Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
VISITA. Era casi la medianoche cuando se escuchó el motor de un carro frente al cerco de piedras de la casa de Julián. El carro se detuvo, se apagaron las luces, y se escuchó que se cerraba una puerta. Luego se cerró la otra. A esto siguieron voces. Eran voces roncas, de hombres que
se decían cosas entre ellos, y que, sin perder tiempo, y sin molestarse en llamar, abrieron el portón de reglas de madera, y entraron como si estuvieran en su propia casa.
“Mi marido estaba dormido -les dijo Nelly a los policías-, y roncaba bastante, como siempre. Yo oí todo aquello, pero no estaba segura de que estaban en mi casa, hasta que los escuché hablar... Uno de ellos decía que se había tardado dos años buscando a Julián, pero ya lo había encontrado”.
“¿Estás seguro de que vive aquí?” -le preguntó el otro hombre.
“Seguro... Lo estuve vigilando toda la tarde... para confirmar que era él... Está más viejo y más gordo, pero es él... Jamás voy a olvidar esa cara”.
Crímenes: Por el camino de la muerte
Fue en ese momento en el que Nelly despertó a su esposo. Pero este tardó en ponerse de pie. La puerta de entrada saltó hecha pedazos, y los hombres cruzaron la sala hacia el cuarto principal como si conocieran bien el camino. Cuando iban a abrir la puerta, se encontraron con una figura alta, que llenaba todo el marco, y uno de los hombres alumbró el rostro de Julián con la luz de un potente foco de mano.
“Por fin te encuentro, Julián -le dijo-. ¿Creíste que yo solo me iba a tragar los quince años de cárcel y que vos te ibas a quedar con todo?”.
“No, Chepe... Esperate”.
“¿Dónde está mi parte?”.
“Yo te la voy a dar... Solo que tenés que darme una semana”.
“¿Para qué? ¿Para qué te perdás otros dos años? ¿Sabés lo que pasé en la penitenciaría, contando los días, uno tras otro, hasta que me dieran la libertad condicional para venir a buscarte”.
“Yo te voy a dar lo tuyo”.
“¿Y lo de los tres muertos?”.
“Julián, podemos entendernos”.
“Me toca la parte de los tres muertos... No se murieron de gratis... Los cinco le pusimos el balde al camión, y teníamos que repartirnos por igual”.
“Yo te voy a explicar”.
“No quiero que me expliqués nada... ¿Cuánto llevaba el camión? ¿Seis millones? ¿Fueron exactos los datos que nos dio el chavo del banco? Sí... Yo lo leí en los periódicos... Y yo vi cómo los guardias del camión mataron a mi hermano y a los otros dos compañeros... Yo quise salvar a Memo, pero los guardias eran yuca, y se nos fueron encima... Pero, con todo eso, sacamos el billete y lo metimos al Jeep... Allí fue cuando me hirieron, y vos te la diste con las bolsas llenas de pisto... Y nunca, jamás, tuviste la delicadeza de ir a verme a la cárcel... Nunca fuiste capaz de darle a mi mujer un centavo, ni a la cuñada, ni a las esposas de los compañeros... Todo el billete te lo guardaste para vos solo, seguro de que yo no iba a salir de la cárcel... Pues, ya ves que te equivocaste... Aquí estoy”.
“Chepe, esperate... Mirá... Yo invertí el pisto... Y lo hice producir... Aquí hay suficiente para los dos... Vamos a vender un ganado y una madera de color, y te voy a dar tu parte... y la de los chavalos”.
“No vine por pisto, Julián... No”.
“Entonces...”
“Mi mujer me dejó después de tres años... La pobre tuvo que ponerse a trabajar de cualquier cosa para darles de comer a mis hijos; y hasta se metió con otro. Y yo la entiendo bien, y la perdono... Pero a vos no te puedo perdonar, porque tenías todo el dinero en tus manos, y no fuiste capaz de llevarles un poco a las familias de los que se sacrificaron para que vos te hicieras rico de la noche a la mañana”.
“Chepe...”
“¿Sabés lo que les hacen a los hombres en la cárcel? ¿No? No, ¿verdad? Pues te lo voy a decir... Me violaron... Muchas veces me violaron... Y me fregaron bien... He vivido con VIH quince años, tomando medicinas para no morirme de esa enfermedad”.
“Chepe, yo no sabía”.
“No, no sabías... No podías saberlo, pero bien que te quedaste con el dinero de todos tus compañeros, y te diste la gran vida... Hasta te compraste una hacienda, y tierras, y ganado, y un carro, y todo lo que el dinero de tus compañeros muertos y de tu buen amigo preso te pudo dar... Ahora, se te acabó la fiesta... Vine a matarte”.
