Tic Tac

Octavio Alvarenga: 'Sigo siendo medio chúcaro olanchano... ja, ja”

El mejor ortopeda del país se niega a olvidar sus raíces de pueblo
FOTOGALERÍA
22.02.2019

TEGUCIGALPA, HODURAS.-Trote lento, rítmico, altivo. Aquel jinete que monta a Ferro recién hace 24 horas acaba de ponerle una cadera nueva a un veterano hombre.

Se sabe la anatomía del cuerpo humano como el Padre Nuestro. “Don Leonidas Alvarenga fue mi primer maestro. Aún con lo casi analfabeta que era, mi papá me enseñó los pulmones, los riñones, el cerebro, el hígado, el estómago”, recuerda mientras de su cabeza rapada a la cero chorrea sudor y no papadas y se acomoda en la montura de cuero que el veloz Marel ha puesto a pedido de su patrón, que calza botas texanas y se saca un sombrero de cuero suave color café. “Empecé montando chanchos, luego burros, asnos, mulas y caballos, pero caballos indios, de esos silvestres”.

- ¿Castraba?
- Sí, claro. Cuando se castraba animales sin anestesia. Ahí conocí los ovarios... no le digo los testículos porque desde chiquito ya sabía cuáles eran los huevos... ja, ja, ja.

A sus 65 años el mejor traumatólogo del país ha probado todos los sabores de la vida. Ha dormido sobre cartones simulando camas. Ha ido a pie desde La Guadalupe hasta el Hospital Escuela. Ha creado un nombre propio lleno de fama. Y ha silbado, cómo ha silbado este hombre de San Francisco de la Paz, Olancho. “Silbo, canto y no necesito guaro para bailar, basta con estar en mi clínica, con mis pacientes”.

Es un campechano que no ha perdido el famoso cantadito que tienen los olanchanos para hablar y que atiende a TicTac en medio de una consulta en su clínica del barrio La Granja de la capital.

Buenos días, doctor (son las 7:15 de la mañana), gracias por atendernos. ¿Recuerda el momento cuando usted dijo: “Quiero ser médico”?

En plan básico. Cerca de mi casa daba consulta un doctor y miraba la gente que pasaba nerviosa, enrollando sus sombreros con las manos. Me llamó la atención. Y lo otro es que mi papá era carnicero y yo fui carnicerito también.

¡Oh! Así fue descubriendo ese mundo...

Sí. También me acuerdo que mi abuelo me contaba las hazañas de los médicos que llegaban a los pueblos y cortaban tumores sin anestesia. ¿Se imagina? Claro, pensar para mí ser médico era una utopía porque venir desde Olancho a Tegucigalpa era para gente que tenía plata.

¿Y qué hizo?
Como no había colegio en mi pueblo me fui a Juticalpa, la puerta de la civilización, y ahí fui madurando la idea. Algunos sacerdotes me ayudaron a pagar mis estudios y los maestros hacían colectas para mi matrícula y mi comida. ¡Pagaba 10 lempiras al mes... ja, ja, ja!

Cuando me gradué de bachiller empecé a trabajar en un aserradero en Lepaguare con el objetivo de ahorrar para la U. Dormía en unas tablas en el suelo y cubicaba madera (proceso para conocer el total de madera que se dispone en una área). Así fue como logré inscribirme.

¿Recuerda su primer día en Tegus?
¡Sí! Hacía un frío de los diablos y con mis hermanos dormíamos en el suelo. Vivíamos en unos mesones con baños comunitarios en La Ronda. Ahí pagaba 39 lempiras.

¿Pero ya no trabajaba, entonces?
¡Cómo no! Es que el dinero no alcanzaba y trabajé de vigilante en la Escuela Simón Bolívar del barrio Los Profesores, pero estuve poco porque después la universidad me becó. Eran como 125 lempiras al mes, que pagué al graduarme; fíjese que en la práctica me hice anatomista y al cuarto año empecé a ser instructor a cambio de 250 lempiras al mes. Mucho dinero en ese tiempo. Luego consigo trabajo en el hospital El Carmen y dejo la beca.

