Selección de Grandes Crímenes: Odio mortal (Parte 3/3)

ANTIGUO. La verdad es que el ser humano es más constante en el odio que en el amor

  • 29 de diciembre de 2024 a las 00:00
Selección de Grandes Crímenes: Odio mortal (Parte 3/3)
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RESUMEN. La muerte de un vendedor de drogas conocido como el Cholo tiene ocupada a la Policía. César Chávez y el inspector Ponce, al frente de un equipo de investigadores de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), saben que hay algo más detrás de la muerte del Cholo, y tienen algunas sospechas que, sin embargo, no pueden confirmar con los escasos datos que poseen.

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“Por lo que sabemos -dijo el agente César Chávez-, el Cholo era organizado, cuidadoso, respetuoso del territorio ajeno, responsable en sus pagos, y no buscaba problemas nunca, para no alertar a la Policía”.

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“Entonces -preguntó el inspector Ponce-, ¿a quién le estorbaba el Cholo? ¿Por qué alguien lo quería ver muerto? ¿Qué motivos hay detrás de la muerte de este hombre? ¿Tiene algo que ver en su asesinato su esposa Karen? ¿Quién es alias Joche y qué hace?”.

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“El informante dice que Joche siempre visita a Karen, la viuda”.

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“¿Fue la competencia la que mandó a matar al Cholo?”.

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“¿O fueron los celos? -preguntó César Chávez.

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“Es algo que vamos a averiguar
-respondió el inspector-. Y no sería malo vigilar, de vez en cuando, a la amante del Cholo”.

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“¿Sospecha de ella, mi inspector?”.

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“Algo podemos encontrar por esa ruta”.

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¿Qué podían averiguar? ¿Era ese el camino correcto para llegar a la solución del misterio? ¿Qué más había en este caso que los agentes todavía no entendían?

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“El trabajo del policía de investigación es lento y de mucha paciencia
-me dijo el general Héctor Gustavo Sánchez, ministro de Seguridad, comentándome este caso-; es necesario que el policía se comprometa a resolver el crimen, y que tome el caso como algo personal, con mucho de profesionalismo. Eso hace al buen agente de investigación; y es ese espíritu de servicio y de dedicación a la seguridad de Honduras el que queremos inspirar en cada uno de los miembros de la Policía Nacional”.

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El ministro habla con orgullo, porque este es uno de los casos que más honor le han dado a la DPI.

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Este caso es una muestra clara del profesionalismo y la entrega total de los agentes en esta lucha diaria contra el delito -agrega-; mi reconocimiento sincero para el inspector Ponce y César Chávez”.

DENUNCIA

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Varias semanas pasaron desde que el Cholo dejó este mundo. Su viuda vivía sola, aunque, a veces, la visitaba Joche, y, según decían los informantes de la Policía, “hasta se quedaba a dormir allí”. Y este dato afianzó más las sospechas de los investigadores de que había algo más en el asesinato del Cholo; algo más que el pleito por la venta de drogas. Pero, una cosa es sospechar, y otra cosa confirmar esas sospechas, ya que los fiscales deben estar seguros de lo que tienen en las manos para presentarse ante el juez. Así que, César Chávez y el inspector Ponce seguían trabajando. Y, como bien dicen que no se puede confiar en el Diablo...

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“Buenas noches -dijo el hombre, con rostro angustiado-, venimos a denunciar la desaparición de mi hija Rigoberta”.

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Iba acompañado por una mujer nerviosa y por una muchacha, y el agente les ofreció agua y una silla.

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“¿Cuándo fue la última vez que vio a su hija, señor?” -preguntó el agente.

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“Hoy, como a las cinco y media... Recibió una llamada de un cuñado mío, tío de ella, que es hermano de su mamá, y dijo que iba a verse con él porque él tenía algo importante que decirle”.

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“Y ¿saben donde se vería con el tío?”.

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“No, señor... Eso no lo dijo”.

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“Bien... Y ¿por qué creen ustedes que algo malo le pasó a su hija? ¿Por qué creen que está desaparecida?”.

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La señora, madre de Rigoberta, intervino, con voz entrecortada, mostrando su propio teléfono:

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“Mire -le dijo al agente-, a las siete de la noche me mandó este mensaje. Mami, me dijo, cuídeme a mi hija... Y eso a mí me pareció extraño. Por eso es que estamos seguros de que algo malo les pasó”.

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“A ver... -dijo el agente-. Vamos por partes. ¿Es casada su hija?”.

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“No -dijo la mujer-; pero, tiene una niña con un hombre al que mataron hace más de un mes”.

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“¿Mataron al que era hombre de su hija?”.

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“Sí, señor... Era un pillo de esos que andan por ahí... Le decían el Cholo, y lo mataron a balazos en una acera”.

