TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hay libros que llegan a nuestras manos como frutas frescas, así llegó el texto “Caminos de la modernidad. Espacios e instituciones culturales de la Edad de Plata (1898-1936)”, escrito por Álvaro Ribagorda y publicado en Madrid, España, por la Editorial Biblioteca Nueva, en el año 2009.
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Fue el historiador Jorge Alberto Amaya quien tuvo la gentileza de obsequiármelo. Desde las primeras páginas me conecté con la figura de Pablo Zelaya Sierra, ya que el maestro llegó a Madrid en 1920 y regresó a Honduras en 1932, es decir, vivió allí parte (12 años) del período que abarca la investigación.
Cuando empecé a leer el libro sentí cómo las puertas del arte, la literatura y la ciencia de la España de esa época se abrían ante mis ojos, particularmente me llamó la atención el capítulo: “Madrid, capital cultural de la Edad de Plata”, porque fue precisamente en esa ciudad donde transcurrió la vida artística y cultural de Pablo Zelaya Sierra.
Se le llama “Edad de Plata” en contraposición al Siglo de Oro español, pero sin importar el metal asignado a este período, lo cierto es que marcó los cimientos de la modernidad cultural en España.
1898 significó la caída del último bastión del imperio colonial español en Filipinas y en 1936 fue el inicio de la guerra civil española.
Durante esos 38 años que recoge la investigación de Ribagorda, España y, sobre todo, su capital, Madrid, evidenció un movimiento cultural sin precedentes.
El país necesitaba revitalizarse, urgía experimentar ese proceso de europeización que aún no llegaba a sus instituciones culturales; el viejo modelo económico y social basado en un colonialismo rectorado por la corona y la Iglesia ya no podían sustentarse dentro de un contexto europeo que constantemente modernizaba todas sus instituciones, creando así nuevos paradigmas artísticos y culturales.
Esta fue la España donde se formó el maestro Zelaya Sierra.
Lo mejor de la inteligencia española se movía en los cafés, y las tertulias y debates que allí se desarrollaban fueron memorables, especialmente en los cafés que estaban ubicados en la Puerta del Sol, como el Café de Pombo donde oficiaba sus tertulias Ramón Gómez de la Cerna, brillante escritor e intelectual español; así como en el Café Colonial, donde reinaba la palabra del académico Rafael Cansinos Assens.
También estaba el Café Nuevo, allí se reunían, entre otros personajes, Valle-Inclán, el poeta Machado, Ortega y Gasset y Azorín.
En estas tertulias participaban el crítico de arte Manuel Abril y los pintores José Gutiérrez Solana y Daniel Vásquez Díaz.
Abril escribió para el maestro Zelaya Sierra y Vásquez fue su mentor, los dos firmaron la carta que artistas e intelectuales de España y América enviaron en 1933 (el año de su muerte) al presidente hondureño Tiburcio Carías Andino solicitando comprar sus obras y pidiendo preservar su memoria.
Vásquez Díaz es considerado uno de los grandes artistas de la vanguardia española; en Francia recibió la influencia del cubismo, regresando a España en 1918, donde realizó una muestra en el Salón Lacoste, pero su muestra más significativa fue la que hizo en 1921 en el Palacio de Bibliotecas y Museos, es decir, un año después de la llegada del maestro Zelaya a España; si Vásquez fue su profesor de pintura, es de suponer que Pablo Zelaya acompañó a su tutor en esa importante exposición.
El Ateneo de Madrid fue otro centro cultural de vital importancia, en realidad era un espacio para el debate político, pero esa libertad para debatir las ideas del momento le permitió abrir las puertas a las vanguardias artísticas, allí expuso Pablo Zelaya en 1932.
Este espacio tuvo entre sus presidentes a Ramón Menéndez Pidal, uno de los filólogos más prestigiosos del mundo, también fue notoria la participación constante de Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno y Pío Baroja.
El Ateneo fue la gran tribuna pública de intelectuales, artistas visuales, trabajadores del teatro y músicos.
En el momento en que Pablo estudiaba en la Academia de Bellas Artes se realizó una gran exposición organizada por la Asociación de Artistas Ibéricos, fue en el año 1925.
Los estudiosos consideran que con esa muestra la vanguardia española alcanza su mayoría de edad, pero a su vez inicia su declive.
En esa exposición participó el maestro Zelaya Sierra, es clave entender la dimensión de su participación porque lo ubica entre los grandes referentes de la vanguardia española de inicios del siglo XX.
Zelaya Sierra participa junto a artistas como Salvador Dalí, Benjamín Palencia, Santiago Pelegrín, Valentín Zubiaurre, José Gutiérrez Solana y críticos e intelectuales como Eugenio d’Ors, Juan de la Encina, Guillermo de Torre y el influyente Ortega y Gasset.
El escritor Enrique Azcoaga, en un artículo titulado “Los liberados” que fue publicado en el boletín “Hoja literaria”, ubica al maestro Zelaya como uno de los artistas más destacados de la exposición de 1925.
La Residencia de Estudiantes y la Junta de Ampliación de Estudios fueron espacios trascendentales en el debate estético y científico, esta última emprendió una cruzada nacional por hacer de la ciencia el gran soporte económico y espiritual de España, introduciendo nuevos descubrimientos y aportando nuevos avances tecnológicos.
El maestro no fue ajeno a esta nueva sensibilidad auspiciada por los debates científicos y precisamente, en su manifiesto “Apuntes a lápiz”, expresa la necesidad de que los artistas estén cerca de los avances científicos porque “al hombre con afán creador, se le plantea problemas nuevos y quiere resolverlos, por eso hay nuevas teorías, hechos nuevos y el mundo evoluciona, gracias a los no conformistas”.
La Residencia de Estudiantes fue uno de los espacios más dinámicos de la cultura española, los debates estéticos alrededor de Valle-Inclán fueron determinantes y se realizaron en la misma época en que vivió Pablo Zelaya Sierra en Madrid.
Cafés, ateneos, residencias, asociaciones de artistas, museos, palacios culturales, academias, instituciones científicas, galerías, salones y bibliotecas crearon el gran ambiente cultural donde se movió el gran artista hondureño Pablo Zelaya Sierra, de allí que la madurez de su trabajo artístico y su pensamiento estético estén marcados por la tradición clásica y lo mejor de la modernidad española y europea.