TEGUCIGALPA, HONDURAS.-En el bloque B de la colonia Los Robles suena mucho la música de Menudo y Timbiriche y en la bien noventera casa de don José Agustín nadie sabe que hay un pequeño laboratorio de electricidad en donde se ensaya para la vida; en su cuarto lleno de alambres, cables pelados y focos de 60 vatios, Francisco José solo tiene 13 años pero ya vio en la bola de cristal que de grande será ingeniero eléctrico, que tendrá dos hijos y que trabajará en la Empresa Nacional de Energía Eléctrica...
“Mi mamá, María Estela Araujo, es maestra de generaciones y desde chiquito había detectado mi vocación, me había hecho el análisis FODA (diagnóstico de una persona para descubrir sus habilidades y debilidades)... ja, ja, ja”.
Cara redonda como una manzana; boca de sonrisa eterna y una selva poblada arriba de sus ojos, Francisco Argüelles deja por una hora su escritorio de jefe regional centro-sur-oriente de la ENEE para contarle a Tic Tac cómo llegó a ser el jefe de 360 personas que operan desde los comedores del Lago de Yojoa hasta la cola del infierno en el sur.
“Pues resulta que mi mamá es amiga de la directora del Instituto Técnico de Electricidad y Electrónica (ITEEC) y le habló de las cosas que había descubierto en mí. Así fue como me inscribí en el bachillerato en electricidad, estuve tres años en el colegio y ahí le empecé a perder miedo a la corriente en algunos proyectos de clase”, recuerda el famoso Frankie de Los Robles, un tipo “relajero, alegre, carnavalero, una persona muy sociable” que va encontrándole el gusto a la vida en los vagones de la felicidad.
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- ¿Y contanos cómo era eso de irle perdiendo el miedo a la electricidad en el cole?
- Nos gustaba jugar con la tolerancia con el famoso potenciómetro (una especie de dímer para medir el poder de la energía), bromeábamos golpeándonos con la electricidad y era divertido porque había compañeros menos tolerantes que otros, había unos que hasta se desmayaban... ja, ja, ja.
- Cipotes al fin y al cabo.
- Sí, yo por ejemplo era aventurero y arriesgado, pero preguntame ahora si lo haría... ya uno se vuelve como más temeroso. Pero esa fue mi base para apuntarle a la ingeniería eléctrica.
Antes de tocar una mala tecla en el ordenador y electrocutarnos, con Francisco Argüelles decidimos meternos al túnel del tiempo, un viaje de anécdotas y recuerdos que le hicieron madurar hasta convertirse en el padre de Cecilia (18 años, recién graduada de senior) y Francisco Javier (de 11, prácticamente su copia a colores).
¿Cómo te decían los aleros allá en tu colonia?
Mis amigos cercanos y familiares siempre me han dicho Frankie. Y fijate que justo ahora nos estamos volviendo a juntar los aleros de la cuadra y a fines de mes vamos a hacer como una especie de carnaval para recaudar fondos a beneficio del parque de la colonia.
Ahí donde jugaban de chiquitos, ¿no es así?
¡Claro! Pero lo que más jugábamos eran las potras de calle. Yo era regularón pero siempre la cuadra me tomaba en cuenta... hacíamos campeonatos entre bloques de la misma colonia y allá iba en la delantera. A veces goleaba... ja, ja, ja.
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¿Y la escuela?
Alumno promedio. Muchas veces hacía las tareas los domingos a última hora como muchos cipotes y recuerdo que no me gustaban las materias de garrote: Estudios Sociales, Ciencias Naturales o Cívica; me gustaba mucho la matemática y la física y por eso me fue atrayendo la carrera de ingeniería eléctrica.
Ahora contame: tuviste que haber hecho alguna travesura en la casa relacionada con el tema eléctrico, ¿sí?
Mirá, el encargado de la familia para resolver los problemas eléctricos era yo. Era buenísimo para sacar extensiones de teléfono, sacar extensiones alternas, me divertía bastante todo eso, lo tiraba por el cielo falso y sí, un par de veces rompí alguna que otra lámina por andar de metido... ja, ja, ja.
Ya decía yo que no te pudiste haber ido invicto... ja, ja, ja. ¿Eras de muchas novias?
No, fijate. Era fiestero pero no es que andaba de flor en flor.
¿Y a los cuántos años tuviste tu primera novia?
