EL CHOLO. Era joven cuando lo mataron. La Policía lo conocía desde hacía mucho tiempo porque era uno de los vendedores de drogas más escurridizos de Puerto Cortés, y por eso, su muerte no impresionó a los agentes, ya que sabían que era algo que sucedería más temprano que tarde. Por supuesto, los agentes sabían muy bien que el Cholo no trabajaba solo. Tenía una cómplice a la que controlaba con mano de hierro, y con mucho dinero: su esposa Karen. Sin embargo, de esto no tenían más que indicios, rumores de informantes poco confiables, que no entusiasmaban a ningún fiscal, por lo que Karen no era señalada como persona de interés para la Policía.
Karen era bonita. Baja de estatura, pelo pintado en castaño, ojos claros y un cuerpo apreciable. El Cholo la amaba, y ella lo amaba a él. Es más, ella lo adoraba. Además, el Cholo era bueno con ella. Por eso, cuando lo mataron, Karen mostró todo su dolor en la escena del crimen.
Los testigos dijeron que el Cholo estaba sentado en el bordo de una acera, tomándose un refresco mientras hacía llamadas por teléfono, cuando se le acercó un hombre, al que supuestamente conocía porque lo saludó con un gesto, sin dejar de hablar por su celular. Pero el hombre no iba a conversar con él. Sin decirle nada, sacó de debajo de su camisa una pistola, le apuntó a la cabeza y le disparó en tres ocasiones. El Cholo se mantuvo en su sitio por unos segundos, mientras la sangre, mezclada con astillas de hueso, pedazos de cerebro y cabellos, saltaba hacia adelante. Un testigo dijo que los ojos de el Cholo quedaron fijos en su asesino, que su boca se abrió y cerró varias veces, como si quisiera decirle algo, y, después de unos segundos, cayó hacia adelante. Entonces, el sicario le disparó dos veces más en la parte de atrás de la cabeza. Después, se guardó la pistola debajo de la camisa, y se fue caminando como si estuviera de paseo.
“¿Usted vio bien al asesino?” -le preguntó uno de los agentes al más conversador de los testigos.
“Bien, bien, como que no, señor -respondió el testigo-. Como ahora están de moda las mascarillas, este man andaba con gorra y con mascarilla; pero, en lo que a mí me parece, el muerto ya lo conocía, porque lo saludó con la cabeza cuando vio que se le acercaba”.
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“Entonces, ¿no podría hacer una descripción del asesino?”
“No, señor. Es alto, recio y camina despacio, como que resiente el peso”.
“Entonces es gordo”.
“No gordo; pero, sí es fornido”.
Así fue como terminó el Cholo. Su cuerpo estuvo tirado en la calle más de dos horas. Karen lloraba sobre la sangre de su marido, y veía, de vez en cuando, en una misma dirección, poniendo en sus ojos toda la ira que alguien se pueda imaginar. Ira que estaba dedicada a una muchacha de unos veintitrés años, blanca, pelo largo, cara bonita y cuerpo hermoso, cuyos ojos estaban bañados en lágrimas.
“¿Qué hacés aquí, maldita basura quitamaridos?” -le preguntó Karen, de repente, gritando con toda la fuerza de sus pulmones.
La muchacha no dijo nada.
Cuando un policía se le acercó para interrogarla, ella bajó la cabeza, dio un paso hacia atrás, y se retiró. Pero, no iría muy lejos. Cuando se había perdido de vista al doblar una esquina, el policía la detuvo.
“¿Qué era usted del muerto?” -le preguntó, directamente.
“Yo no quiero problemas con esa mujer, señor” -contestó ella, tragándose su llanto.
“No los tendrá; no se preocupe”.
“El Cholo era el papá de mi niña”.
“Ah, ya... Y la esposa lo sabía, ¿verdad?”.
“Pues, ya vio usted cómo me trató... Pero, yo le juro que el Cholo me dijo que era soltero, y por eso viví con él más de dos años”.
“Y tuvieron una hija”.
“Sí... Está pequeña”.
“Y ¿usted sabe por qué fue que mataron a su... novio?”.
La mujer se limpió las lágrimas.
“No sé, señor... -dijo-. Él tenía enemigos... Por eso siempre andaba armado... Y como se dedicaba a ese oficio”.
“¿Cuál oficio?”
