TEGUCIGALPA, HONDURAS.- La pregunta que nos hacemos no es fortuita, obedece a una legítima preocupación que nace a partir de dos producciones que se han exhibido en los meses de septiembre y octubre: me refiero a “Arte capital”, en las salas del Museo para la Identidad Nacional (MIN), y “Homenaje a Pablo Zelaya Sierra”, en la Galería Nacional de Arte (GNA).
Sobre estas muestras, el crítico de arte Allan Núñez se preguntó: ¿Qué pecado está pagando la pintura hondureña? Desde ese momento, Núñez ubicó esas obras en las salas del infierno y por lo dicho después, intuyo que advierte la necesidad urgente de ejecutar un exorcismo a nuestros pinceles.
Son producciones que ofrecen un amateurismo pasmoso, no es la primera vez que decimos esto, ya en varias bienales y antologías hemos advertido de la progresiva falta de calidad de nuestra pintura; en diferentes ocasiones hemos mencionado la falta de investigación, la escasa contextualización y, sobre todo, el casi inexistente nivel técnico, formal y conceptual de las obras.
Esta realidad, lejos de cambiar se ha profundizado. Creímos que el homenaje al maestro Pablo Zelaya Sierra sería una gran oportunidad para establecer nuevos paradigmas en la pintura hondureña; nos ilusionamos aún más, cuando se dijo que dicho homenaje estaría estructurado bajo los parámetros del lenguaje plástico del maestro.
Esta elevada expectativa que anunciaron se desvaneció en un lenguaje pueril, la decepción fue aún mayor de lo que vimos en “Arte capital”, que ya era para espantarse.
El “Homenaje a Pablo Zelaya Sierra” resultó ser la total negación de los postulados establecidos por el artista en su manifiesto “Apuntes a lápiz”.
Ni siquiera se respetaron los códigos elementales del arte pictórico, mucho menos los principios expresados por el maestro en su famoso manifiesto. No pedíamos obras maestras, pedíamos algo más sencillo: obras dignas, capaces de sostenerse al menos desde lo técnico.
¿Leyeron los participantes “Apuntes a lápiz” como parte del proceso curatorial del proyecto?
Preguntamos esto porque de manera muy pedagógica Zelaya advierte los errores que un artista no debe cometer; señala, para el caso, que no deben caer en lo anecdótico, que se debe respetar lo técnico pero que el arte debe ir más allá de la técnica para abrazar lo más elevado del espíritu; puntualiza que un artista debe estar plenamente actualizado y estar al tanto de la ciencia y de todos los avances de la humanidad, advierte contra la reproducción mimética de la realidad y dice que un artista debe estar en absoluta propiedad de las “Leyes de la construcción”, es decir, en posesión del lenguaje visual.
Una de las jóvenes posteó en su cuenta de Facebook lo siguiente: “Mi obra está incompleta, pero así quedó más o menos”. Este comentario por sí solo lo dice todo.
De “Arte capital” nos cuesta decir algo, es aún más reprochable porque allí estuvieron creadores de mayor experiencia, aunque también participaron jóvenes que apenas inician su carrera.
Quizá esta muestra sea la síntesis de todos los equívocos que hemos venido señalando desde hace décadas.
No es la primera vez que la ciudad es la gran musa de los artistas, pero no recordamos que la hayan tratado tan mal; observamos uno que otro mérito técnico que se desdibujó en la falta de imaginación.
Existe un arte urbano tegucigalpense al cual se pudo acudir como referente para instalar esta muestra en el marco de una plataforma investigativa, asimismo, nuestra literatura tiene pasajes narrativos y metáforas poéticas espléndidas que pudieron estimular la creatividad de los expositores, “Tegucigalpa es una res quemada viva” sentenció el ya fallecido poeta José Luis Quesada. No hay nada que agite el espíritu en “Arte capital” como sí lo hace el poeta Quesada.
El rol de la institución arte
Sería muy fácil responsabilizar a los jóvenes artistas por esta grave crisis que vive nuestra pintura, claro que tienen su grado de culpa, pero no de la magnitud que sí la tienen los centros culturales y la academia.
Hace tiempo venimos observando que el MIN, CAC, CCET, GNA, entre otros centros, vienen legitimando muestras sin ninguna rigurosidad curatorial, se han desvanecido los límites entre lo bueno y lo malo, decimos esto a pesar del profundo aprecio que guardamos a estas instituciones que en su momento también han exhibido grandes proyectos artísticos.
No mencionamos a Mujeres en las Artes (MUA) porque hasta ahora es el único espacio que evidencia rigurosidad curatorial en sus exhibiciones.
Estos centros deben entender que cuando permiten que en sus salas se exhiban trabajos con escasa o ninguna calidad, están legitimando muestras que no generan ningún aporte significativo al arte nacional.
Por otro lado, no se dan cuenta que están dañando la carrera de un artista joven que, al verse exhibido en una de sus salas, cree que su obra está bien y que por estar allí ya nadie la puede cuestionar, alimentando en el peor de los casos la vanidad y la soberbia.
En el caso de las academias, me refiero específicamente a la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) y a la Carrera de Arte de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (UPNFM), son aún más responsables porque son las formadoras de estos jóvenes.
Los manifiestos problemas técnicos, formales y conceptuales que exhiben los egresados son realmente alarmantes.
Antes, los egresados de la ENBA alardeaban con orgullo su dominio técnico; tenían problemas para ir más allá, pero en lo que se refiere a conceptos como composición, perspectiva, volúmenes, color, etcétera, sabían defenderse; hoy las paredes de los pueblos de Honduras son el vivo testimonio de que las cosas no se están haciendo bien.
De la misma manera como se ha normalizado la corrupción y la violencia en el país, también se ha normalizado la mediocridad en el medio artístico.
Sorprende la escasa capacidad de autocrítica que tiene la institución arte hondureña; queremos dejar claro que no nos mueve un interés particular en hacer estos señalamientos, que como ya dijimos, no son nuevos, nos interesa que el arte hondureño y en este caso el pictórico, recupere lo mejor de su legado, lo mejor de su tradición moderna para insertarse con solvencia en los lenguajes contemporáneos.
Con “Arte capital” y “Homenaje a Pablo Zelaya Sierra”, tocamos fondo. Las cosas no pueden seguir así, el arte hondureño no se lo merece.
Los muchachos pueden seguir aprendiendo a condición de que las academias y las mismas instituciones culturales se comprometan con su formación; hay talento, pero no podemos confundir aprendizaje con una tolerancia mal entendida, las salas no son talleres para aprendices, son espacios para exhibir disciplina, calidad y creatividad.