Opinión

Nuestros niños: la otra cara de las remesas

Es impresionante cómo los gobernantes y el pueblo en general no nos inmutamos ante la tragedia que viven nuestros niños, quienes arriesgan la vida en busca de sus madres que se encuentran en Estados Unidos de América, producto de la ola de migratoria, especialmente de mujeres, para mejorar las condiciones de vida de su familia, ante la falta de seguridad y oportunidades laborales en el país.

Es dolorosa la emigración infantil, como si nuestros niños no tuvieran derecho a vivir contentos y tranquilos con sus padres, porque son pobres, porque no cuentan con un empleo estable o porque sus hogares son desintegrados. Según EL HERALDO, asciende a 14,200 los niños que han sido detenidos por las patrullas fronterizas a partir de octubre de 2013; esto nos da la idea de la cantidad de niños que hasta pueden haberse extraviado o perecido en el trayecto. Es un tema muy humano, muy sensible. No seamos indiferentes ante el mismo. Son nuestros hondureñitos.

De modo que no miremos solo los dólares, sino la vida, la familia. Son muchas las consecuencias de esta realidad que significa una ruptura de los lazos familiares, lo cual impacta en la vida de los menores que quedan huérfanos de uno o ambos padres; igualmente incide en las personas que asumen la responsabilidad por ellos, siendo en muchos casos las abuelas, quienes ya están cansadas y necesitadas de atenciones y cuidados especiales; sin embargo, se han convertido en cuidadoras de generaciones distantes, lo que impacta en la calidad de vida de ambas generaciones.

Sin embargo, no se ha visto una preocupación por parte de los gobernantes de turno, quienes más bien se benefician con esta tragedia, ya que las remesas mejoran en buena medida los indicadores económicos y de calidad de vida, atribuyéndose ellos estos logros.

No hay iniciativas de políticas públicas orientadas a disminuir las causas de la emigración indocumentada, como un plan de país que incluya opciones de empleo y seguridad, junto con la planificación del desarrollo económico y social con verdadera responsabilidad y ética, sin perder de vista que todos nos beneficiamos, en el sentido de que contamos con dólares para el comercio internacional, a la vez que se estabiliza en buena medida el tipo de cambio.

No seamos indiferentes ante esta situación. Si bien hay un efecto positivo en términos de remesas de dólares para la importación, lo cual nos favorece a todos, eso es a costa

de nuestros niños, como nos mostró recientemente EL HERALDO. Este debe ser tema de agenda de los gobernantes de turno.

Quisiera también llamar la atención de los empleados públicos y privados, en el sentido de tomar conciencia de que son nuestros infantes y nuestras abuelitas quienes contribuyen a mejorar los indicadores económicos y a contar con los productos importados que necesitamos y/o preferimos.

Planifiquemos el desarrollo a partir de nuestra realidad; no sacrifiquemos ni ignoremos a nuestros niños, madres, padres y abuelos. Seamos responsables en nuestros puestos de trabajo para mejorar nuestra calidad de vida y la generación de empleos dignos.

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