RESUMEN. Un caso antiguo que impresionó a los mismos detectives que lo investigaron. Un caso que forma parte del Archivo Criminal de Honduras, esa parte oscura de nuestra historia que, aunque sea siniestra, no se puede separar de la memoria de nuestra sociedad. En opinión del general Héctor Gustavo Sánchez, el crimen, “por ser una actividad exclusivamente humana, responde a los cánones de la sociedad en que se cometen, y tienden a ser parecidos y motivados por las mismas causas. A fin de cuentas, los seres humanos estamos hechos con el mismo patrón, y la actividad criminal camina con el hombre desde el inicio de los tiempos. Pero, no basta con ver el caso criminal en sí. Hay algo más profundo en la actividad delictiva, y allí es donde hay que dedicar tiempo para el estudio, a fin de proponer acciones que nos ayuden a superar este flagelo. Mientras tanto, las pasiones humanas desenfrenadas seguirán produciendo víctimas para el cementerio, y huéspedes para los presidios”. Este caso es una muestra de lo que dice el general Sánchez. Pero, ¿qué fue lo que hizo don Martín? ¿Quiénes fueron sus cómplices perfectos en lo que hizo? ¿Cuáles fueron los motivos que tuvo aquel hombre para actuar así? Este fue un misterio que resolvió la Dirección Nacional de Investigación Criminal, (DNIC), en los tiempos en que la investigación criminal pasaba del viejo DIN, a una Policía científica, profesional y más efectiva.
Crímenes: Por el camino de la muerte
DON MARTÍN
“El primer error de don Martín -dijo el general-, fue dejarse ver en el pueblo al que había jurado no volver jamás. En verdad, fue una sola persona quien lo vio: un indigente de unos sesenta y cinco años que la mayor parte del tiempo la pasaba borracho”.
“Yo sé quien se llevó a Herminio” -les dijo a los agentes de la DNIC, después de beberse en dos tragos un nuevo octavo de guaro.
“¿Usted?”.
“Yo”.
“Díganos quién se lo llevó”.
“Martín Cárdenas”.
“Y ¿quién es Martín Cárdenas?”
Un ataque de hipo interrumpió al testigo.
“No le crean a este hombre -dijo el sargento responsable de la Policía del pueblo-; pasa todo el tiempo borracho, y nadie en sus cinco cabales creería en él...”.
“Yo lo vi cuando estaba en el parque..., en aquella banca... como a eso de las dos y pico de la tarde del viernes... Pasó en un carro rojo, alto, y se paró un rato, como para buscar algo... Allí fue cuando bajó el vidrio, y yo lo vi. Está más viejo, pero mis ojos no me van a engañar... Era Martín Cárdenas...”.
“Y ¿por qué dice usted que fue él el que se llevó a Herminio?”.
“Pues, por lo que ustedes deben saber bien... Herminio fue el que le mató la mujer y el hijo hace como... como diez o quince años...”.
“¿Herminio mató a una mujer y a su hijo?”.
“Sí... Fue allá por 1980... Mandaba mi general Polo Paz, y Herminio era poderoso en el departamento... Con los militares fue que se hizo rico... Y lo que se dijo esa noche fue que Herminio venía borracho manejando una Ford enorme que tenía, y no se sabe por qué, se salió de la carretera y se llevó de encuentro a la muchacha que llevaba al niño en los brazos... Dicen que venía de buscar a una enfermera del centro de salud porque el niño estaba con vasca y diarrea, y ya iba para la casa, que estaba allí, en las afueras del pueblo... Pero, de eso hace ya mucho tiempo...”.
Dijo esto el indigente, y sacó de un bolsillo del pantalón otro octavo de licor. Se lo bebió como agua, y eructó con fuerza.
“Aquí los más viejos conocen la historia -siguió diciendo-. Martín enterró a su mujer y a su hijo, y cerró la casa... Allí está todavía... Ustedes la pueden ver, sola y abandonada... Algún día se va a caer de vieja... Y Martín juró que nunca volvería al pueblo...”.
“Y ¿qué pasó con Herminio?”.
“Era poderoso, mandaba en el departamento, y no le hicieron nada... Pero, para mí, que Martín se guardó el odio todos estos años...”.