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El agente dio un salto. Pidió un momento, e hizo una llamada. No tardó en llegar a su oficina César Chávez.

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“Ella es la mamá de la mujer del Cholo -le dijo el agente-, el hombre que mataron”.

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“El vendedor de drogas... -lo interrumpió César Chávez-. Sí. Y ¿qué andan haciendo en la DPI, señora?”.

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“Es que su hija desapareció -dijo el agente-. Y la señora recibió este mensaje: Mami, cuídeme a mi niña... Y ella cree que algo malo le pasó, porque salió a eso de las cinco y media de la casa, para verse con un tío, hermano de la señora, que la llamó con urgencia para no se sabe qué”.

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“Y ¿han hablado con el tío? ¿Saben algo de él?”.

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“El teléfono está apagado, igual que el de Rigoberta”.

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“¡Rigoberta! -exclamó Chávez-. Sí, ya voy entendiendo... Llamá a mi inspector Ponce”.

POLICÍAS

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Cuando los agentes se reunieron, el primer paso que dieron fue investigar las llamadas del tío y la sobrina. Pero, como no había tiempo para esperar a que un juez autorizara el vaciado telefónico, acudieron a un amigo de la Policía.

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“El número del hombre recibió varias llamadas de este número... -les dijo el amigo-. Y la última recibida fue hoy, a las cuatro y siete con tres segundos de la tarde... El número es de una mujer que se llama Karen Fulana de Tal. Él hizo una llamada a las cinco, a este mismo número; pero, después, a las cinco y diez, hizo una llamada larga a este otro número”.

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“¡Es el número de Rigoberta!”
-exclamó el inspector Ponce.

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“Y del número de la mujer, o sea, de Rigoberta -agregó César Chávez-, salió una llamada a eso de las seis y veinte”.

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“Parece que los dos números se encontraron en el mismo lugar a esa hora -dijo el amigo-, porque la misma torre transmitió la última llamada”.

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“Y ¿qué es lo que hay cerca de esa torre? ¿Un centro comercial? ¿Un restaurante?”.

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“Pues, lo que hay son casas de habitación, y el último lugar donde estuvieron los celulares, parece que es cerca de un motel... El Motel Súper XXX”.

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Los agentes se quedaron pensando. Habían hablado en voz alta, y ahora no tenían palabras. Poco después, dijo César Chávez:

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“El tío llama a la sobrina; y la llama con urgencia. La sobrina, confiada en lo que le dice su tío, porque ha de ser de su interés, sale de su casa, se encuentran en un lugar extraño para tío y sobrina, o sea, las cercanías de un motel, y, después, ella envía un mensaje a su mamá pidiéndole que le cuide a la niña... Y esto lo hace porque sabe que un peligro grande la amenaza; un peligro de muerte”.

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“Creo que vamos resolviendo el misterio. Las llamadas al tío salen del teléfono de Karen, la viuda del Cholo. La última llamada también la capta la torre que recibió y transmitió las llamadas del tío y la de Rigoberta; y el mensaje a la mamá salió de ese mismo lugar, retransmitido por la misma torre”.

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“O sea que en esto anda metida Karen, la viuda del Cholo”.

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“Y Joche... Y si no actuamos con rapidez, creo que vamos a encontrar algo que no nos va a gustar... Vamos al motel”.

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MOTEL

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Los encargados no se fijan mucho en los clientes, porque ese no es su trabajo. Discreción es su lema, pero, en aquella habitación pasó algo fuera de lo común.

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“Primero vino una pareja en un carro Honda gris -dijo el encargado-; después, vino un hombre en una moto, y dijo que lo estaban esperando en esa habitación. Y, después, en un taxi, vino una muchacha, y se metió a esa habitación... A mí no me importó, porque ese no es mi trabajo; o sea, lo que yo debo hacer es cobrar, y no meterme en los asuntos de los clientes... Y, si quieren los videos de seguridad, aquí están... El jefe va a entender que ustedes son la Policía”.

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El video era claro. El hombre en la moto tenía las características del tío, a pesar de que llevaba el casco puesto sobre la cabeza. La muchacha era Rigoberta. Después de las siete y media, salió el Honda, la moto iba detrás, y la mujer que hace la limpieza de las habitaciones, informó al encargado que había sangre en el piso.

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“Alguna mujer que andaba con la regla” -le dijo el encargado-. Limpiá bien para los clientes que vienen”.

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Los agentes cerraron la habitación y llamaron a Inspecciones Oculares. Tres horas después, a eso de las diez y media de la noche, una persona llamó a la Policía. Dijo que acababa de ver que dos hombres y una mujer metían a la fuerza a una pareja en un cobertizo, en una finca por la que iba pasando de camino a su casa.

