TEGUCIGALPA, HONDURAS.- A Róger lo encontraron muerto en un remanso del río Choluteca, en Comayagüela. Ya estaba en estado de descomposición. La mamá denunció que lo habían raptado en el barrio Campo Cielo, en Choluteca. Se lo llevaron unos hombres en un carro. Lo habían llamado por teléfono para un trabajo. Nadie lo volvió a ver con vida.
Pero Róger era un viejo conocido de la Policía y, por la forma en que le dieron muerte, los agentes de homicidios estaban seguros de que se trataba de una venganza, más que de un ajuste de cuentas. Sin embargo, se preguntaban ¿qué había hecho aquel hombre para merecer aquella muerte, y muerte de torniquete al cuello?
Eso era lo que los detectives tenían que averiguar.
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Herida
Cuando los agentes de la DPI llegaron al Hospital del Sur a documentar el atentado que acababa de sufrir una mujer de cincuenta años en una calle concurrida del Mercado Nuevo de Choluteca, les llamó la atención un detalle. Un testigo dijo que un “chavalo la había seguido de cerca y que en un abrir y cerrar de ojos le clavó un cuchillo por la espalda”.
“¿Recuerda cómo era el chavalo?”.
“No era muy alto, pero ya lo he visto varias veces en el mercado… Es cara larga, con papada y medio calvo, a pesar de que es joven”.
“¿Podría reconocerlo si lo ve en una fotografía?”.
“Claro que sí. En el mercado es conocido…”.
Cuando llegaron a las oficinas de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), le mostraron al hombre una serie de fotografías. No tardó en reconocer a Róger.
“¿Está seguro de que es él?”.
“Seguro”.
“¿No se confunde con otro?”.
“No”.
Este detalle lo recordaron los detectives cuando les llegó desde Tegucigalpa la información del cadáver encontrado en el remanso del río Choluteca.
“Es el mismo”.
“Estamos seguros de eso. La mamá lo reconoció”.
“Entonces estamos en lo cierto en nuestra hipótesis del crimen: se trata de una venganza”.
“¿Quién es la mujer a la que apuñaló por la espalda en el mercado?”.
“Es algo que acabamos de averiguar… Es su tía… Hermana de su mamá…”.
“¿Su tía?”.
“Así es”.
“Pero, ¿por qué quería matarla?”.
“Es algo que tenemos que averiguar”.
“¿Ha dicho algo la víctima?”.
“No estuvo mucho tiempo en el Hospital del Sur, y, en realidad, no estuvo en grave peligro. El cuchillo no dañó órganos importantes… Fue la pérdida de sangre y el susto, nada más”.
“¿Hablaron con ella?”.
“Sí, y se asustó mucho cuando le dijimos que fue su sobrino el que la quiso matar”.
“Y, ¿qué dijo?”.
“Pues, tomó una actitud algo extraña… Cuando le dijimos que Róger era el que la atacó, se puso más pálida y se cerró la boca, como si tuviera miedo… Y fue difícil sacarle una palabra más… Pero todo cambió cuando le dijimos que habían encontrado a su sobrino muerto en el río, en Tegucigalpa”.
“¿Ah, sí?”.
“Sí. Era como si la noticia le trajera algo de tranquilidad…”.
“Eso significa que el tal Róger la tenía amenazada, o que le tenía miedo por algo…”.
“Bueno, ¿cómo no tenerle miedo si era un delincuente peligroso?”.
“Tenés razón”.
Siguió a esto un momento de silencio.
“¿Qué más supieron del tal Róger?”.
“Pues, nada relevante, o nada nuevo, por mejor decir las cosas. Solo que la abuela murió hace un par de meses, por covid… Tenía ochenta años…”.
“Y, ¿eso qué aporta a la investigación?”.
“Pues, nada… Digo yo”.
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Llamada
Una tarde, dos semanas después del entierro de Róger, un hombre llamó a la Policía, y dijo:
“Yo sé quién mató al chavalo aquel, al malandrín que encontraron podrido en el río Choluteca, en Tegus…”.
“¿Usted sabe?”.
“Sí… Y sé por qué lo mataron”.
“Ah, sí… ¿Y le va a decir a la Policía lo que usted sabe?”.
“Si no me meten a problemas, la mera neta que se los digo…”.
“A ver, lo escucho”.
“Miren –dijo el hombre–, hablen con la tía, la señora a la que ese man quiso matar por la espalda… Ella sabe más de la cuenta…”.
“¿Qué es lo que sabe?”.
“Pues, miren que ese chavalo era delincuente; se llevaba en el mercado robando y extorsionando negocios, y también vendía droga… Pero, parece que era el niño bonito de la abuela, aunque él era bien basura con ella… La señora se murió, por esa enfermedad que anda pegando, y por ahí dicen que le echan el muerto a él… o sea, que él fue el que la contagió y que no quiso que la llevaran al médico para que se muriera y quedarse con la casa…”.
“Y, ¿quién dice eso?”.
“Uno de los menes que camina con él. Eso dice. Y dice, también, que fue por eso que quiso matar a la tía, porque ella era heredera de la casa… bueno, con los otros hermanos… Dos más creo que son…”.
“A ver, a ver; vamos por partes… Usted dice que al chavalo aquel le echan que la abuela se haya muerto por covid… ¿Es así?”.
“Sí es así, yo no sé, pero aquí se dicen esas cosas. Parece que él se infectó y llevó el virus a la casa, que infectó a propósito a la viejita, y que dejó que se muriera… Es más, ahí están los testigos de que a la señora la llevaron al médico hasta que ya tosía como con tos de perro… Y no aguantó mucho en el hospital; no más cuatro días…”.