“Ustedes saben, señor... Él siempre me decía que la Policía andaba detrás, persiguiéndolo, pero que él era más listo, y no lo podían agarrar”.
“¿Eso le decía?”.
“Sí”.
“Y ¿conoce usted a alguno de los enemigos de su novio?”.
“No, señor. Él nunca me platicaba más de lo que hacía... Era bueno conmigo, y yo lo quería... Ahora, mi hijita se queda sin su papá”.
“¿Cree que es posible que la propia esposa lo haya mandado a matar?”.
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“Pues, eso no lo sé, señor... Yo no sabía que ella existía, hasta después de que me nació mi niña... Hace como unos tres meses fue que él me dijo que quería ser sincero conmigo; que tenía una esposa, pero que la quería dejar para venirse a vivir conmigo... Pero, no me dijo que ella sabía de lo que tenía conmigo... Ahora sí sé que lo sabía, porque... bueno... usted ya oyó todo lo que me dijo”.
El policía hizo más preguntas, pero no lo llevaron a ninguna parte. Estaba claro que aquella muerte era trabajo de sicariato, y que, tal vez, estaba relacionada al pleito de territorio para el tráfico y venta de drogas. La muerte de el Cholo dejaba un buen espacio para sus competidores, y, era muy posible que entre estos estuviera el que lo mandó a eliminar.
“El asesino es alguien que lo conocía -dijo el agente a sus compañeros, cuando, en las oficinas de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), empezaron a analizar el caso-. El Cholo dejó que se le acercara sin mostrar ninguna desconfianza; es más, lo saludó con un gesto, y siguió hablando por teléfono... Ahora, por el vaciado telefónico, sabemos que estaba hablando con su esposa Karen... Pero, el asesino iba a lo que iba, y sin decirle nada, le quitó la vida de varios disparos... Y disparos en la cabeza, lo cual nos dice que alguien quería a el Cholo bien muerto”.
“Tenemos varias posibilidades en este crimen -dijo uno de los agentes de la sección de Delitos contra la Vida-; primero, el sicario fue enviado por alguien de la competencia de el Cholo... Segundo, es posible que se trate de un ajuste de cuentas entre miembros de la misma banda de la víctima, aunque no sabemos que tuviera más gente trabajando con él, lo cual es muy posible, ya que así es como se opera en este tipo de negocios”.
“Y tercero -intervino otro agente-, tenemos la posibilidad de que la esposa se haya querido vengar de él... Sabemos que ella descubrió el engaño de su marido. ¿Desde cuándo? No lo sabemos todavía. ¿Fue ella quien contrató a un sicario? Es posible, ya que se dice que ella trabajaba con el Cholo en la venta de drogas, y en este mundo, siempre se conocen personas... sicarios incluidos, con los que se puede establecer una relación, y cerrar un trato”.
“Ya entrevistamos a la esposa, y no hemos sacado mucho de lo que nos ha dicho... Dijo que sí, que sabía que su esposo tenía una amante, y que le había puesto una niña; eso dijo... Pero, también dijo que ella lo perdonó porque le dijo que era una aventura, y que la niña no era responsabilidad suya, sino de ella, por no haberse cuidado... Además, dijo la mujer que la amante no estaba solo con un hombre, y que el Cholo no la quería”.
“Por supuesto, nada de lo que esta mujer diga debe ser tenido como verdad... Cuando hablamos con la novia de la víctima, ella dijo que él la quería, y que era muy bueno con ella, y que se iba a separar de la esposa para irse a vivir con ella, y así crecer juntos a la niña... Y yo me inclino a creer más en la amante que en la esposa, porque ella habla desde la amargura y el odio que hay en su corazón”.
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“Bueno -dijo el agente a cargo del caso-, hay quienes dicen que la Policía no debería investigar la muerte de criminales y vendedores de drogas como el Cholo, pero debemos tener claro que la Policía no hace acepción de personas, y que el asesinato de una persona, se dedique a lo que se dedique, es nuestra responsabilidad... Así que, a seguir buscando pistas para dar con el asesino de este hombre, y para descubrir al autor intelectual... Es el trabajo de la Policía”.
¿Qué había pasado con el Cholo? ¿Por qué lo mandaron a matar? ¿Conocía en verdad a su asesino? ¿Cuál fue el motivo por el que le quitaron la vida? ¿Qué tan cerca estaban los policías de saber la verdad? ¿Se resolvería algún día el crimen de el Cholo?
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA