RESUMEN. Una mujer desaparece. Encuentran un cadáver en una cuneta, cerca de la colonia Sagastume, en la vieja salida a Olancho. Pronto se dan cuenta que es el cuerpo de una mujer que tiene al menos cuarenta y ocho horas de estarse quemando bajo montones de basura y llantas viejas. Los agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) se dan cuenta que una mujer con ciertas características desapareció de su casa hace un par de días. Fue al supermercado, y no volvió. El propio ministro de Seguridad se interesó en el caso, y lo presentamos en esta sección de diario EL HERALDO como una muestra de que la Policía de Investigación trabaja, y con buenos resultados.
MADRE
“Los agentes se dieron cuenta que una mujer había desaparecido de la zona de la salida al sur hacía un par de días -me dijo el general Gustavo Sánchez-, el forense dijo que era una mujer en los treinta años, con cicatrices de al menos dos cesáreas, con una fractura en el brazo derecho, y que la causa de muerte fue asfixia. El forense encontró restos de plástico grueso y cinta adhesiva pegada al cuello, en los tobillos y en las muñecas... Y los muchachos tenían el cuerpo, tenían algunas señas especiales, y con eso, fueron a la dirección que dejó una madre angustiada cuando llegó a la DPI a denunciar que su hija había desaparecido”.
El general Sánchez hace una pausa para tomar un poco de agua. No tiene mucho tiempo, pero le apasiona la investigación criminal, y le gustaría que este caso sea tenido como una muestra del trabajo limpio, científico y efectivo de la DPI.
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“Los muchachos fueron a la casa, y hablaron con la madre de la mujer desaparecida -siguió diciendo el general Sánchez, hojeando el expediente.
“¿Cuándo desapareció su hija?” -le preguntaron a doña Rubenia, la madre.
“El lunes en la tarde -respondió la señora-; dijo que iba al súper, y que no tardaría en regresar”.
“De aquí al súper, en Loarque, hay unos siete kilómetros” -le dijo uno de los agentes.
“No sé -respondió la señora-; pero uno siempre baja en bus de la Reynel”.
“¿Recibió alguna llamada su hija antes de salir de la casa?”.
“Siempre recibía llamadas, porque hacía trabajos de belleza a domicilio; como nunca pudo conseguir trabajo de maestra”.
“Y, ¿estos dos niños son los hijos de Rubenia?”
“Ellos son”.
“Y los tuvo por cesárea”.
“Sí, señor... Dos cesáreas, porque dicen los médicos que es que ella es muy estrecha de caderas... Pero, vaya a saber usted... Y ¿cómo sabe eso?”
“¿Rubenia, su hija, tenía alguna fractura?” -siguió preguntando el agente.
“¡Uy sí! -exclamó la señora-. Hace como diez años se cayó de una moto y se quebró el brazo izquierdo”.
“¿Izquierdo? -le preguntó el detective-. ¿Está segura? ¿No fue el brazo derecho?”Doña Rubenia se volvió hacia una de sus hijas que estaba detrás de ella, y le preguntó:
“¿Cuál fue el brazo que se quebró tu hermana, vos?”.
“El derecho, mamá... Cerca del hombro”.
“Ah sí... El derecho” -repitió doña Rubenia.
“¿Rubenia está casada?” -siguió diciendo el detective.
“No, señor... -contestó la señora, torciendo los labios-. Mi hija ha tenido mala suerte con los hombres... Es que eso les pasa a las hijas desobedientes, que no oyen los consejos de la madre... Apenas un bueno para nada les dice ‘que bonitos tenés los ojos’, y allí van, con los trapos para afuera... Viera qué luchas las que he tenido con mis hijas... ¡Si supiera!”.
“Mamá, los señores no le están preguntando eso” -le dijo una de las muchachas.
“Rubenia se juntó con el papá de los niños hace quince años -siguió diciendo la señora, sin hacer caso de su hija; pero se separaron porque él se fue para Estados Unidos, y allá se hizo de otro hogar... Y Rubenia, pues, sin tener apoyo de marido, se metió con otro hombre... Y ese le salió peor”.
“Señora -le dijo el agente-, tengo una mala noticia que darle”.
La señora palideció.
“Encontramos el cuerpo de su hija... Alguien se la llevó a la fuerza, y le quitó la vida”.
Era el comienzo de un dolor que no se acabaría nunca. Pero, ahora los agentes necesitaban el número de teléfono de Rubenia. Y no tardaron en tener el registro de las últimas llamadas que recibió. Dos eran de una amiga que vivía en Loarque y que se dedicaba a hacer trabajos de belleza, como ella.
LA AMIGA
Los agentes no tardaron en localizarla. Cuando vio que varios hombres llegaban a su casa, la mujer trató de esconderse; pero una de las niñas que estaba en la casa, les dijo:
“Mi mamá se escondió en el cuarto debajo de la cama”.
