Julio Escoto está vivo. Hago la aclaración porque, según el mismo autor, todo el mundo cree que todos los escritores ya están muertos. Y como vivo también sigue en funciones, y dentro de poco sacará de las cajas su nueva novela “Downtown paraíso”, una secuela de “Rey del albor. Madrugada”.
El escritor sampedrano, que este 2018 cumplió 74 años, conversó con EL HERALDO para hablar de su literatura y la de otros.
Con 51 años de trayectoria dice que ve su futuro en las letras interesante y corto. Prepara una nueva novela, así que se niega a que digan: “Hace dos décadas publicó su último libro”.
En sus inicios literarios, ¿cuál fue su principal temor?
Todo es temor cuando se comienza a escribir, todo es temor al cruzar el umbral de la anonimidad para someterse al escrutinio público, a la crítica y al gusto o disgusto por lo que se escribe y publica.
Hay, sin embargo, ciertas ansiedades prioritarias, normales en el instante: si se aprendió o no a escribir bien, que es el oficio máximo e imperdonable en un autor; la angustia de cómo se va a financiar la obra, pues usualmente en esos iniciales minutos de la carrera de escritor las finanzas, y peor los ahorros, son escasos; y luego, no menos esencial, qué trascendencia histórica tiene lo que redacto.
¿Qué es lo que más disfruta de su proceso creativo?
Sin ser hedonista, que disfruta de todo, me encanta todo. Desde el sufrimiento de la primera idea, que es página en blanco, no cuaja y aparece entera como tal, la idea tarda en venir y desenvolverse y estirarse, hasta el minuto último en que se la entrega al público y uno aguarda la reacción. Lo cual es absolutamente lógico, pues es un arte y ningún arte se realiza (formaliza, concreta) sin gozo ni sufrimiento.
¿Para escribir se alimenta de la observación, la percepción o la experimentación?
De ellas más la imaginación. Excepto que hacia 1980, gracias a personas que mucho me amaban y orientaban, descubrí que en el mundo actual y presente uno no puede escribir novelas basadas exclusivamente desde la ficción y que conviene apoyar cualquier experimento imaginativo sobre bases verosímiles.
¿Cuál es el error más frecuente de la gente al querer definir a un escritor?
Jo, jo… En Honduras el mayor error es que todo el mundo cree que todos los escritores estamos ya muertos. En los colegios es muy frecuente oír a los estudiantes preguntar en qué siglo (ni siquiera en que año) falleció el autor.
Otra desvaloración muy frecuente es que el lector común piensa que los escritores somos adinerados o acomodados y que no necesitamos vender nuestros libros para vivir, o, por lo opuesto, en que estamos muriendo de hambre... ¡Miércoles! Los artistas no esperamos que nos ayuden, no somos mendigos, sino que apoyen nuestro arte.
Generamos productos del pensamiento y del espíritu, creación mental, esfuerzo del intelecto, resumen de nuestra experiencia de vida para ayudar a otros, para empujar a otros a conocer la vida, a enterarse de ella, particularmente en el plano estético, tan escaso y árido en el mundo del mercantilismo, el neoliberalismo y la globalización, donde todo es ahora materia y dinero.
¿La literatura puede cambiar algo?
Sí, y por si fuera poco, a nosotros mismos. No transforma a la inmediata realidad, pero sí a la realidad de los espíritus. Construye sobre las mentes, forma conciencias (también las deforma) y genera pensamientos de solidaridad o de despecho, de visión a futuro y de construcción de otra, una nueva realidad.
Así que no esperemos que la literatura funda ladrillos de piedra, los suyos son los ideales y cósmicos del corazón.
¿Cuál de sus libros se arrepiente de haber publicado?
Ninguno, pero desde luego que cada vez que releo alguno (que es nunca) creo que hubiera podido mejorarlos, perfeccionar algún detalle, escoger mejor una palabra, pulir una metáfora. Pero tal es el oficio.
¿De cuál de sus libros se siente más satisfecho?
Mayormente de “El árbol de los pañuelos”, porque, aunque sencillo, fija definitoriamente, según los críticos, la frontera entre novela tradicional y novela moderna en Honduras, lo cual no es mal logro.
Amo a “Historia de los operantes” (que fue fracaso editorial, solo se realizaron tres ediciones) y “Génesis en Santa Cariba”, porque allí desplayé el gusto absoluto de escribir, en lo único en que pensaba era en la libertad armónica y revolucionaria de la palabra.
Y desde luego que tengo cariño especial por “Rey del albor. Madrugada”, que tardé 12 años en producir por la cantidad de estudio e investigación que exigió (y cuya segunda parte, o en verdad secuela, “Downtown Paraíso”, aparecerá este año) adicional a “Magos mayas, monjes, Copán”, que fue una delicia de experiencia escritural, pensaba que estaba elaborando un guión de película, lo que quizá sea un día.