HERMINIO
En el tiempo que desapareció del pueblo era un hombre acomodado, de cincuenta años, casado y con tres hijos. Dijo la esposa que Herminio salió de su casa a eso de las tres de la tarde, porque tenía una cita con un comprador de ganado que venía de El Paraíso, y se fue solo para la hacienda, en las afueras del pueblo. Pero no regresó. Encontraron su carro, un Toyota 4X4 en el camino que lleva a la hacienda, con las ventanas abiertas, el motor apagado y la llave puesta. El encargado de la hacienda dijo que su patrón no llegó nunca, y que él lo estuvo esperando hasta que entendió que algo había pasado y que no llegaría. Era el mes de octubre de 1994. Cuando la DNIC se hizo cargo del caso, don Herminio llevaba cinco días desaparecido.
“Por lo que veo -dijo un agente, a sus compañeros-, no lo vamos a encontrar con vida”.
“Pero podemos encontrar al que se lo llevó”.
“¿Creen ustedes en lo que dice ese borracho?”.
“Sí. Nada perdemos con investigar a Martín Cárdenas”.
“Excelente”.
“Este hombre tenía razones para odiar a Herminio. Le mató a su hija y a su mujer... Y no pagó nunca ese delito... Tal vez esperó todos estos años, para que el matador de su familia se confiara, se estableciera, se enriqueciera, y, cuando más seguro se sentía, darle el golpe final”.
“Si este hombre tiene razón, es hora de que localicemos a Martín Cárdenas. Empecemos por ver qué tipo de carro tiene y dónde vive”.
“Aquí no queda nadie de la familia de Martín; ni de la de la esposa. Los padres murieron y los hermanos se fueron; tal vez por miedo a Herminio...”.
“¿Alguien sabe a dónde se fue a vivir Martín?”.
“Entrevistamos a muchas personas, y lo que conseguimos fue que corroboraran el relato del indigente. Herminio, borracho, mató a la mujer y al hijo de Martín. Este enterró a su familia, y se fue jurando que nunca volvería... Y por quince años no regresó, hasta esa tarde en que, supuestamente, este bolito lo vio, por pura casualidad...”.
“Y es extraño que Herminio fuera a reunirse con un comprador de ganado, al que tal vez no había visto nunca... Porque la esposa dice que Herminio no le dijo mucho sobre el comprador; pero sí, que quería bastante ganado lechero y de engorde para su hacienda de El Paraíso”.
“Y, ¿dijo la señora cómo se comunicó el comprador con su esposo?”.
“Pues, por teléfono... No sabe de otra forma... Y Herminio quería vender para invertir en bienes raíces en San Pedro Sula...”.
“Entonces, hay que ver quién se comunicó con Herminio por teléfono...”.
“Eso va a llevar mucho tiempo”.
“Pues, ese es nuestro trabajo...”.
Crímenes: En carne propia
DNIC.
Dos meses pasaron cuando a los detectives les llegó un reporte de la Empresa Hondureña de Telecomunicaciones (Hondutel), las llamadas que había recibido Herminio eran cinco, y fueron hechas desde teléfonos públicos de San Pedro Sula y Villanueva, en el departamento de Cortés.
“Entonces -dijo el agente a cargo del caso-, debemos entender que el comprador viven en la zona norte, y cerca de esas dos ciudades, porque se siente cómodo y seguro allí. Además, al llamar, hizo creer a Herminio que lo hacía desde El Paraíso, en el oriente, y que allí es donde tenía su hacienda... Pero, la zona en que se mueve Martín, si es que fue él quien lo llamó, está en el norte... ¿Qué tenemos del registro del carro?”.
“Tránsito de San Pedro tiene registrado un carro rojo de 1990, marca Toyota Hilux, 4X4, a nombre de Jesús López Lindo, con residencia en una aldea de Santa Cruz de Yojoa... No es que sea el único carro de ese tipo, de esa marca y de ese color, pero en esa aldea, o cerca de Santa Cruz de Yojoa, no hay más carros así... Además, el nombre del dueño es extraño. Nadie se llama Jesús López Lindo... Al menos es lo que yo creo”.
“Bueno, hay que ir a Santa Cruz de Yojoa”.
Y, diciendo y haciendo, los agentes fueron a Santa Cruz de Yojoa. Y lo primero que hicieron, fue hablar con el sargento encargado de la Policía.
“¿Conoce usted a Jesús López Lindo?” -le preguntaron, después de identificarse y pedirle la mayor discreción.
“Don Jesús... Sí, claro... Aquí todo el mundo lo conoce...”.