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“¿Dónde es?” -le preguntaron.

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“Es en el Rancho Doña Ana”, aquí, cerca de Omoa”.

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Pero esta información llegó tarde a los agentes que buscaban a Rigoberta y a su tío.

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A eso de las dos de la mañana, otra llamada a la Policía dijo que dos cuerpos humanos se estaban quemando en una zona montañosa, cerca de la aldea Tulián. Cuando la Policía llegó, se encontraron con los cadáveres de un hombre y una mujer, amarrados de pies y manos, y semicarbonizados. Les habían quitado la vida disparándoles en la cabeza. Sin embargo, el cuerpo de la mujer presentaba señales de haber sido torturado.

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“Son Rigoberta y el tío” -le dijo César Chávez al inspector Ponce-. Estoy seguro”.

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“Yo también, pero hay que esperar a que los identifiquen”.

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Los tatuajes de Rigoberta, que se habían salvado del fuego, confirmaron que se trataba de ella.

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“Vamos a buscar a Karen y a Joche -dijo el inspector-. Ellos son los criminales”.

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No había forma de equivocarse. Las llamadas los relacionaban directamente con el rapto y el asesinato.

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“No los mataron aquí -dijo César Chávez-. Los mataron en el cobertizo de la finca... Allí los vio un hombre cuando los metían a la fuerza, amenazados con armas de fuego... Los torturaron, y les quitaron la vida... Pero, ¿por qué no los dejaron allí? ¿Por qué traerlos hasta Tulián para quemarlos”.

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“Seguro que sintieron que la Policía ya estaba investigando la desaparición de la pareja, y quisieron borrar toda evidencia”.

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“Así es”.

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DÍAS

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Pasó un día. Dos días. El inspector Ponce y César Chávez apenas comían, y medio se bañaron una sola vez. Estaban detrás de los asesinos de Rigoberta y su tío, y tenían las pistas muy frescas, como para dejar que se perdieran. Pidieron ayuda a la Policía, y cerraron la ciudad de Puerto Cortés. Todo carro, bus o moto que salía de la ciudad era revisado, y sus ocupantes identificados. El caso se estaba volviendo agotador. Pero, los policías estaban entregados a hacerles justicia a las víctimas. Hasta que al cuarto día, detuvieron un carro Honda, gris, y en él iban Joche y Karen. Los detuvieron de inmediato. Karen se puso desafiante. César Chávez y el inspector Ponce no tardaron en conocer toda la historia de aquellos crímenes:

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“Karen, despechada y celosa por la traición, soportó todo lo que pudo, hasta que Joche se unió a ellos en la venta de drogas y, al final, terminó convenciéndolo de matar al Cholo para quedarse con la plaza solo ellos. Y Joche mató al Cholo. Pero, con odio en el corazón, quería hacerle daño a la amante de su marido. Y localizó a un tío de Rigoberta. Le dijo que le conseguiría una muchacha joven y bonita para que tuviera intimidad con ella, y el hombre aceptó. Se citaron en el Motel Súper XXX, y allí, a punta de pistola, lo obligaron a llamar a su sobrina Rigoberta. Y Rigoberta llegó. Joche entendió que lo que Karen buscaba era venganza, y que la caleta con dinero que tenía el Cholo no existía. Así le había dicho Karen. Que el Cholo tenía una caleta escondida, y que Rigoberta sabía dónde estaba. Que la iban a llamar para que les dijera, y repartirse el dinero. Pero, Joche supo que todo era para vengarse de la muchacha. Y, ya que había matado al Cholo por Karen, nada importaba volver a matar. Además, no podía hacerse para atrás. Entonces, Karen empezó a golpear a Rigoberta con un garrote, tratándola de prostituta, quitamaridos, y otros insultos horribles. Cuando Rigoberta supo que la iban a matar, pidió que le dejaran enviar un mensaje a la mamá para que le cuidara su niña. Karen supervisó el mensaje. Luego, los llevaron al Rancho, donde torturaron a Rigoberta, y después la mataron a balazos. Para no dejar testigos, mataron también al tío.

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“Y ¿por qué los quemaron?” -preguntó César Chávez.

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“Supimos que ustedes andaban buscando a la muchacha y al tío, y mejor los sacamos del cobertizo y los llevamos a la montaña para quemarlos. Pero, ustedes los encontraron, y nos agarraron... Ya, ni modo”.

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Karen estaba embarazada. El juez le dio casa por cárcel, mientras tenía a su hijo. Pero, Karen no esperó. Escapó, y, al día de hoy, la Policía no la ha capturado.

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“Per, va a caer -dice el general Héctor Gustavo Sánchez-. Va a caer. Los delincuentes siempre caen. César Chávez y el inspector Ponce hicieron un excelente trabajo”.

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