Dicen que dejó un grato recuerdo en La Esperanza, Intibucá.
Es que por tres años hice como un apostolado en mi servicio social. Estamos hablando de 1982, 1983 y 1984. La clínica abría a las 6:00 de la mañana y ya había un gentío haciendo fila, parecía gallinero. Pero igual de madrugada me llamaban y salía con rajas de ocote a atender crisis de asma.

¿Cuánto mide?
Creo que 1.62, ¿verdad, doctor? -le pregunta a su asistente, un joven alto cuya cara da señales de no tener mucho “barrio” en su vida-.

¿Y cómo le iba con las chavas allá en Olancho?
Es que mi vida estuvo llena de pobreza e inocencia. Más bien fui del coro de la iglesia y de la pastoral juvenil. ¿Mi primera novia? Habré tenido unos 20 años y fue de esas relaciones de tocarse las manos. En la facultad fui una persona dedicada a mis estudios y tuve como unas dos novias informales.

¿Iba a fiestas?
Casi no. Muy pocas veces fui a una discoteca: primero porque nunca antepuse mis estudios por una mujer y segundo, la plata. De dónde iba a sacar para invitar a una muchacha. Imagínese que me iba a pie a las clases en el Hospital Escuela y a veces me salvaba porque esperaba un bus de la U que era de regalado. Parecíamos un país desarrollado y ahora somos un país de mendigos.

¿Y cómo enamoró a su esposa?
A Maritza Palencia la conocí en un mitin de la universidad en el Parque Central, pero nos hicimos novios como cinco años después; yo venía de un internado rural en la frontera con El Salvador y estaba más maduro, me le empecé a aproximar y al año ya nos estábamos casando.

A propósito de febrero, ¿es un tipo romántico, detallista y esas cosas?
¡No!, es que en Olancho no se tenían esas costumbres en aquellos años, hasta ahora es que empezaron con esas papadas. Con decirle que ni de mi cumpleaños se acordaba mi mamá. ¡Cuál Día de San Valentín y esas cosas! Pero Tegucigalpa me ha cambiado un poco, la semana anterior le llevé flores, aunque dice mi esposa que sigo siendo medio chúcaro olanchano... ja, ja.

Ja, ja, ja... ¿y ha sido infiel en el matrimonio?
Pues a mis 65 años no he sido el mejor esposo, pero casi no he pululado por ese mundo. Pero mejor no toquemos ese tema... ja, ja... santo no soy.

Está bien. ¿Pero le cumple al natural a su esposa todavía o queda debiendo?
Es que no soy muy usado... ja, ja. Por morbo un día probé la Viagra y casi sentí que me visitaba alguien con un vestido negro. El apetito por la pareja que Dios le dio a uno hay que disfrutarlo mientras esté y cuando se va hay que decirle que le vaya bien.

¿Será cierto que para un doctor es más fácil conseguir mujeres?
Eso era antes, ahora hay seis mil desempleados. En el pasado podía ser cualquier chorreado viejo y feo, pero si se ponía una gabachita conseguía novia; esto más, hace mucho tiempo solo los ricos estudiaban medicina, ahora solo los pobres lo hacen. Creo que hoy en día ser militar pega más que ser médico.

¿Cuándo le llamó la atención la ortopedia?
Al terminar mis estudios. Tenía que especializarme en una área quirúrgica porque vengo de un hogar de carniceros y en la U mi mejor nota era la de ortopedia, que se apega más a las ciencias de la ingeniería y la física. De hecho fui buen estudiante de matemáticas y ahora vivo por la ortopedia, es mi pasión.

¿Gana bien?
Gano bien, aunque cobro menos que los que fueron mis alumnos... je, je. Eso sí, por mi apellido al inicio nadie daba un cinco por mí y me costó ganarme un nombre. Es que si usted no tiene un apellido de rico o famoso, como los Midence por ejemplo, una familia de doctores, todo el mundo pregunta de dónde salió este doctor.

¿Qué es lo más raro que vio en un quirófano?
Un paro cardíaco de un paciente. Pero gracias a Dios estaba con un gran anestesiólogo y lo salvó. De los quirófanos he salido herido, pero me he levantado y acá estoy.

¿Qué hace para divagarse, para distraerse?
Me voy a mi finca en Talanga. Tengo 11 caballos y monto a Ferro, mi favorito, un precioso ibero que yo mismo amansé hace como nueve años.