RESUMEN. Un hombre es asesinado frente a su propia tienda. El asesino le disparó varias veces de cerca, asegurándose que muriera, y este fue uno de los principales detalles para que Marianita, una de las mejores agentes de investigación de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), le diera forma a una hipótesis que solo tenía que comprobar.
“Los criminales siempre caen en manos de la justicia -me dijo el general Héctor Gustavo Sánchez, mientras comentábamos este caso-. Los que creen que la Policía no trabaja, están equivocados. Tenemos el compromiso de darles seguridad a los hondureños, y trabajamos día a día para sacar a los delincuentes de las calles. Es un trabajo duro, pero no nos vamos a detener por las dificultades. Eso jamás”.
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LA INVESTIGACIÓN
Marianita tenía varias ideas que, poco a poco, iban dándole forma al caso. El asesino se aseguró que la tienda quedara vacía de clientes, que la calle estuviera solitaria, y que la víctima siguiera frente a la puerta de su negocio sin sospechar nada. Estaba claro que el dueño vio a aquel hombre como un cliente más. Además, dentro de la tienda actuó con normalidad, viendo las cosas en venta y probándose, incluso, una gorra. Salió de la tienda, regresó, como si hubiera tomado la decisión de compararla, y entró. Luego, salió, sacó la pistola de debajo de su camisa, y le apuntó al dueño a una distancia de un metro y medio. Luego, le disparó sin decirle nada. Al final, desapareció por donde había venido, mientras los curiosos empezaban a acercarse a la víctima, y este quedaba en la acera sobre un charco de su propia sangre.
“¿Qué tipo de crimen es este?” -se preguntó Marianita, analizando los videos de las cámaras de seguridad de la zona.
“Un crimen por encargo” -le dijo uno de sus compañeros.
“Alguien quería ver muerto a este hombre, y los motivos me parecen muy personales, ya que sabemos que estaba al día con las cuotas de la extorsión, que no tenía problemas con sus vecinos, que se llevaba bien con todo el mundo; aunque tenemos un detalle especial de su personalidad: le gustaban las mujeres. Bueno, esto es normal siendo hombre; pero él era una especie de depredador, si se me permite usar el término”.
“Entonces, es posible que algún marido o algún novio ofendido lo haya mandado a matar”.
“El asesino llegó a eso; a matarlo. No le dijo nada, sabemos que no recibió amenazas, y por la forma de operar del criminal, creo que se trata de un sicario con experiencia”.
“¿Tiene formación militar o policial?”.
“Es posible; pero, lo que vemos es que no le tiembla la mano, y que sabe dónde herir para causar una muerte segura”.
“O sea, que sabe hacer el trabajo para el cual le pagaron”.
“Así es”.
“Y, aunque no se ve bien en los videos de seguridad, creo que un asesino como éste debe ser conocido en el bajo mundo... y allí lo vamos a encontrar... Solo es cuestión de tiempo... y de trabajo duro”.
Marianita tenía razón. No era la primera vez que se imponía metas, y siempre las cumplía.
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INFORME
Una tarde, recibió una llamada que llamó su atención.
“Vaya -le dijo al que llamaba-, por fin aparecés... Ya días no sé nada de vos”.
“Me dijeron que usted quería hablar conmigo”.
“Sí, desde hace una semana”.
“Y ¿en qué puedo servirle?”.
“¿Dónde te puedo ver?”.
“Vernos, como que va a estar difícil... Pero, dígame, ¿en qué puedo servirle?”.
“Bueno... Ando detrás del man que mató al dueño de la tienda, hace una semana. Seguro conocés el caso”.
“¿Qué voy ganando, mi señora?”.
“Lo mismo de siempre”.
“Juega... Pero, no es mucho lo que le puedo decir... Yo ya no estoy en Choloma... Me moví para Baracoa, y a veces me voy hasta el puerto, por cuestiones de seguridad, usted sabe... Pero, hace dos días, en Villanueva, oí que unos menes hablaban de la vuelta del señor ese, el de la tienda... Y uno de ellos dijo que el Chele, un distribuidor de mota de Choloma, había hecho el conecte”.
“¿El Chele?”.
“Sí... Yo no lo conozco personalmente, pero así le dicen, y tiene su territorio allí en Choloma... No le va a ser difícil localizarlo”.
Aquel hombre era uno de los informantes en los que más confiaba la Policía. Era un delincuente de poca monta, pero tenía oídos, y no olvidaba nada de lo que oía. Y siempre tenía su recompensa. Y esa misma tarde, Marianita fue a Choloma, a reconocer el terreno. También allí tenía ojos y orejas.
EL CHELE
No era blanco, en realidad, y ni él mismo sabía por qué le decían así. Pero respondía a este apodo más que a su propio nombre.
Marianita estaba trabajando en un caso de distribución de drogas en aquel sector, y ahora tenía algo que, quizá, podría servirle para resolver el asesinato de aquel hombre, y darle un golpe a la banda que traficaba marihuana en esa zona de Choloma. Cuando los agentes de seguimiento y vigilancia le dijeron que el Chele estaba ubicado, Marianita llegó con un equipo, y le rodeó la casa. El Chele no se resistió, pero, Marianita, le dijo que quería hablar con él.
“¿De qué?” -le preguntó el Chele.
“Con lo que tenemos contra vos, y con lo que te hemos agarrado hoy, el fiscal va a pedir, por lo menos, treinta años de cárcel. ¿Qué te parece?”.
“Mala onda”.
