TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El martes 25 de abril se inauguró el proyecto pictórico “Rostros ausentes” de la artista Mary Morales, el evento tuvo lugar en el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), que además fue patrocinador de la muestra.
El BCIE introdujo el concepto de innovación tecnológica en esta propuesta y hoy indudablemente forma parte de un hecho histórico en la plástica hondureña al incorporar, por vez primera, dos tipos de tecnología en el discurso visual, me refiero a lo que se conoce como “realidad virtual” y “realidad aumentada”.
En el proyecto, que consta de 14 obras, se seleccionaron tres piezas para ser vistas desde la tecnología Targuet, también conocida como pointer; otras tres fueron programadas desde la tecnología Oculus quest, conocida como visores.
Esta propuesta se mueve entre el umbral del espacio virtual simulado por la tecnología y el espacio físico donde se ubica la experiencia artística.
Esta experiencia convierte al espectador en un sujeto implicado en la obra, precisamente porque la naturaleza del proyecto exige un profundo acto reflexivo y crítico del público.
Explorar esas obras mediante la inmersión tecnológica es adentrarse en las entrañas del color y de las formas, es sentir la más humana complicidad con el migrante que se ve inmerso en una realidad dolorosa que solo la poesía y el arte tienen la capacidad de trascender como espacios de la memoria.
Hablando del poder de la poesía, de esa capacidad que ella tiene para tejer con palabras las sombras que nos habitan, puedo decir que en el libro “Marabunta”, del poeta mexicano Balam Rodrigo, me encontré con unos versos que a mi juicio son la metáfora literaria del gesto pictórico de la muestra “Rostros ausentes”, esos versos en prosa son los siguientes: “Todas las sombras que deambulan aquí lo hacen encorvadas, afantasmadas: llegamos a la frontera, a la orilla muerta del mundo, al río que lleva el cansancio de los migrantes a cuestas y nos devora con las fauces llenas de rabia...”.
Lo que vemos en esta pintura de Mary Morales es un color denso, abrumador, triste y nostálgico a la vez, hasta la quietud duele en el paisaje que nos ofrece la artista.
El título de la muestra: “Rostros ausentes”, alude a ese doloroso y desgarrador viaje que miles de centroamericanos emprenden hacia Estados Unidos, buscando verse en el espejo de la esperanza, pero lo que generalmente perfila ese viaje es el vacío, la ausencia, la soledad, la angustia, el terror y el desamparo; todo desarraigo implica necesariamente la pérdida de identidad, la imposibilidad de ser.
Los referentes conceptuales señalados en líneas anteriores hacen que en esta propuesta artística la figuración agrupe cuerpos desgarrados por el cansancio, lastimados por la desolación, entumecidos por el abandono y angustiados por el peligro, son exactamente eso que Balam llama “sombras encorvadas, afantasmadas”.
En Morales, más que pinceladas son girones de color que se anudan en expresiones de martirio y desconsuelo; no hay rostros o, mejor dicho, el único rostro reconocible es la ausencia, la ausencia es como la sombra de un pájaro que ha ahogado su canto en el desierto.
El tema de la migración no es nuevo en la paleta de Mary Morales, antes en el Festival de los Confines del año 2019 presentó una obra titulada “Migrantes cruzando el río Suchiate”; en el año 2022, en la Bienal del Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI), obtuvo el Premio único con la obra “Entre aguas”.
Toda su poética pictórica alrededor del tema de la migración, incluyendo la que inauguramos ese día, presenta estas características centrales: continuidad gráfica, estructura de color unitaria y un ejercicio pictórico de carácter escenográfico, es decir, Morales no pinta la cualidad de los objetos, pinta escenas de vida, su pintura desuella la piel del tormento o, parodiando al poeta César Vallejo, diríamos que la pintura de Morales abre “zanjas oscuras” en el alma del que migra.
La unidad gráfica y tonal en la obra de la artista muestra un anhelo de identidad en su trabajo pictórico, es como si Mary Morales quisiera delinear en su pintura el rostro del migrante que no alcanza a pintar porque cada vez que intenta hacerlo, la adversidad, esa realidad extrema y asfixiante, lo evapora sobre el lienzo.
En “Rostros ausentes”, Morales amplía ese deslinde escenográfico y propone un recorrido donde aparecen los diferentes momentos del viaje, es una y varias pinturas a la vez, pero el recorrido no necesariamente es lineal, es como una libreta de apuntes visuales sobre las circunstancias más icónicas del viaje; faltarán otras, pero está claro que ella no ha tratado de construir una ruta, un mapa o una guía de camino, sino una memoria de la ausencia, una memoria en movimiento, una memoria en traslación.
Finalmente, deseo destacar la relación que existe entre drama humano y paisaje. Nada ha quedado al azar: el río, el territorio, el cielo y la luz son tratados como personajes, subyace en estos elementos naturales una inerte pero dolorosa presencia que se abre ante el migrante como desafío y esperanza, es como si el paisaje se humanizara en el calvario del caminante.
“Rostros ausentes”, es el sollozo de la pintura en la encorvada soledad del que migra.