Opinión

Verdaderos estadistas

Centroamérica ha tenido la desdicha, con honrosas excepciones, de haber sido gobernada por hombres y mujeres que no supieron aprovechar las múltiples ventajas que la región presenta para convertirse en una importante zona de paz, libertad, democracia y desarrollo, tal cual lo establece el Protocolo de Tegucigalpa en su artículo segundo.

Lamentablemente, esta corta visión ha impedido, además, que los pobres pueblos centroamericanos gocen de grandes beneficios que se originarían en una integración centroamericana coordinada, ajena de envidias y disputas motivadas por liderazgos miopes y en su mayoría sustentadas en una injerencia militar que encuentra, en diferendos insignificantes y en la pobreza intelectual y filosófica de nuestros políticos, el caldo de cultivo para mantener la preponderancia y el costo que los ejércitos ya no deberían tener.

Después del proceso de integración liderado por el presidente José Simón Azcona, Vinicio Cerezo, Napoleón Duarte y acompañado astutamente en todo lo conveniente por Óscar Arias y Daniel Ortega, ningún otro grupo de presidentes ha dado al proceso de integración centroamericana la importancia que se merece.

Lejos de eso, los Estados han debilitado los órganos de la integración, dejando de nombrar a sus representantes o nombrando en ellos personas que no necesariamente reúnen las condiciones para ejercer esas posiciones y que llegan ahí sin motivación, castigados en muchos casos, pues no encuentran sentido al propósito integracionista y solo esperando “salir de la llanura” para volver a colocarse en una posición más conveniente.

Sin embargo, el castigo lo sufren las instituciones integracionistas que se desprestigian aceleradamente por la apatía y falta de idoneidad de los hombres y mujeres que las integran.

Centroamérica añora la presencia de líderes con visión de estadistas, que pongan primero el interés de la colectividad centroamericana y que, en vez de encontrar razones para iniciar disputas y conflictos, encuentren factores de avenimiento que permitan a la región desarrollarse de la mejor forma posible.

Es fácil imaginar una Centroamérica en la cual, en vez de discutir que tal o cual territorio es de este o aquél, encontremos la forma de asociarnos para potenciar las grandes ventajas geográficas de las que gozamos.

Determinar en qué regiones se da mejor un determinado cultivo y definir bajo este criterio, qué se sembrará en cada zona, debiendo proveer así a la región con productos de la mejor calidad y garantizar la seguridad alimentaria centroamericana y, si vamos un poco más allá, generar una mercadotecnia de origen con productos propios reconocidos como el café, el tabaco, azúcar y demás.

En vez de un canal que conecte el Pacífico con el Atlántico, podemos tener cuatro, marítimos, terrestres y ferroviarios. Sabemos que el Canal de Panamá no cubre más del 30% de la demanda, así que cualquier disputa sobre este tema evidencia egoísmo y falta de visión.

En vez de estar haciendo puertos por todos lados, muchos de ellos ineficientes y peleando por un “conejo”, construyamos los que se necesiten en los lugares más propicios y compartamos los beneficios de su explotación, tal cual lo hacen los empresarios que se asocian en un emprendimiento común, sin importar nacionalidades.

Lo han hecho los europeos conectando Inglaterra con Francia a través de un supertren, lo han hecho los suramericanos con represas que comparten el caudal de sus ríos. ¿Qué nos hace diferentes?

Debemos dejar de ver fantasmas de guerra en la región y mucho menos pensar en seguir gastando los exiguos recursos en armas o ejércitos; en vez de estar cuidando seis fronteras, solo debería ser necesario vigilar dos, la de Panamá con Colombia y la de Guatemala con México. El libre tránsito de personas debería ser una realidad y la lucha contra el crimen una prioridad conjunta, coordinada y estratégica.

No imaginan el daño que causan a nuestros pueblos haciendo sonar tambores de guerra que espantan la inversión y con ello el empleo que nuestra gente tanto necesita.

La irresponsabilidad de los políticos que nos dirigen debe ser sustituida por la responsabilidad, la madurez y seriedad de verdaderos estadistas, que tomen sus propias decisiones y que eviten caer en las garras o trampas que les coloquen aquellos que aún siguen soñando con una Centroamérica incendiada, que justifique su existencia.

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