocan, paraíso del sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. A este lugar llegaban solo los muertos en combate, los cautivos que eran sacrificados y las mujeres que morían en el parto.

Estas mujeres eran comparadas a los guerreros, ya que habían librado una gran batalla, la de parir… El Mictlán, destinado a quienes morían de muerte natural. Este lugar era habitado por Mictlantecuhtli y Mictacacíhuatl, señor y señora de la muerte. Era un sitio muy oscuro, sin ventanas, del que ya no era posible salir… El Chichihuacuauhco estaba destinado para los niños muertos por circunstancias diversas, en dicho lugar se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche, para que se alimentaran. Los niños que llegaban aquí volverían a la tierra cuando se destruyese la raza que la habitaba.

Ahora que vivo en México, me encanta observar y ser partícipe de este fervor y entusiasmo que mis nuevos amigos y amigas le ponen al asunto.

Siempre orgullosos de su pasado y de sus tradiciones, siempre remontándose a ese ombligo canal de alimento en los primeros meses de vida.

Fatuos de su Ueymicailhuitl o fiesta de los muertos grandes, en donde realizaban procesiones que concluían con rondas en torno al árbol y se acostumbraba a realizar sacrificios de personas y se hacían grandes comidas. Después, ponían una figura de bledo en la punta del árbol y danzaban, vestidos con plumas preciosas y cascabeles. Al finalizar la fiesta, los jóvenes subían al árbol para quitar la figura, se derribaba el xócotl y terminaba la celebración. En esta fiesta, la gente acostumbraba colocar altares con ofrendas para recordar a sus muertos, lo que es el antecedente de nuestro actual altar de muertos.

No en vano decía Octavio Paz: “Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor, que es hambre de vida, es anhelo de muerte. La muerte ritual suscita el renacer”.

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