A los 14. Pero un noviazgo serio fue cuando entré a la universidad e iniciamos una relación con Claudia Aguilar... caminábamos juntos, ella estudiaba derecho.
¿Se conocieron en la U?
No, éramos vecinos en Los Robles y recuerdo que cuando andaba detrás de ella, estábamos en el colegio todavía, le instalé una línea de teléfono en su cuarto para que habláramos hasta tarde y con mayor tranquilidad.
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¿Tranquilidad?
Sí, es que antes en la mayoría de las casas había un solo teléfono fijo y estaba en la sala... era incómodo estar hablando en medio de todo mundo... ja, ja, ja... entonces como yo había instalado uno en mi cuarto le dije que le iba a instalar una línea en el suyo. Aún hoy los suegros se ríen al recordar esa travesura.
¿Pero la cuenta de Hondutel la pagaba tu papá?
Sí. Salía tremenda y comenzó a salir más cuando empezaba el internet, allá por el 97 o 98: conectabas la línea a la compu y chateabas con el Messenger de Hotmail; mi papá me dijo que empezara a cortar la cosa, eran cuentas de 150 o 300 lempiras, mucho para ese entonces.
¡Uf!, billetón. Bueno, vos, un tipo fiestero aunque de pocas novias... quiere decir entonces que con Claudia perdiste la virginidad.
Ja, ja, ja... sí. A sus familiares les digo que yo soy el modelo de novio que toda abuela quiere para su nieta. Todo lo que he construido no lo voy a tirar a la basura por “x” o “y” mujer.
¿Cuándo se iluminaron por completo los corazones de Claudia y Frankie?
Nos casamos en el año 2000 y recuerdo que le pedí matrimonio en la fiesta de Año Nuevo del 31 de diciembre de 1999. Fue espontáneo, le dije que probáramos una nueva vida... es que yo era aventado. Me dijo que sí y pues acá seguimos, 19 años y dos hijos después.
¿Qué fue lo más loco que hiciste por ella?
Robarme el carro de mi papá para ir a Tela en una Semana Santa. Estábamos en San Pedro Sula y nos fuimos con un primo y dos amigos a ver a Claudia, quien estaba en Tela. A mi papá le dije que íbamos a ir a una piscina, pero la piscina era en Tela... ja, ja, ja, la pasamos fenomenal.
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Dicen que con la llegada de los hijos más el trabajo y el estrés, se pierde el ritmo normal de la intimidad. ¿Lo has vivido en tu caso?
Es normal, no es lo mismo que durante los primeros años. Eso sí, la maquinita está intacta, ni Viagra ni nada, anda como cualquier cipote de 20... ja, ja... me ayuda mucho el practicar deporte después de mi trabajo.
¿Qué practicás?
Mínimo cuatro días a la semana voy a la Villa Olímpica a jugar ráquetbol. Salgo a las 6:00 de la tarde de mi oficina y me echo unos tres o cuatro partidos. Y trato de no comer mucho en la calle, tomo mucha agua y eso sí, soy adicto al café.
¿Es tu único vicio?
No fumo pero me gusta mucho el buen tequila, la cerveza y eventualmente el whisky, pero me hace daño, mi cuerpo no lo procesa y amanezco enfermo.
Y enfermo es imposible ir a trabajar... ja, ja, ja. ¿Cómo entraste a la ENEE, Frankie?
En el gobierno de Ricardo Maduro, cuando en 2002 ángelo Bottazzi era el gerente de la ENEE me da la oportunidad. Inicié como asistente de ingeniero y ganaba 13 mil 250 lempiras; en 2005 paso al departamento de distribución y a partir de ahí he estado en mantenimiento, operaciones, líneas secundarias y alumbrado público hasta llegar a la coordinación regional centro-sur-oriente.
¿Trabajaste de niño?
En vacaciones cuando íbamos a San Pedro Sula mi mamá nos mandaba a ayudarles a mis tíos pero de “grolis”. Nos levantaban a las 6:00 de la mañana y a veces me dejaban en planta o me mandaban a la calle a rutear.
¿Qué es lo más extraño que te pasó en la ENEE?
Más que extraño, estresante: una vez que se dio una falla justo en la colonia donde vivía el gerente de ese entonces Emil Hawit y yo estaba de turno... llamó pidiendo explicaciones y exigiendo mi presencia de inmediato. “¡Tenés una hora para reparar eso!”, me dijo. Y claro que le cumplí... ja, ja, ja.
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