El presidente Enrique Peña Nieto traicionó a millones de mexicanos al no exigirle al presidente Donald Trump una disculpa por haber llamado criminales y violadores a los inmigrantes de México. Tampoco se atrevió a decirle a Trump en su cara — en una humillante conferencia de prensa en Los Pinos en el 2016 — que México no pagaría un nuevo muro fronterizo. Peña Nieto, por incompetencia y falta de valentía, decidió no defender a México.
Por el contrario, Peña Nieto invitó a Trump a su casa, lo mimó, trató de hacerse su amiguito, envió a su canciller a negociar con el yerno del presidente estadounidense y, al final, todo le salió mal. Así llegamos a la peor crisis en décadas entre México y Estados Unidos.
Peña Nieto nunca entendió que enfrentar a Trump era una cuestión de dignidad para los mexicanos. Trump es un tipo abusivo y grosero que únicamente entiende con el uso de la fuerza. Y la sumisión del presidente de México sólo le dio más incentivos para seguir insultando. Ahora amenaza con salirse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Es ahí donde estamos parados.
Muchos aborrecemos los comentarios racistas, la enorme ignorancia y la actitud despótica de Trump, pero también rechazamos la pequeñez, el miedo y la torpe improvisación diplomática de Peña Nieto para lidiar con el incómodo vecino del norte. Por eso, el próximo presidente de México no puede volver a traicionar al país.
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Es importante romper el estereotipo de que México es un país débil frente a la principal superpotencia mundial. No lo es. La geografía le da a México una enorme capacidad de negociación. Trump dijo: “México no hace nada por nosotros”. Pero se equivoca. Imagínense lo que ocurriría si México dejara pasar por su territorio a todos los centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos.
O que, de pronto, México decidiera terminar con la guerra contra el narcotráfico y dejara a los carteles pasar todas las drogas desde Centro y Sudamérica a través de la frontera sur de Estados Unidos (en Estados Unidos hay un gigantesco mercado de drogas, con más de 25 millones de consumidores).
Cualquiera de estas dos situaciones crearía una verdadera crisis en Estados Unidos. De hecho, Estados Unidos necesita a México — y mucho — en cuestiones de drogas e inmigración. Peña Nieto nunca tuvo la entereza para recordárselo a Trump. El próximo presidente de México no puede cometer el mismo error.
La nueva estrategia de México frente a Trump debe ser a dos tiempos. El primero es para fijar posturas e, incluso, confrontar. No más insultos a los mexicanos, no más amenazas y, si Trump se quiere salir del TLCAN, que se salga. Así opera Trump: Es el maestro del engaño, la mentira y la intimidación. Pero México es uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos.
El fin del TLCAN afectaría negativamente a millones de estadounidenses, pues pagarían más por productos de importación y perderían empleos por tener menos exportaciones.
Ese primer tiempo de la nueva estrategia de México hacia Estados Unidos duraría hasta el 2020, cuando sabremos si Trump será reelecto o no. El segundo tiempo sería del 2020 al 2024. Si Trump logra la reelección, México tendría que ajustar su estrategia de enfrentamiento y buscar un mayor acercamiento con su vecino del norte. Pero el primer paso es no dejarse.
Los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos podrían ser grandes aliados del próximo presidente de México, pero los tiene que escuchar y proteger. Ante los ataques racistas de Trump contra los inmigrantes mexicanos, Peña Nieto nos dejó solos y ha guardado un silencio cómplice. No he visto a un solo funcionario del gobierno respondiendo en inglés y en Fox News a los frecuentes ataques de Trump a los inmigrantes mexicanos. Eso debe cambiar a partir del 1 de julio del 2018.
El asunto fundamental es entender que Trump no es, ni será, un buen amigo de México. Punto. Nunca lo ha sido y son puras ilusiones creer que un buen día cambiará. Lo único que le importa a Donald Trump es Donald Trump. Ese debe ser el punto de partida del nuevo gobierno mexicano.
Un México fuerte ante Trump no es sólo una cuestión de dignidad, sino lo único que puede funcionar para enfrentar al “bully” de la Casa Blanca.