TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Se ve venir feliz a aquel fugaz saltamontes de fieros ojos indomables, que patea un mapamundi como si jugara en el patio de su casa. De sus mil casas. Hoy está en Honduras pero ayer frotaba sus alas en Estados Unidos y hace 43 años que se la lleva arriba de un globo aerostático que lo traslada de lugar a lugar: Bolivia, Kenia, Australia, Malasia, Indonesia, Dinamarca, Alemania, Suecia... la Tierra misma.
Enrique Barriga Larraín es nieto de diplomático. Es hijo de diplomático. Y aunque como todo chileno su lengua parece estar masticando chicle cada vez que habla, hay un pequeño asterisco en su vida, un peaje que tuvo que pagar por el trabajo de su padre: nació en Río de Janeiro cuando era la capital de Brasil, en junio del 58, pero vivieron poco tiempo en la “cidade maravilhosa”. Y desde entonces la agencia de viajes no paró de trabajar. “Siempre quise ser diplomático, nunca lo dudé”, empuña su mano derecha el desde hace cuatro años embajador de Chile en Honduras...
LEA TAMBIÉN: Ana Jurka: “No hay un manual de cómo ser mamá... Le pido ayuda a Dios todos los días”
Nació en Río y es chileno. Futbolero ha de ser, ¿eh?
Ja, ja, ja... me gusta el fútbol pero en cantidades razonables... no tengo las habilidades de un Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Claudio Bravo o leyendas chilenas como Elías Figueroa, Carlos Caszely o Iván Zamorano. Eso sí, soy hincha de la Universidad Católica.
Su primera lengua fue el portugués, habla inglés, francés y tiene buenas nociones de alemán; alumno aventajado en Historia y Geografía, el “modo mudanza” en que vivía su familia hizo que flaqueara en las matemáticas, por más que asegura tener una “memoria prodigiosa”. Y explica enseguida: “Los números siempre me costaron porque nunca tuve una buena base: llegaba a un país con un sistema avanzado, luego me trasladaba a otro de sistema más atrasado y me costaba mucho. Salí adelante con el apoyo de profesores particulares pero no fue nada fácil”.
¿Hacía amigos o le costaba entrar al grupo?
Imagínate tener que enfrentar un nuevo curso a mitad de año. Aún recuerdo esas escenas de pánico en el riguroso colegio jesuita San José de Paraguay en el año 1971; te metían en medio del salón para presentarte como “el nuevo alumno de Chile”. Pero bueno, con los años aprendí a fortalecer mi carácter y a ser una persona muy disciplinada y metódica.
Y muy activo...
Hago deporte a diario, nunca menos de una hora, y eso me da la energía que necesito para trabajar tantas horas: natación, bicicleta estática, gimnasia. Y los fines de semana soy motoquero, nos vamos con el embajador de Alemania a recorrer muchos kilómetros, Ojojona, Sabanagrande, Cantarranas, Santa Lucía. Tengo una salud de roble, no me enfermo nunca, jamás me dio coronavirus... trabajo muchas horas, duermo muy poco y desde hace muchos años la balanza se mantiene en el mismo peso.
¿Y cómo lo ha logrado?
Aplico la política gringa “one meal per day”: solo hago una comida al día. En la mañana me tomo dos tazas de café y a las 11:00 o 12:00 me tomo un jugo de tomate, mientras acá en la oficina todos salen corriendo a la cocina... ja, ja, ja. Nada más que eso.
Y en mi casa tipo 6:00 o 7:00 como cosas muy sanas, una ensalada, carne de vez en cuando, verduras, muchos platos frugales, de poca caloría, algo de vino los fines de semana pero poco alcohol. Eso me ha generado un estado físico muy bueno, impecable.
Dijo que es motoquero. ¿Qué moto tiene?
Una Génesis 250. Se la compré a mi mujer antes de la pandemia porque a ella no le gustaba agarrar mi camioneta Saturn V8, gigantesca, poderosa.
Pero al final nunca usó la moto y me la hice propia y la uso los fines de semana. Me hace muy feliz, me hace sentir joven... ya cuando me jubile voy a comprarme una grande.
DE INTERÉS: Keyla Martínez: ‘Volví a nacer con mi hijo; nunca creí que sería madre’
Doña Mónica, su esposa. ¿Cómo la conoció?
La conocí en Bolivia y cuando me la presentaron quedé prendido porque es una mujer muy guapa. Es profesora de educación física. Yo me iba para Kenia y me dice: “O te casas conmigo o se acaba todo”.
Estaba muy enamorado y le pedí matrimonio, algo que no estaba en mis planes inmediatos. El acto religioso fue en Nairobi y estuvimos tres años y dos meses en Kenia, en donde nació mi hijo y en donde conocí las playas más lindas, son como pisar polvos de talco.
¿Cómo llega usted a Honduras, don Enrique?
Estando en San Francisco (Estados Unidos) sabía que tarde o temprano me iban a ascender a embajador. Pues un día me notifican que el presidente Sebastián Piñera me ha delegado a Honduras y yo encantado... no conocía nada de Centroamérica, llegué en junio de 2018 y me puse a trabajar con mucha pasión. Soy un embajador visible, 24/7.¿Conoce todo el país?
Casi todo, solo me falta la zona de La Mosquitia y la isla de Guanaja (acaba de donar 40 mil dólares). A todos lados llegamos cargados de libros porque para nosotros los chilenos la educación es muy importante. En estos casi cuatro años que llevo como embajador he donado más de cuatro mil libros y eso me hace muy feliz.
¿A propósito, qué lee?
Me encanta Pablo Neruda, soy un apasionado nerudiano e incluso acá hemos hecho muchas noches de poesía. Me gusta mucho Gabriela Mistral, Nicanor Parra. Leo mucho memorias, biografías políticas. Trato de terminar un libro a la semana, de todo.