¿Qué personaje de la literatura le hubiera gustado ser?
Ernest Hemingway aunque sin el escopetazo (si bien por veces presumo que si sufriera de enfermedad terminal estaría obligado a salir voluntariamente de la vida, para no hacer sufrir innecesariamente a mis familiares, que fue el caso de Ernest, adicional a que sé perfectamente que solo me quedan, con suerte, quince años productíferos); Poe, el maravilloso poeta inglés John Donne, que fueron reales aunque relacionados con literatura y por ello casi ya personajes de
Dafnis, el amante inocente y pastor en la novela de Longo, una de las primeras de amor entre los seres humanos. No quisiera ser ningún personaje de Vargas Llosa, los hace sufrir a todos y los destruye; ni de García Márquez pues residen en una falsa realidad.
Quizá, siento así repentinamente pensando, que Mateu Casanga, el negro esclavo rebelde, golpeado y mutilado por el poder, que en mi novela “Madrugada” se resiste a abandonar la lucha y que pelea hasta el último nanosegundo de la existencia, sería personaje ideal para encarnarlo.
Disculpas, me doy cuenta de que es vanidoso tomar a una de mis creaciones para imaginariamente fundirme con ella, pero es mejor ser sincero que protocolar.
¿Qué autor universal vivo o muerto le gustaría que hubiera leído su obra?
Desde luego que Cervantes, pues en todas mis obras comparto su ética humanista. Me apenaría que uno de mis admirados, Alejandro Dumas padre, me leyera, me hallaría mil defectos técnicos, él quien fue perfeccionista de la novelación.
Sería feliz que Walt Whitman emitiera un cortísimo comentario alrededor de mis escritos, pero el sumo poeta no leía novela, como tampoco Borges, si bien ni él ni Cortázar son héroes de mi alegría lectora.
Y desde luego que, aunque no compartiera sus criterios del siglo XX, disfrutaría conversar largo, tendido y aburrido con Froylán Turcios (su ego era monumental).
Mis lectores hondamente ideales son John Steinbeck (norteamericano) y Alejo Carpentier (cubano), enormes capitanes en las maniobras de la novela, del arte de narrar, las técnicas, los trucos y evoluciones de la palabra, como ocurre siempre cuando se emprenden las singladuras y naufragios de la imaginación.
¿Qué tema le inquieta y aún no ha podido abordar en su obra?
La personalidad de la mujer, es el misterio grande. Mi relación con ella, que gracias a Dios ha sido abundante y fructífera y disfrutada; desde la novia infantil a mis tres esposas en su momento amadas, me dejó siempre la impresión del naufragio, del sofoco, frío y calor simultáneos, nunca supe entender el universo en que me residenciaba y hallaba, pues la identidad de la mujer es un vasto y cenagoso derrumbe de admiración y rencor con los que al hombre es imposible vivir en armonía, debe haber siempre, permanentemente, negociación, pues uno se angustia y desfoga en sofoco, como ha de ser igual para ellas; la relación humana es más delicada que la caparazón de un huevo de humo.
¿Cómo ve su futuro como escritor?
Interesante y corto, pero adicionalmente poco sufragado.
Si le gustara la política y fuera presidente, ¿qué haría?
Indudablemente lanzar las más ambiciosa campaña de alfabetización, hasta reducir a cero la ignorancia alfabética en Honduras.
Luego emprendería una vasta planificación de labor educativa en todos los niveles humanos, desde el hogar a la empresa, haciéndome dueño o señor de la función educativa de los medios de comunicación, hoy solo obsesionados por el lucro (hay excepciones) hasta convertir a Honduras en una nación intelectualmente desarrollada.
Alcanzando eso el resto es de suma facilidad porque ya se habrá formado conciencia cultural entre la población, lo que significa en su fondo conciencia ideológica y política. ¿Peligroso? No, solo real.
Ya sea en uno o en cincuenta años, esto es lo que va a ocurrir en el país y nuestra tarea es apresurarlo. Como se dice, la revolución no es sino el acelere de la evolución humana, que de por sí es lenta.
Si tuviera al frente al presidente hondureño y pudiera decirle una sola cosa, ¿qué le diría?
¿Al actual…? Señor, tenga vergüenza humana, honestidad ante la ciudadanía que lo rechaza y adquiera y use la conciencia histórica… Si es obvio que electo por fraude y que nadie le cree ni acepta y más bien lo rechazan, ¡renuncie y parta a Suiza a gozar sus millones!