“Íbamos al cine todo el tiempo. Mi papá es cinéfilo y nos hacía ver películas que no eran de nuestra edad, de guerra y muy crudas, y a mitad de la película mi mamá se tenía que salir con los tres cipotes ja, ja, ja”, rememora Cecilia con una de sus tantas sonrisas de la charla; “me río mucho, pero soy amargadita, no soy graciosa, tengo mal sentido del humor”, relata instantes después de terminar de maquillarse. Claro, el lente de EL HERALDO lo demanda.
Un cortadito y dos capuchinos, en Coffee Holics, advierten una buena plática con esa cineasta de “apellido comprometedor”: Durán. “Siendo pequeña le dije a mi papá (Juan Ramón Durán, periodista y excatedrático universitario) que quería ser periodista y me dijo que no. Ya en la universidad estudié Comunicación y Publicidad”, cuenta la productora del Festival Ícaro en Honduras. Allí llegó en 2012 precedida por la experiencia acumulada y amparada por los conocimientos adquiridos en la Maestría en Documentación Audiovisual que sacó en España. “En Madrid sentí mucha discriminación, pero no la sufrí”...
La dama de vestido y calzado negros, “por algo alguien me dice la chica de las botas”, abre el libro de su vida para resumir 41 años cargados de aprendizajes, preparación y muchas anécdotas...
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Cecilia, ¿ser hija de Juan Ramón Durán le generó presión para ser exitosa?
Las presiones se las pone uno y esa presión no la tuve, aunque cuando entré a trabajar a EL HERALDO no decía mi apellido porque me iban a estar evaluando ja, ja. Agradezco no haber estudiado Periodismo porque tuve el maestro en casa. Mi infancia fue escuchar las noticias en la mañana, al mediodía y en la tarde. Quizás me hubiera aburrido con Periodismo. En mi infancia recuerdo el yugo desigual en todo, mi mamá adventista, mi papá no era nada aunque dice que es católico por tradición. Liberal uno, nacionalista otro.
¿Entonces no se comía cerdo en su casa?
Aprendí a comer cerdo en España. Cómo me iba a quedar sin comer jamón serrano, chorizo, chistorra. Mi abuela me daba chicharrones a escondida de mi mamá. Vivíamos cerca y me dijo: “Tené chicharrón, pero comételo aquí”. Llegó mi mamá, me metió al clóset y se se escuchaba que yo le hacía raca, raca y raca...
Hablando de comida, ¿es de buen apetito?
No hay amigo que no sepa que me encanta comer. Yo ni he comido la comida y ya la estoy saboreando. Mi doctora se va a enojar, pero ella sabe que sufro cuando me ponen a dieta. Soy de la “dieta T”: tacos, tortillas, tamales, torrejas... todo lo que me pongan enfrente, y he sido flaca todo el tiempo.
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¿Cómo fue de niña?
Era insoportable de llorona para mis hermanos. Como me criticaron tanto que yo era llorona, dejé de llorar, pero creo que uno debe llorar porque uno acumula y ahora lloro delante de cualquiera.
Ya que dijo llorar, ¿afortunada o desafortunada en el amor?
Afortunada, claro. Yo no me puedo quejar porque tengo amor alrededor mío. Las parejas que he tenido han sido hombres que me han dado tranquilidad. Yo me enamoro de alguien que me da tranquilidad, paz y que sepa lo que quiere. No soy noviera. Yo nunca fui de aquella novia que iban a visitar. Creo que fueron tres que llevé a mi casa.
¿Se ha enamorado, cuántas veces ha amado?
Yo creo que tres veces. ¿Me he sentido amada? Claro y agradezco eso. Todas mis parejas son mis amigos, nunca he terminado una relación peleada. Son hombres rectos, dignos y que puedo confiar en ellos. Ya están casados, con sus hijos y sus esposas me invitan a comer. Los amores que he tenido son personas con las que yo me he tenido que separar por cuestiones de distancias, tiempo y trabajo.
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No es madre aún, ¿pero lo tiene como una meta?
No es una responsabilidad obligatoria en mi vida. Quiero serlo, pero no forzado. Cuando toque, sea que adopte o tenga un hijo. Pero no quiero ser madre de un adolescente con 80 años de edad. Eso sí me angustia. ¿Por qué? Porque uno debe tener energía para eso. ¿Por qué me tengo que preparar para algo que genéticamente ya estoy preparada y que psicológicamente debo estarlo? Nunca fue algo a lo que le tuve miedo.
De regreso a España, ¿qué vivencias la marcaron?
Recibí hospitalidad, así como racismo. El primer mes que llegué no podía rentar una casa. Me decían: “¿Es boliviana? Si es boliviana no le rento”. Basura que aparecía en el edificio, era culpa de la latina. Me golpearon en un bar en Madrid por racismo.
¿Cómo la golpearon?
Siempre andaba con mis compañeras de piso, que eran italianas, bellísimas y modelos de la Pasarela Cibeles. Las invitaban a lugares exclusivos y me llevaban. Entramos a un bar, iba una colombiana, una amiga hondureña y yo de última. Sale un tipo de la barra, me agarra y me dice: ‘Vos, negra pu..., vení bailá aquí’. Yo lo miro, me suelto y le contesto. El tipo se viene a puño limpio a darme por la espalda, no me alcanzó a pegar de lleno porque me le tiré a un mesero que conocía. Solo medio me agarró, pero igual me sacó el aire porque el golpe venía con mucha fuerza. Salieron a buscarlo, pero se fue. Imagino que era un cliente de mucho dinero y que andaba drogado. Me discriminaban por el color de piel, pero tuve buenas anécdotas también.
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Háblenos de sus trabajos filmográficos...
Solo tengo dos trabajos, pero ha sido consciente. Hice un largometraje que se llama “Toque de queda”. No quedé conforme con el resultado de la película, no es que me da pena, pero no es la película que quisiera mostrar con orgullo. La otra se llama “Horas extras”. Todo está en línea, este año estoy sacando mi productora que se llama Otoño Films. Tengo poca filmografía porque lo que he trabajado en cine es gestión e investigación. Es una parte muy administrativa, muy invisible del cine.
¿En qué consiste su labor en el Festival Ícaro?
En crear el espacio para la exhibición de películas en salas de cine y centros culturales y un espacio de formación. Hasta el momento va a cumplir 10 años como festival. Exhibición, formación y desarrollo de la industria, esos son los tres pilares. Traemos cinco instructores todos los años.