“¿Tiene un carro Toyota alto...?”.
“Color rojo... Sí...”.
“¿Sabe dónde vive?”.
“En una aldea pequeña cerca de aquí... Por el río...”.
“Y ¿sabe a qué se dedica don Jesús?”.
“Pues, tiene un negocio desde hace unos diez o doce años... Cría cocodrilos para venderlos... Hasta tiene su propia laguna...”.
Los agentes se miraron entre sí.
“¿Cría cocodrilos?”.
“Sí... Tiene una buena camada... Cuando ya miden dos y tres metros, se los vende a unos empresarios, que son los que los sacrifican por la carne y por la piel... Dicen que los manda para Estados Unidos... Pero, ¿por qué buscan a don Jesús?”.
“Necesitamos hablar con él. ¿Puede llevarnos?”.
“Claro”.
DON JESÚS
Lo encontraron sentado en una mecedora en el corredor de su casa, casi en el centro de su finca. Los agentes se identificaron, y él les dio permiso de pasar. A un lado estaba estacionado un Toyota 4X4 color rojo.
“¿Por qué quieren hablar conmigo?”. -les preguntó, luego de ofrecerles una silla.
“Porque lo consideramos sospechoso del rapto y posterior asesinato de Herminio Fonseca... Y, además, nos gustaría saber por qué se cambió el nombre de Martín Cárdenas a Jesús López Lindo”.
“Muchas cosas quieren saber ustedes...”.
“Sabemos que Herminio mató a su esposa y a su hijo hace ya catorce años...”.
“Quince, señor... Mi hijo tuviera diecisiete años... Y fuera todo un hombre... Pero ese borracho malnacido me lo mató junto con su mamá...”.
“Y, por eso, usted se hizo pasar por comprador de ganado, para llevarlo al lugar donde lo raptaría para llevárselo solo Dios y usted saben dónde...”.
“Tienen buena imaginación ustedes, muchachos... Y, sí; yo soy Martín Cárdenas... Y me cambié el nombre para olvidar el dolor de hace años, y para que nadie se fijara en mí... Por eso es que vivo solo, en mi finca, criando mis animalitos, y esperando el día en que a Dios se le ocurra llevarme para reunirme con mi esposa y mi hijo”.
“Herminio desapareció la misma tarde en que usted llegó al pueblo... Tenía una reunión con un comprador de ganado en su hacienda, a las tres... Y usted llegó al pueblo antes, a eso de las dos y media, alguien lo vio en su carro rojo”.
“¿Ah sí?”.
“Está por llegar el equipo de inspecciones oculares, con una orden de cateo... Vamos a buscar indicios que nos ayuden a aclarar la desaparición de Herminio”.
“Pueden buscar todo lo que quieran”.
“Creemos que usted lo raptó -siguió diciendo el agente-, que lo trajo hasta aquí, y que después lo mató, descuartizó el cuerpo, y se lo dio de comer a sus cocodrilos”.
“Martín sonrió”.
“Lo dicho. Tienen ustedes buena imaginación... Pueden espulgar hasta a mis animalitos”.
“Esperó todo este tiempo para vengarse”.
“¿Pueden probar eso?”
“Eso lo dirá el fiscal”.
“Ah”.
NOTA FINAL
En la laguna de la finca había quince cocodrilos jóvenes. Un empleado de Martín les dijo a los agentes que hacía un mes y medio, más o menos, su patrón había vendido cincuenta ejemplares adultos, y que seguramente ya los habían sacrificado. Consultaron con un experto, y este les dijo que la digestión de los cocodrilos es lenta, pero que, en un mes y medio habían hecho desaparecer cualquier cosa que se hubieran comido quince días antes.
Lo único que encontraron los técnicos de inspecciones oculares fue un tronco de árbol de ceiba, en el que se sacrificaban algunos animales. Pero de los restos de sangre que pudieron hallar, ninguno era humana.
“Hasta hoy -me dijo el general Sánchez-, el caso sigue sin resolverse, aunque en aquellos días, los detectives estuvieron seguros de que don Martín raptó a Herminio, y se vengó por la muerte de su familia... Si vive, don Martín, o don Jesús, debe tener unos setenta años...
Y lleva todavía su dolor encima. Los cocodrilos fueron los cómplices perfectos de su crimen; si es que fue él el que raptó y asesinó a Herminio”.
Crímenes: Una dolorosa despedida