“No, Chepe... Yo te voy a dar tu parte... Y la de los muchachos... esperate, no me matés, hombre”.
“Pisto no necesito, porque no tengo en quién gastarlo... Mis hijos ya están grandes, y se fueron de Honduras... Se avergonzaron de mí cuando supieron por qué estaba preso... Y la que era mi mujer, se metió con un man que le puso dos hijos más... y en el último parto se desangró y se murió... No te culpo de eso. No. Pero, sí te culpo de haberte aprovechado de la muerte de los muchachos y de mi desgracia... Vos viviendo como un rey, casado, con hacienda, con pisto, y nosotros muertos y presos, y condenados a muerte por esta enfermedad... ¿Qué más querés?”.
“Mirá, entendámonos, Chepe”.
Crímenes: Una dolorosa despedida
GRITOS. Nelly dio un grito en aquel momento. Chepe se había cansado de hablar. Puso la luz del foco de mano en la cara de Julián, y levantó hacia él una pistola. Luego, disparó dos veces. Julián abrió los ojos y empezó a caer, sin vida, mientras su esposa gritaba desesperada.
“Vámonos -dijo Chepe, cuando el cuerpo de Julián cayó muerto a sus pies-. Este miserable ya pagó... Ahora, me toca a mí... Pero, no voy a esperar mucho tiempo... El sida me va a matar más temprano que tarde... Me ha esperado más de lo que me dijeron los doctores”.
Nelly lloraba cuando los policías llegaron a su casa. Julián tenía al menos siete horas de haber muerto. Cuando les dijo a los policías lo que había pasado, y todo lo que habían hablado aquellos hombres, los agentes trataron de recordar. Uno de ellos hizo una llamada.
“Oíme -le dijo a uno de sus compañeros de la sección de robos-, ¿te acordás de un asalto que hubo hace como diecisiete años, de un camión de valores?”.
“Sí, me acuerdo -le respondieron-. ¿Por qué? Eso pasó hace mucho tiempo... allá por El Paraíso”.
“Exacto... ¿Cuántos delincuentes agarraron?”.
“Pues, si mal no recuerdo, murieron tres en el lugar del asalto, mataron a los tres guardias, y un delincuente quedó herido, y se recuperó en el Hospital Escuela... Le dieron veinticinco años de cárcel”.
“Pues, salió hace dos años... Y a ustedes les faltó uno de los ladrones, el que se llevó todo el pisto”.
“Es verdad... El dinero no se encontró nunca... El banco dijo que el camión llevaba poco más de seis millones de lempiras”.
“Exactamente”.
“¿Por qué preguntás por ese caso?”.
“Porque el que se llevó el dinero ya apareció... No lo encontró la Policía, por supuesto. Lo encontró el cómplice que salió herido en el lugar del asalto; el que se recuperó en el hospital... Salió de la cárcel hace dos años, y se dedicó a buscar al que se había llevado el pisto... Hasta que lo encontró, y lo mató”.
“¿Dónde?”.
“Estamos en la escena del crimen, en una aldea delante de San Estaban, Olancho... Le pegaron dos tiros en la frente... Lo ajusticiaron... Le llegó tarde la justicia, pero le llegó al final”.
“¿Estás seguro de que es el delincuente que faltaba?”.
“Sí. Es el que se llevó en un Jeep las bolsas del banco con el dinero... Tres de sus compañeros murieron, y uno fue preso... Creyó que había cometido el crimen perfecto, y se le olvidó que, en esta vida, el que la hace la paga; tarde o temprano, pero la paga. Es así”.
Crímenes: En carne propia
Nota adicional:
DOÑA MELISSA. Con estas líneas, quiero felicitar sinceramente a la señora Gloria Melissa Martínez Gallegos de Maldonado, esposa de don Eduardo Maldonado, por el gran logro académico que obtuvo recientemente, graduándose suma cum laude en una universidad de Tegucigalpa. Doña Melissa es una mujer buena, de gran corazón y que siempre está dispuesta a ayudar al que más necesita. Y son incontables las personas a las que ha bendecido con su bondad, incluyéndome. Hoy, al obtener su licenciatura, muestra una vez más su espíritu de superación, y es un ejemplo para hombres y mujeres que tienen que ver en el estudio el único camino para lograr una vida mejor y de muchos éxitos. Felicidades, doña Melissa. Que Dios la bendiga mucho más.
Sinceramente,
Carmilla Wyler