“Pero, vos sabés algo que yo quiero saber, y si me ayudás, yo te ayudo con la fiscalía, para que te tomen en cuenta que colaboraste con la Policía para resolver un caso y agarrar al criminal... ¿Qué decís?”.
El Chele se quedó mirando a Marianita, sin saber si creerle o no.
“Y ¿qué es lo que quiere saber?”.
Marianita bajó la voz.
“¿Te acordás del señor que mataron frente a su propia tienda, hace una semana...?”.
“Sí; sí me acuerdo” -la interrumpió el Chele.
“Tengo informes que vos sabés quién lo mató”.
Marianita hablaba claro.
“¿Y si le ayudo y después usted se me da vuelta?”.
“No, porque si me ayudás, el fiscal lo va a tomar en cuenta, y le va a pedir al juez que te rebaje algo bueno de tu condena... Porque debés estar claro que vas para el presidio”.
“Eso sí”.
“¿Entonces?”.
“Cómo de cuánto me saldría?”.
“¿Querés que hablemos con el fiscal?”.
“¿Aquí?”.
“Sí... Siempre anda un ayudante del fiscal con nosotros”.
“Vaya”.
LA PROPUESTA
“¿Estás dispuesto a ayudarnos?” -le preguntó el fiscal.
“¿Qué me va a dar?”
“Tal vez doce... de veinticinco”.
“Diez... Que sean diez”.
“Si la información sirve, lo vamos a ver”.
El Chele sabía que estaba perdido. La Policía y los fiscales tenían suficiente evidencia para enviarlo a la cárcel treinta años.
“Vaya, pues” -dijo.
“Te escuchamos”.
Aun así, el Chele se tomó su tiempo.
“¿No me van a fallar?” -preguntó.
“No”.
“Bueno... Miren, el man que mató a ese señor le dicen Foncho; es un sicario que trabaja solo... Pero no sé quién le consigue los pegues... Eso sí no sé”.
“Ajá, ¿y vos sabés por qué mandaron a matar a ese señor?”.
“Mire, seño, yo de eso no sé nada... Algún lío tenía, y por eso lo mandaron a pelar... ¿Quién fue? No sé; lo que sí sé es que el que lo mató es Foncho... Es el que más mata por encargo en esta zona”.
“Y ¿dónde podemos ver a Foncho?”.
“No vive en estos lados... Vive en un hotel... Allí pasa casi todo el día... cuando no tiene trabajo, pues”.
“Y ¿qué hotel es ese?”.
El Chele les dijo el nombre y les dio la dirección, y Marianita fue a hacer una visita esa misma noche.
FONCHO
Sabían que aquel era un hombre peligroso, que estaba armado, y que no se dejaría capturar fácilmente. Así que los policías hablaron con uno de los empleados del hotel, le hicieron un presente, y este les dio el número de habitación donde estaba Foncho. Era en el segundo piso. Marianita fue a reconocer el terreno.
“En el cuarto del sospechoso hay una ventana que da a una terraza, y de allí, puede saltar al primer piso... Si se da cuenta que la Policía lo está vigilando, seguro que va a querer escapar, y si lo intenta, va a ser por esa ventana... Así que dos de ustedes se quedan abajo, escondidos, donde nadie los vea, por si Foncho salta por allí cuando le toquemos la puerta”.
“¿Tenemos la orden de captura?”.
“Todo está listo”.
Así era. El ayudante del fiscal, los policías de la sección de capturas, los agentes de investigación de la DPI, Policía Militar y Policía Nacional, ya estaban rodeando el hotel. Marianita se presentó ante el administrador, y subió al segundo piso, con una pistola en las manos, seguida por varios hombres. Pero, no pasaron desapercibidos. Foncho sintió que algo no andaba bien, y escondiendo una pistola bajo su camisa, se acercó a la ventana. En aquel momento Marianita tocó la puerta.
“¡Ábrale a la Policía!”.
Pero, Foncho no era hombre de palabras. Salió por la ventana, saltó a la terraza, y, justo en el momento en que la puerta saltaba hecha pedazos, él saltaba al primer piso. Se incorporó, se sacudió las rodilleras del pantalón, y ya iba a dar el primer paso de una carrera que, en su opinión, lo llevaría lejos de allí, cuando los dos agentes que esperaban escondidos debajo de la ventana cayeron sobre él.
“¡Policía!” -le dijeron.
“Suelte esa pistola”.
Apenas la había tocado.
Marianita llegó corriendo.
“¿Foncho? -le preguntó-. Tenemos una semana de andarte buscando... Sabemos que vos mataste al dueño de una tienda, hace unos días... Y que tenés unos muertos más en la conciencia”.
Foncho no dijo nada, pero sus ojos echaban chispas.
“Tenés derecho a guardar silencio”.
“A mí me podés decir por qué lo mataste... O, mejor dicho, ¿quién te pagó para que lo mataras?”.
“Yo no soy sapo”.
“Te iría bien si nos ayudás... El fiscal podría decir que colaboraste con nosotros, y eso te serviría en el juicio”.
Foncho se quedó pensando.
“Mire, seño, a ese don le gustaba bajarle las mujeres a los amigos, y uno de ellos no aguantó casaca... Yo no sé quién fue el que lo mandó a pelar... A mí solo me dieron el pegue, y me pagaron... Pero, de que lo palmaron por andar con la mujer de uno de sus amigos, eso sí es seguro”.
NOTA FINAL
Marianita tenía otro caso en las manos. Era hora de investigar quién era el autor intelectual de aquella muerte. Empezaría por investigar el teléfono celular de la víctima. Allí encontraría el número de la mujer por la que le vino la muerte. De eso estaba segura Marianita...