“Y como la tía y los hermanos se van a quedar con la casa, por eso quiso matar a la tía…”.
“Y a lo mejor a los otros hermanos, para quedarse él con la casa, ya que la señora no dejó testamento”.
“Me parece buen motivo…”.
“Yo no sé nada más de eso; lo que sé les digo… Pero no quiero que me meta a problemas…. Miren que los amigos de ese chavalo son peligrosos…”.
“No se preocupe, nadie lo va a meter en problemas… Vamos a investigar lo que nos dice… ¿Tiene algo más que agregar? ¿Algo que se le haya olvidado?”.
“No, nada más… Pero, si me acuerdo de algo, los llamo”.
“Una pregunta”.
“Dígame”.
“¿Usted sabe o tiene alguna idea de quiénes son los que lo mataron? Usted dijo al inicio que sabía quiénes fueron los que se lo llevaron…”.
“Sí, eso fue lo que les dije, pero, pensándolo bien, mejor hablen con la tía, la herida, y así ya no me meto más a líos…”.
“¿Usted cree que fueron los hermanos de la mujer herida?”.
“Pues, no sé bien… No sé… Lo que sí sé bien es que la viejita se murió, que ese chavalo, el muerto, Róger el Pando, no la quiso llevar a tiempo al médico, como que si le convenía más que se muriera, y que a lo mejor por allí le viene el odio de los otros… o sea…”.
“¿De los hermanos? Eso quiere decir, ¿verdad? No se preocupe, no tenga miedo que lo que usted nos diga aquí se queda… Es más, fíese bien que ni siquiera lo conocemos…”.
“Pero tienen mi número de teléfono”.
“Todo lo que usted nos diga es confidencial…”.
“Eso espero… Mire que aquí lo pelan a uno por andar de sapo… pero la verdad, la verdad, es que ese man era una peste… y si es cierto lo que dice el amigo, pues, fue él el que se llevó de encuentro a la viejita, y después quiso matar a la tía, para que nadie lo sacara de la casa…”.
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La tía
Cuando vio llegar a los detectives de la DPI, trató de esconderse. Estaba convaleciente todavía y se movía con dificultad.
“Queremos hablar con usted” –le dijeron.
“¿De qué?”.
“De por qué la quiso matar su propio sobrino”.
“Eso no me interesa… Él ya está muerto y hay que dejar a los muertos en paz”.
“¿Sabía que su sobrino fue el causante de la muerte de su madre? Sabemos que él estaba infectado con el coronavirus, que se lo contagió adrede a su mamá, y cuando ya estaba enferma, se negó a llevarla al médico… Hasta cuando estaba seguro de que no se iba a curar… Parece que todo lo hizo para quedarse con la casa…”.
“¿Quién les ha dicho todo eso?”.
“Pues, nosotros sabemos hacer nuestro trabajo, señora. Y sabemos, también, que la quiso matar a usted para que no se quedara usted con la casa, y que quería hacer lo mismo con sus hermanos… Sus hermanos que viven en Tegucigalpa, donde fue que encontraron el cadáver descompuesto de su sobrino…”.
“¿Qué es lo que quiere decir?”.
“Parece, señora, que usted bien sabe lo que estoy diciendo”.
“Yo no sé nada…”.
“Creemos que sus hermanos vengaron la muerte de su mamá… y el intento de asesinato contra usted…”.
“Mis hermanos no son asesinos… Y, además, somos hermanos… la mamá de Róger es hermana de nosotros…”.
Los detectives se miraron por un momento. Tenían la información que querían.
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Los hermanos
“Tenemos información sobre la muerte de su sobrino” –les dijo el detective.
“Ah, sí… Qué bueno… Y, a nosotros ¿qué nos puede importar?”.
“A ustedes tal vez no, pero al fiscal sí le puede importar mucho, y sobre todo, el hecho de que sean ustedes los principales sospechosos de la muerte de su sobrino…”.
“Vaya…”.
“Creemos que ustedes raptaron a Róger, lo trajeron hasta Tegucigalpa, lo torturaron, por la muerte de su mamá por coronavirus, y por el intento de matar a su hermana mayor…”.
“¿Eso creen ustedes?”.
“Sí…”.
“Y, ¿pueden ustedes probar eso?”.
“Tenemos informes…”.
“¿Pueden probar eso, o llamamos a un abogado antes de que empiecen a hostigarnos y a tratar de encaramarnos un muerto que, aunque está bien muerto, no fuimos nosotros los que lo matamos?”.
“Tal vez ustedes no, pero sí pudieron contratar a alguien…”.
“Eso es temerario, señor… Decir eso es una acusación sin fundamento… Y creo que nos quiere intimidar…”.
“A ver. El chavalo es un delincuente, vive con la abuela, abusa de ella, se droga, vende droga, extorsiona, delinque de todas maneras, ve la oportunidad de quedarse con la casa, infecta a propósito a la anciana y no permite que la atienda un médico cuando empieza a enfermarse; se muere la señora, deja la casa sin testamento, trata de matar a la tía, la hermana de ustedes, para quedarse con la casa, y después, seguramente, iría por ustedes, porque el chavalo tenía amigos en una banda, y son gente que no se toca el hígado para matar a nadie… Y, prueba de esto es que quiso matar por propia mano a su tía… ¿Qué más quiere que le diga?”.
“Pues, sí que tienen imaginación ustedes… Pero, le pregunto de nuevo, ¿estamos acusados de algo? ¿Tiene orden para detenernos? Si no es así, nos vamos… ya saben dónde encontrarnos…”.
Nota final
El caso sigue en investigación. Si es cierto que Róger quería la muerte de su abuela para quedarse con la casa, o pudo encontrar mejor cómplice que el coronavirus… pero en el camino cometió algunos errores…