TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Uno suele escuchar que la literatura hondureña escasea de novelas. Es cierto. No ha sido Honduras el país más comprometido con este género; lo vemos en el número anual de novelas publicadas aquí. Es distinto con la poesía, que impera, en logro o intentona, como la elección favorita principalmente de los escritores noveles.
Por supuesto, tenemos las novelas clásicas, las “de hierro”, entre ellas: “Blanca Olmedo” de Lucila Gamero de Medina; “La guerra mortal de los sentidos”, de Roberto Castillo; “Una función con móbiles y tentetiesos”, de Marcos Carías Zapata; “El árbol de los pañuelos”, de Julio Escoto; “Peregrinaje”, de Argentina Díaz Lozano; y “Bajo el chubasco”, de Carlos Izaguirre.
“Los días y los muertos”, de Giovanni Rodríguez, se une a esa tradición. Acreedor del Premio Centroamericano y del Caribe de Novela Roberto Castillo, este escritor santabarbarense nos brinda una grata sorpresa. Su obra posee un estilo fluido, sin ambages prosísticos y novedoso en Honduras, enriquecido nítidamente por la rapidez de la acción del relato combinada con la digresión reflexiva de las obras que perduran.
Esta novela se ha convertido en uno de los mejores retratos de nuestra Honduras. Destaco de ella esa fotografía de la decadencia contemporánea, en la que sucesos insólitos para otras naciones, merecedores del pánico irrefrenable y la indignación, se han vuelto aquí el pan de cada día: una normalidad enfermiza.
El autor critica esa actitud inverosímil tomando como escenario San Pedro Sula, “la ciudad más violenta del mundo”, en la que las muertes, contadas por docenas, entre decapitaciones, pogromos familiares y violaciones, no son nada más que un titular de periódico. Y esto, en López, el personaje principal, desencadena la actitud primordial para la trama: una paranoia que representa el estado de ánimo de la mayoría de quienes somos conscientes de esta tragedia. Así, entre elucubraciones de personajes complejos como Guillermo Rodríguez Estrada, el joven asesino, y las infidencias del narrador sobre López, Rodríguez desentraña el alma del hondureño actual.
Al leerla se encontrará esa soledad y la aversión al prójimo en Rodríguez Estrada, y la decepción que una mujer fatal causa en un hombre, emociones muy evocadoras de lo juanpablocastelesco, que llevan a encontrar la redención en lo que él mismo llama “la confirmación de la culpa”.
Leer el libro constituye una garantía de disfrute. La trama está acompañada de unas punzantes pero certeras críticas al sistema de justicia, a la literatura hondureña y su devoción por el boom latinoamericano y con esto último alude a la necesidad de crear mejores historias que nos capturen con maestría.
No hay ninguna coincidencia milagrosa, sino una determinada por el hecho de vivir en un lugar tan pequeño regido por un único gobernante: la violencia. Esa que, por lo menos, al leer el libro, solo se encontrará en la imaginación.