En Honduras existe y persiste un grupo de afortunados que –pese a sus actos delictivos contra el Estado– dominan la justicia a su antojo. Pueden robar, hacerse ricos de la noche a la mañana, tener millones en sus mansiones y lograr, a lo brujo, justificar sus colosales fortunas. Para colmo, se les debe pedir perdón y rendir pleitesía.
Y en la dantesca escena –no exclusiva de los hondureños– saltan políticos, empresarios y unos periodistas que forman parte de los “ricos y famosos”. Un grupo de bandidos está expectante en sus cuevas desde donde –aunque parezca increíble– aún agitan los domos de un Poder Judicial que hace caer a unos y a otros los mima por cosas del embarre.
La inculta población juzga acremente al que lucha y crece con tesón olvidando a galanes creídos de castos que jamás prueban su pasmoso auge económico personal y familiar. Común que el hondureño califique de ladrón a su vecino o dude injustamente de su actuar más que de un peligroso político, empresario o periodista subido como la espuma.
Pendiente
Los últimos diez años han marcado un antes sin resolver y un después en el que asoma a medias la fuerza de la ley que sacude y arrulla a ciertos bandidos públicos. Ahí andan unos quietos, pavoneándose muertos de la risa –totalmente cínicos– en foros televisuales exigiendo recato. Se sueñan puros y, de remate, se suman a luchar contra la corrupción.
¡No puede ser! Un forajido vestido de traje que ha robado a diestra y siniestra con todo y prole pida sumisión a quien sea o urja a la prensa en general a un trato “especial” si medio mundo sabe que es artista en asaltar el erario, en lavar dinero del narcotráfico valiendo su dominio político y económico bajo el soporte de algunos reporteros. Así es su tarima.
Es aquí donde preocupa la forma en que cualquier maleante de la política clavado en las cúpulas del poder influye en la opinión pública a través de diversas tretas. Lo está haciendo en los medios de comunicación masiva, en los aparatos de justicia y curiosamente se mete e infecta amables entes anticorrupción. ¿A qué juegan?
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Carpa
¿Un reconocido corrupto avalando la pelea contra la corrupción? Hasta quiebrabancos de hace diez o quince años saltan valiendo y loando la labor de organismos que lidian contra los corruptos y los señalan casi a diario en un intento porque la justicia los engrille. El hecho de acusar a unos y dejar libres a otros da pie para que todo se vuelva circo.
A un exfuncionario le hallan millones “guardados” en su vivienda y “prueba” en un abrir y cerrar de ojos su origen. Sin embargo, aquel que lleva 200 mil lempiras en moneda nacional o su equivalente en dólares primero lo exhiben como a cualquier vulgar delincuente y luego le dan chance de gritar. El mérito es el peso del billete, según el cliente así es la pedrada.
Puré
Para el político corrupto siempre hay mil formas de burlar o romper los barrotes o que le regresen lo robado, contrario al narcotraficante que apenas se rinde y lo dejan descalzo, sin salida. No tiene opción de ponerse al brinco. Corrupto es corrupto y capo es capo, pero los tratos son totalmente desiguales, al menos aquí en estas honduras.
Las callejas de la nación son testigo de que buen grupo de corruptos, expolicías, militares ciertos cronistas y abogados –banderas del mundo ruin–, no son señalados por la justicia, porque en la maldita justicia –como dijo aquel de Olancho– están sus cómplices o sus amigos nombrados para que no los nombren como infectos. El mandado es completo.
Es un caldo de orgías donde cada quien o cada grupo de pillos tiene un armamento para blindar sus raterías en lo público o de sus amoríos con narcos. Extraño que ya no caen corruptos, jefes ni gatos de la droga. Si nuestra justicia tiene precio, los gringos también se han hecho los locos con las extradiciones de políticos untados por la cocaína.
Corruptos y narcos no pueden pedir moral en plantones públicos donde se mezclan injustamente con personajes que luchan contra la pudrición estatal. Los bastiones contra la corrupción no deben ser tontos útiles de los fétidos.