Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.
SERIE 1/2
Inicio
Cuando se dio la transición de la vieja y vilipendiada Dirección Nacional de Investigación (DIN) hacia la nueva Policía de investigación técnica, científica y profesional (DIC) quedó un vacío que duró algunos meses. Fue en ese tiempo en que sucedió un caso que, al inicio pareció no importarle a nadie. Los agentes del DIN estaban quedando sin empleo y los detectives de la DIC no tenían poder todavía para iniciar una investigación, sin embargo, uno de los nuevos agentes, con autorización del doctor Wilfredo Alvarado, se hizo cargo del caso “solamente para documentarlo”.
“Que les ayude Gonzalo Sánchez –dijo el director–; a ver qué tal les va”.
Era una especie de experimento. Todavía la Dirección de Investigación Criminal (DIC) estaba en la sala de partos.
Caso
Se trataba de la muerte de una mujer joven cuyo cadáver fue encontrado desnudo en la salida al sur. Un chofer de camión que se bajó a hacer sus necesidades al otro lado del muro de piedra, vio el cuerpo tendido sobre la grama amarillenta y del susto se fue hacia atrás.
Estaba tendido de espaldas, tenía los ojos entreabiertos y le habían rellenado la boca con su propio blúmer; además, tenía un pómulo inflamado, como si la hubieran golpeado con fuerza, y tenía varias líneas de color púrpura alrededor del cuello. Cuando el forense sacó el blúmer de su boca, se lo entregó a Gonzalo Sánchez para que lo embalara. Este, luego de verlo por unos segundos, dijo:
“Doctor, este blúmer lo metieron a la fuerza en la boca de la víctima antes de matarla”.
El doctor no le hizo caso. Gonzalo dio media vuelta y se dirigió a dos agentes de homicidios de la DIC.
“Como vemos –les dijo–, hay sangre en la prenda y no se trata de unas simples gotas. Además, esta sangre está en una parte alejada de la que corresponde a la vulva de la muchacha, por lo que podemos descartar que se trate de sangre menstrual”.
Los detectives escuchaban en silencio.
Gonzalo, sin perder el tiempo, les hizo una señal y dio dos pasos hasta ubicarse frente a las piernas desnudas de la víctima. Luego de ponerse un par de guantes, separó un poco la piel de las piernas, ya rígidas y frías, y agregó:
“La muchacha no estaba en su período –murmuró–; no hay sangre en la entrada vaginal ni en la entrepierna”.
Se puso de pie.
“¿Alguien puede decirme de dónde apareció esta sangre?”
La pregunta se quedó en el aire.
“¡Abogado –dijo, por toda respuesta, uno de los agentes–, ha de ser sangre de Cardona! Mire que anda vendados los dedos de la mano derecha”.
Cardona era un muchacho de apenas veinticinco años, maestro de educación primaria y estudiante de la carrera de leyes que había aprobado los exámenes para formar parte de la nueva Policía de investigación criminal con excelentes calificaciones. Era un investigador nato y desde que conoció el caso de la mujer muerta en la carretera del sur, se ofreció para investigarlo. A él se dirigió el doctor Alvarado cuando dijo:
“¡Qué les ayude Gonzalo Sánchez!”
Aquella tarde llevaba una venda que le cubría los dedos de la mano derecha.
“Me herí los dedos con la cadena de la moto –había dicho–, pero ya están sanando”.
Por supuesto, aquello no era impedimento para que se dedicara en cuerpo y alma a su primer caso criminal, que era, a la vez, uno de los primeros casos de la DIC.
“El que crea que la investigación de un caso criminal tiene espacio para bromas, no hace nada en la DIC –dijo Gonzalo Sánchez–. No quiero distracciones. Estará conmigo el que quiera aprender este oficio, de lo contrario, puede quedarse en su escritorio echando raíces”.
“Disculpe, abogado”.
Observaciones
“Un buen investigador criminal observa bien la escena del crimen –añadió Gonzalo, como si no se hubiera interrumpido–, no deja escapar detalle y no se olvida nunca que cada detalle de la escena tiene un significado, lo que quiere decir que cada detalle de la escena habla, nos dice algo sobre lo sucedido, tanto a la víctima como al victimario, y lo que pasó alrededor de los dos”.
Hizo una pausa.
“Vemos sangre en el blúmer –agregó–, y suponemos que el blúmer es el que usaba la víctima la noche en que fue asesinada, porque está claro que fue asesinada anoche en algún lugar cerrado donde estuvo haciendo el amor con su asesino… Vemos que está desnuda y creo que fue atacada después de que tuvo sexo…”
Los detectives seguían sus explicaciones con total atención.
Gonzalo se agachó cerca de la cabeza de la muchacha.
“También hay sangre en los dientes centrales de arriba –dijo, levantando con las puntas de dos dedos el labio superior–, lo que nos dice que la mujer fue atacada de repente, pero que se defendió y gritó pidiendo ayuda.
Podemos creer que estaban en un lugar donde sus gritos no pasarían desapercibidos por mucho tiempo, por lo que su atacante le metió el blúmer en la boca para hacerla callar. Fue aquí que ella lo mordió y lo hizo con tanta fuerza que le hirió la mano o los dedos, entonces él la golpeó en el pómulo y la hizo perder el sentido. Una vez indefensa, la estranguló”.
