Opinión

Reconstruir un país

¿Cómo se construye un país nuevo?
Las respuestas a esa pregunta son las que estamos ansiosos de conocer los hondureños, tanto en la teoría como en la práctica. Si bien con el inicio de un año la esperanza crece y el optimismo tiende a aumentar, será en la medida que pasen los días, las semanas y los meses, cuando nos daremos cuenta si lo dicho por el presidente recién electo, Juan Orlando Hernández (El Heraldo: 31/12/2013), empieza a tornarse en realidad, en una mera postergación o en otra promesa más incumplida al pueblo.

Es difícil esperar o creer que de la noche a la mañana, pueda construirse un nuevo país que de forma constante ha sido saqueado por algunos servidores públicos, empresarios y particulares, y en vez de someterlos a un juicio y buscarles requisar todos sus bienes mal habidos, mejor se opta querer subsanar esa injusticia, aplicando nuevos impuestos que, afectan más a quienes menos tienen, desincentivan la producción y generación de

Además, una nación que presenta elevados índices de violencia e ingobernabilidad, que vive en una invariable crisis económica, política y social, no es bien vista para los inversionistas y turistas, dos sectores importantes y promotores del crecimiento económico.


Sin embargo, el optimismo es tan grande, y también se puede partir de la premisa que algunos y algunas que formarán parte del nuevo gobierno tienen una vasta experiencia para lograrlo, pues así como se han encargado de arruinarlo, quizás puedan llegar a rehacerlo. Eso sin duda, es una gran ventaja. Están bien encaminados en el aprendizaje. No estamos frente a inexpertos o neófitos, sino que a grandes másters y profesionales en esas faenas.

Es decir, de igual forma se podría esperar y dar por descontado que, de ahora en adelante, no se cometerán los mismos errores y los mismos desafueros. No obstante, con los y las congresistas, los presidentes y sus más cercanos colaboradores, la verdad es que, nunca se sabe; dicen que van hacer una cosa y hacen otra, se les explica: hagan esto y hacen aquello.

A pesar de lo antes señalado, el optimismo es tan grande, y también debe otorgárseles el beneficio de la duda, pues errar es de humanos, rectificar es de sabios. De volverse a equivocar, no habrá quien pueda perdonarlos y las mentadas de madre empezarán más temprano que tarde. Es más, quizá ya empezaron por ese recién paquete de medidas fiscales aprobado para poder sufragar el enorme gasto público, derrochar en lujos o recurrir a la compra de conciencias. Deberían tener mesura. Los reclamos pueden volverse firmes e ir subiendo de tono. El pueblo está muy cansado, tiene mucha hambre y sed de justicia social.

Es por eso que no está de más hacer reparos en algunos puntos importantes a tomarse en consideración, si realmente se han creído o quieren venderle a la población la idea de que a partir de este año se construirá un nuevo país.

Primero, sería bueno que para empezar intentaran ser lo más sinceros y honestos posibles, no dejarlo para el final, sino desde el inicio. Segundo, no comentan el gravísimo error de prometer que se cambiarán el nombre, como lo hizo el ahora expresidente, quien nos prometió mucho y al final no hizo casi nada.

Actualmente, alcanzar los pocos avances económicos, políticos y sociales que se obtuvieron en los dos menos malos gobiernos que ha tenido Honduras en los últimos 20 años, sería una labor titánica, más no imposible, siempre que exista y predomine la sensatez, el conocimiento, la meritocracia, la voluntad política, el consenso y los acuerdos para la búsqueda del bien común. Un balance sucinto e imparcial, tomando en cuenta algunos aciertos y desaciertos, nos pueden llevar a concluir que las administraciones de Carlos Roberto Reina Idiáquez (1994-1998) y Ricardo Maduro Joest (2002-2006) podrían ser consideradas como las dos menos malas que ha tenido el país en tan solo dos décadas.

Recordemos que Reina Idiáquez antes de iniciar su mandato dijo que Honduras no era un “país pobre sino que un país mal administrado”. Inició una cruzada que denominó “revolución moral” devolviendo un asno que con cariño una reconocida religiosa le había regalado, pero luego sus mismos parientes se encargaron de empañar aquella iniciativa.

Sin embargo, se alcanzó un servicio militar educativo y voluntario; hubo una readecuación de las relaciones entre el poder civil y los militares, y se sentaron bases de una mejor aplicación de la justicia entre otras cosas. Maduro Joest, quizá por su tragedia personal, prometió más enfrentar la inseguridad, afrontar el secuestro y el cese de la impunidad de las mafias y los delincuentes. A medias lo logró, pues la delincuencia también es un factor de estómago, desempleo y falta de educación.

No enfrentó con “mucha energía”, como lo prometió, la reducción de la pobreza, pues aún sigue afectando a más del 80% de la población. Sin embargo, alcanzó con éxito los procesos de condonación de la deuda externa como la Iniciativa para los Países Pobres Severamente Endeudados. Un buen logro, que otros vinieron y arrollaron sin el menor escrúpulo con irracionalidad y corrupción desmedida.


El gobierno de Reina Idiáquez fue el que menos emigrantes reporta en la espiral migratoria, y que en nuestros estudios sobre esa materia denominamos el éxodo de la pobreza, que inició a partir del gobierno de Rafael Leonardo Callejas (1990-1994) con la aplicación de medidas de ajuste estructural mejor conocidas como “paquetazos”, y una serie de políticas neoliberales, mal aplicadas, que han estado desarrollándose hasta la fecha.

No debe olvidarse que algunos funcionarios de los gobiernos antes mencionados y de subsiguientes administraciones fueron una lacra y se vieron envueltos en varios escándalos de corrupción.

Le succionaron un gran capital al Estado hondureño. Unos deberían estar tras las rejas, pero están libres, e inclusive fueron premiados, con el servicio diplomático o una curul en el Congreso Nacional que, con las honradas excepciones, porque sí las hay, poco a poco se han ido convirtiendo en las dos moradas, de los y las sinvergüenzas de Honduras.

Así que con una buena escogencia del engranaje gubernamental y una profunda limpieza del servicio exterior puede lograrse mucho para beneficio del país y de los hondureños. Con una sana administración que no esté contaminada, que sea más técnica y menos politiquera puede generarse un gran cambio y a la vez impulsar la reconstrucción de una nueva nación.

El país no necesita más demagogos, requiere de personas y funcionarios serios y capaces. También, de buenos líderes y estadistas que puedan generar consensos y asumir el reto de afrontar las crisis con inteligencia, humanidad, autoridad, equidad, honradez y valentía. No es cuestión de imponer, ni mandar al carajo a los ciudadanos, es construir el bien común.