TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “Mi general, el señor Presidente ya salió de Casa Presidencial... Va para su casa en Tres Caminos, antes de irse le ordenó al comisionado Osorio que capture a Roberto Micheletti donde lo vea”, le alertó un infiltrado que el general Romeo Vásquez Velásquez tenía en Casa Presidencial.
Era la medianoche del 27 de junio de 2009 y al gobernante Manuel Zelaya Rosales solo le faltaban seis horas como Presidente de la República.
El espía que tenía el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (FF AA) era nada menos que el director de Inteligencia, según lo relata el mismo Vásquez Velásquez en su libro “Ambiciones peligrosas: las tentaciones del poder”.
Hoy se cumplen diez años de aquel hecho histórico que marcó un antes y un después en la democracia hondureña, que dejó muertos, heridos, daños a la economía, aislamiento del país ante la comunidad internacional y una división de la sociedad de la que todavía
hay rescoldos.
El tema que dio origen a aquella crisis política fue la reelección. Zelaya pretendía consultarle al pueblo: “¿Está usted de acuerdo que en las elecciones generales del 2009 se instale una Cuarta Urna en la cual el pueblo decida la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente?”.
La Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Supremo Electoral, el Ministerio Público, las FF AA y los sectores políticos, económicos y las iglesias se opusieron porque sospechaban que Zelaya pretendía una Constituyente para posibilitar la reelección para su beneficio. Otros aseguraban que, tras la consulta, el jefe del gobierno iba a disolver los poderes del Estado y se quedaría en el poder.
Lo curioso es que el mismo tema de la reelección es el que mantiene hoy en confrontación al país y con un ambiente nebuloso porque aún no se logran los consensos para aprobar la totalidad de las reformas electorales.
La crisis de 2009 fue tal que quienes lo promovieron hablaban de una “sucesión constitucional”, pero luego la Comisión de la Verdad despejó las dudas al calificar la salida abrupta de Zelaya como un “golpe de Estado al Ejecutivo”.
Ese golpe generó muchas consecuencias y hay quienes hablan de otra década perdida como la de los ochenta. “Las coyunturas acumuladas en estos últimos diez años representan un agravamiento sistémico con implicaciones devastadoras en distintos órdenes”, según el analista e historiador Mario Argueta.
Para el analista Víctor Meza, el golpe de Estado “aceleró el retroceso político e institucional
de Honduras”.