El agente a cargo pidió permiso para entrar a la casa, y una señora de edad avanzada, y que peinaba canas, le dijo que entrara.
“Llevame hasta donde está escondida tu mamá” -le dijo a la niña, a manera de juego.
La niña lo llevó hasta el cuarto. La mujer salió de debajo de la cama.
“¿Por qué se le esconde a la Policía?” -le preguntó el detective.
“Es que creí que eran los cobradores”.
“Los cobradores no vienen a las casas en patrullas, señora... Venga, que queremos hablar con usted de su amiga Rubenia... Y no le aconsejo que nos mienta, porque ya sabemos más de lo que usted se imagina”.
La mujer, que se llamaba Sandra, salió de debajo de la cama, y, con los policías, fue a la sala.
“Para que no tenga ganas de mentirnos -le dijo el agente-, le voy a decir algo que usted sabe muy bien... Usted estuvo mensajeándose y llamando con Rubenia, desde el mediodía del lunes... Hay trece llamadas... Usted se quedó de ver con ella en Loarque, para acompañarla al supermercado... Rubenia bajó... Pero no sabía que usted estaba en comunicación con un hombre que se llama Roberto, el exmarido de Rubenia, papá del segundo niño, y del que se dejó hace tiempo... Tenemos el registro de llamadas de su teléfono al de Roberto, tenemos una fotografía de Roberto con Rubenia, vieja, por supuesto, y estamos localizando a Roberto en este momento... Es cosa de horas para que lo hayamos encontrado... Por eso, quiero que me diga ¿cuánto le pagó Roberto para llevar a Rubenia engañada a Loarque? Porque al supermercado no entró nunca, ya que revisamos las cámaras de vigilancia... No aparece Rubenia. Y sí tenemos registro de las cámaras de seguridad del centro comercial que está cerca de allí, y vemos a Rubenia bajarse de un bus de la “Reynel Fúnez”, y en ese momento recibe una llamada, una última llamada, y quien la llamó es usted... Seguramente le dijo que bajara, entrando a Loarque, porque allí la estaba esperando. Tal vez ella se extrañó, pero confiaba en usted. Y ella caminó hacia atrás, bajó por la estación de taxis, entró a Loarque, hacia el puente, y se perdió... para siempre. Usted la estaba esperando en un carro, con alguien adentro; alguien que le pagó a usted para que le llevara a Rubenia... Y sabemos que ese alguien es Roberto, el exmarido, que tenía meses de estar detrás de ella, y ella lo rechazaba... Así que, o habla ahorita con nosotros, para que el fiscal del Ministerio Público le ayude, o la vamos a acusar de cómplice de rapto y asesinato de su amiga Rubenia, y eso, según el Código Penal, se paga con muchos años de prisión; tantos, que cuando usted salga de la cárcel, va a ser abuela... ¿Me entiende bien lo que le estoy diciendo?”.
Sandra se derrumbó. Pronto, entre lágrimas, dijo: “Yo no sabía que la quería para hacerle daño”.
“Daño no, Sandra... La quería para asesinarla... Y usted le ayudó”.
“Yo no sabía”.
“Bueno, por mientras se le refresca la memoria, y nos cuenta todo, díganos dónde vive Roberto”.
“En Aguas del Padre, yendo para Santa Ana”.
En aquel momento, el agente recibió una llamada. Habían localizado a Roberto.
“¿Ya está bajo custodia?”.
“Ya”.
“Bueno, nos vemos en la DPI”.
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NOTA FINAL
El general Héctor Sánchez se pone de pie. “En pocas palabras -me dijo-, ese es el caso... Los muchachos trabajaron rápido, como verdadera Policía Científica, y resolvieron el caso... Y siguen trabajando para resolver más crímenes, y poner ante la Justicia a los que creen que pueden matar y quedar sin castigo. Roberto va a pasar unos buenos treinta años en la cárcel, sencillamente porque el que la hace la paga... Y nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro ser humano”.
Me despido del general, y me promete que me va a presentar más casos para que los ponga en manos de los lectores y lectoras de esta sección, y para que la sociedad se dé cuenta que la Policía Nacional sirve, protege y salva, y que Gustavo Sánchez se está esforzando por darle seguridad efectiva a los hondureños.
“Pero, la seguridad no es responsabilidad solamente de la Policía o del Ministerio de Seguridad -concluye-; todos debemos ayudar para que Honduras sea un país más seguro cada vez. Hasta ahora, hemos tenido muchos logros; y vamos por más. Con la ayuda de la población haremos un trabajo más rápido y más efectivo, aunque los detractores de oficio digan lo contrario”.