Opinión

Saber las malas palabras para uno y otro lado es conveniente, necesario y hasta indispensable en estos días. Así como antes se evadía -por la paz de todos los presentes- hablar de política y religión, hoy se excluye también el fútbol. Ante estas personas de extremos, viscerales, sin noción del gris, vale la pena adoptar un par de consejos.

En los últimos años, quizás por los altos niveles de intolerancia de todo tipo que presumimos en el país (la política, la religiosa y hasta la deportiva), el glosario de los términos “políticamente incorrectos” -esos que no se pueden mencionar sin levantar cejas, dibujar muecas, inyectar ojos con sangre y hasta exprimir vesículas biliares en quienes las escuchan- se ha ido enriqueciendo de tal manera que no está lejano el día en que cada uno de nosotros deba ejercer la prudencia al hablar como una estrategia de supervivencia.

Cual si se tratara de malas palabras, poco a poco hemos empezado a excluir de nuestras conversaciones por ahí, algunos temas y expresiones, temerosos de que aparezca uno de esos fanáticos que, identificándonos con “posiciones contrarias a las suyas”, se dedique a citarnos hasta la saciedad su libro (ese que “le abrió los ojos y le cambió la vida”). Peor aún, que se ponga a repetir, como cotorra de jaula, las frases hechas o monoversiones de la realidad que difunde su radioemisora, canal de televisión o red social de Internet favorita, todas ellas manantial único de la verdad revelada.

La lista incluye términos como artículos pétreos, reformas, el Soberano, la Constituyente, referéndum, continuismo, plebiscito, “cuarta urna”, Golpe de Estado, “sucesión constitucional”, amnistía, derechos humanos, grupos fácticos. Últimamente súmense interpelación, comisión, intervención, juicio político, censura, nombres de personajes políticos (nacionales o extranjeros) y, menuda desgracia, hasta la de figuras deportivas, equipos de fútbol español, nombres de países, en fin, cualquier asunto que divida en dos bandos preferencias y afinidades.

Así como las viejitas de antes se persignaban con automatismo pavloviano, rápidamente ante la manifestación terrenal del pecado (podía ser una matrona de casa de citas), o con pausada reverencia ante la fachada de la iglesia parroquial, los energúmenos de hoy saltan instintivamente a la yugular del incauto que osa mencionar una palabra prohibida en su pequeño “lexikon”, hacer un comentario que ofende la dignidad del partido y de sus míticos liderazgos, o cuestionar aviesamente el palmarés indiscutible de la trayectoria deportiva de su club de fútbol, ni qué decir de su sagrado panteón de atletas actuales y de antaño.

Saber las malas palabras para uno y otro lado es conveniente, necesario y hasta indispensable en estos días. Así como antes se evadía -por la paz de todos los presentes- hablar de política y religión, hoy se excluye también el fútbol. Ante estas personas de extremos, viscerales, sin noción del gris, vale la pena adoptar un par de consejos.

Antes de opinar o comentar sobre algo ante ellos, observe cómo visten, de qué hablan, a quién citan. Es probable que tengan una pulserita con “esos colores preferidos” o una pegatina en el carro. Son monotemáticos y reaccionan con exageración emotiva a lo que les atrae u ofende.

Y como son predecibles, basta con que adopte precauciones y no diga ninguna de sus “malas palabras”. Hágame caso. Disfrutará más de su compañía y hasta de su amistad si lo hace.

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