Gonzalo vio por un momento la piel del cuello.
“¡Lo dicho! –exclamó con acento triunfal–. ¿Ven estos rastros de sangre?”
Señalaba una parte del cuello, a la izquierda, que tenía una mancha aplastada de color rojizo.
Más
“Por alguna razón, la pareja discutió –agregó Gonzalo, poniéndose de pie–, y la discusión terminó en esto”.
Se agachó de nuevo, tomó la mano derecha de la muchacha, revisó las uñas y dijo:
“Tal vez no tuvo tiempo de clavar las uñas en la piel de su asesino. No hay rastros de sangre o piel en ellas”.
Luego tomó la mano izquierda y se quedó observándola por largos segundos.
“Creo que esta era una mujer casada –dijo–. ¿Ven la señal que dejó en el dedo anular un anillo? Pues, para que esta señal sea tan clara significa que usaba el anillo permanentemente y desde hace largo tiempo, y una persona usa un anillo de esta forma solo si es el anillo de matrimonio…”
Hubo un momento de silencio. Los detectives escuchaban con atención.
“¿Supongo que están aprendiendo algo?” –les preguntó Gonzalo, lanzándoles una rápida mirada.
“Sí, abogado –respondió uno de ellos–. Creo que no me equivoqué al escoger esta profesión”.
“¿Cardona?”
“Estoy impresionado, abogado…”
Gonzalo se puso de pie.
“El anillo se lo quitó el asesino –añadió–, y si ya notaron algo, podemos deducir que el anillo es costoso, aunque no creo que haya sido esta la razón por la que el criminal se lo quitó...”
“¿A que se refiere, abogado?”
“¿Ven los rasgos de la muchacha? Finos, el pelo bien cuidado, dientes casi perfectos y la piel tersa… Quizás se trate de una persona de clase media o media alta que no estaba satisfecha con su cómoda vida…”
“Y que fue asesinada por su amante –murmuró el primer detective, levantando un índice.
“Es una mujer joven –respondió Gonzalo, quitándose los guantes–, quizás de unos veintiocho años, con hijos, a juzgar por la flacidez de sus senos y las estrías de su abdomen, y casada, todavía en unión al esposo… Como usted, creo que llegó hasta algún lugar, probablemente un motel, con su amante, y allí, este la mató”.
“Tal vez ya estaba separada del esposo”.
“De ser así, la huella del anillo no estaría tan clara… Más bien, creo que ella engañaba a su esposo, del que tal vez no podía separarse por ciertas conveniencias. El que use el anillo de casada permanentemente nos dice que debe aparentar solidez en su matrimonio…”
“¿Y si ella se quitaba el anillo cuando estaba con su amante?”
“Es posible pero, ¿para qué? No creo que a su amante le molestara que lo acariciara con el anillo… Tal vez eso le agregaba algo de morbo a la relación íntima…”
“¿Cómo vamos a saber quién es?”
“Primero, vamos a esperar a que alguien busque a una mujer desaparecida y a que la reconozca en la morgue… Luego lo comprobamos con las huellas digitales”.
El detective calló por un momento.
“¿Qué sigue ahora, abogado?” –preguntó, poco después.
“Que la gente de inspecciones oculares se estrene en este caso –respondió Gonzalo–. Quiero que busquen indicios en la zona, alrededor de la escena del crimen… Tal vez hallemos algo más de su ropa, aunque creo que el asesino se la llevó para deshacerse de ella en otro lugar”.
“¿Algo más?”
“Vamos a formar un equipo que visite los moteles de la zona… Quiero tener un registro de todos los vehículos que entraron desde ayer hasta medianoche…”
“¿De qué nos va a servir eso, abogado?”
Gonzalo le dedicó una mirada molesta a Cardona.
“En investigación criminal hay algo que se llama Perfil geográfico –le dijo–, y sirve para ubicar el hecho en un área determinada… Nosotros vamos a partir del lugar donde encontramos el cuerpo. El criminal salió de algún lugar cercano con el cadáver, y tenía prisa por deshacerse de él, tanto así, que no le interesó vestirlo.
Tal vez subió por la carretera o tal vez bajó, siempre buscando un lugar a propósito para dejar el cuerpo. Si vemos bien este sitio, hay un espacio para estacionarse. Allí fue donde se estacionó el chofer del camión que descubrió el cuerpo mientras buscaba un lugar dónde hacer sus necesidades.
El asesino hizo lo mismo, se estacionó, sacó el cadáver, lo pasó por el muro de piedra y lo trajo hasta aquí, unos diez metros más acá del muro… No debe ser un hombre muy fuerte porque me parece que después de sacar a la mujer del carro y pasarla sobre el muro, se sintió cansado y tuvo que arrastrar el cadáver hasta aquí… Se ven las huellas sobre la hierba y en la espalda de la muchacha hay algunos raspones post mortem…”.
Nota
Por aquel momento, la cátedra sobre investigación criminal había terminado. Gonzalo dejó en la escena a los técnicos de inspecciones oculares y esperó a que el cadáver fuera identificado, aunque no tuvo que esperar mucho tiempo. Dos horas después de que el cuerpo entró a la morgue, su esposo la reconoció.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...