Tic Tac

Ramón Custodio: Una vez un subteniente me puso la pistola 45 en el corazón

La vida más allá del ombudsman: mal bailarín, noviero, médico y amante de la lectura

FOTOGALERÍA
10.11.2017

Tegucigalpa, Honduras
En cada una de sus memorias se retratan esos 86 diciembres, en su semblante serio se refleja su conocida rectitud y en sus múltiples canas se pinta la historia de ese paladín de los derechos humanos que era un empedernido noviero en los tiempos de su juventud.

“Mi mayor picardía fue haber tenido muchas novias. Uf... tenía la cultura latinoamericana de que en cuanto más novias tenga, mejor es”, confiesa “Monchito” -así le decían de joven- al tiempo que desprende una de las pocas pero muy sinceras sonrisas de la charla.

Así se va tejiendo una extensa conversación, mientras el aire fresco de Valle de Ángeles se cuela por alguna rendija de su hospitalario hogar y el canto de un pájaro coincide con el arranque de una plática que lleva a descubrir la vida detrás de ese reconocido personaje.

Sus padres salvadoreños lo registraron como Ramón Custodio López, pero sus actos lo bautizaron como el ombudsman: el defensor del pueblo.

“Cuando tenía tres años, mi padre y mi madre se vieron obligados a llevarnos a El Salvador a sus cinco hijos hondureños porque iba a subir al poder Tiburcio Carías (1933). La remembranza de ese exilio me impactó mucho”, confiesa el doctor, quien es custodiado por una biblioteca y adornado por múltiples reconocimientos...

Gracias por recibir a TicTac en su casa. Pues síganos contando sobre su niñez...
Mi primer recuerdo es cuando me tocó ser exiliado, pero al siguiente año regresamos a Honduras. Mi madre regresó porque habían quedado los bienes e inmuebles y nadie compraba porque había una recesión económica muy fuerte y todo se hacía por canje. Mis siguientes recuerdos fueron en la cuarta avenida y novena calle de Comayagüela, y luego nos trasladamos a Los Dolores.

O sea, una infancia en el centro de la capital...
Sí. Me acuerdo que jugaba fútbol con pelota de trapo en una calle empedrada de la Plaza Los Dolores y deshacía los zapatos. Me ponían tachuelas de plomo en los tacones y en la punta de los zapatos, ja, ja, ja...

Luego le tocó tener la primera novia, ¿verdad?
Fue noviazgo de ojos, yo era muy tímido, ja, ja, ja... pasaba enamorado de la muchacha, pero nunca le dije nada y llevaba en secreto esos amores. En esa época las casas tenían balcones, entonces yo pasaba cerca de ellos para ver a la muchacha que me gustaba.

Fue técnico de un equipo en el Rotagol de 2004 y aquí posa con algunos integrantes del equipo.

¿Pero a qué edad tuvo su primera novia formal?
A la edad que ya era bachiller y estudiante de medicina tuve mis primeras novias en San Salvador y luego en Honduras; era muy admirado por las muchachas porque era médico joven. Me entretuve de noviazgo en noviazgo.

¿Y cuál era la fórmula del doctor para flechar corazones?
No, más bien me era difícil ir a fiestas porque tenía un hermano (Esteban) que era un gran bailarín y todas las muchachas creían que yo bailaba como él y yo no era un buen bailarín, entonces las muchachas se decepcionaban de mí.

¿Y cuándo decidió dar ese paso al altar?
Cuando regresé de estudiar de Inglaterra (1959), siempre andaba de novio soltero hasta que en una ocasión oí: ‘Ahí viene el solterón’, entonces inmediatamente me casé, a mis 33 años. Ya cuando las mujeres le ponen el membrete de solterón, cuesta encontrar novia y esposa.

-Una dama hace acto de presencia y enseguida el doctor da la orden para atender a la visita: “Traíganos cafecito”.

Hablando de su esposa, ¿cómo la conoció?
Ella era una mujer divorciada, era famosa por su hermosura y un día hubo un cumpleaños enfrente de su casa y logré que entrara a la fiesta. Ella estaba por el balcón, en el segundo piso de su casa y la llamé. Bailamos y ahí seguimos toda una vida juntos, por 43 años de casados (falleció hace unos nueve años).

¿Le tocó derramar lágrimas por su esposa o por alguna mujer?
Bueno... creo que no hay hombre que no haya llorado por algún amor...

-El aroma advierte que el café está listo.

“Tomémonos el café y luego seguimos”, solicita para degustar de una bebida que pone una pausa a la charla.

“La muerte de mis padres, mi hijo (Manuel Ernesto) y mi esposa han sido mis mayores tristezas”, cuenta en extragrabación antes de reiniciar la plática en grabadora.

¿Qué tanto le caló la muerte de su esposa?
No la lloro, me hace falta. Dichosamente no me dejo afectar por la soledad porque tengo sustitutos y sé adaptarme a la soledad, pero ella es una persona inolvidable, la veo en cada cosa que compartimos, cuando vuelvo a vivir esos instantes me acuerdo de ella.

Hablando de María Elena, ¿alguna vez le pidió que dejara esa lucha de los derechos humanos?
Mi esposa se quejaba, pero solo una vez me dijo que si podía retirarme y le dije que sí podía, pero que iba a ser un hombre frustrado e infeliz. Mis hijos (Ramón y Manuel) sufrían en el colegio porque habían maestros y compañeritos que les decían que yo era defensor de delincuentes y que era comunista.

Junto a su esposa María Elena Espinoza y sus dos hijos: Manuel Ernesto (ya fallecido) y Ramón (radica en Alemania).

¿Y estuvo en riesgo su vida por defender los derechos humanos?
En más de una ocasión y en una oportunidad un subteniente me puso la pistola 45 en el corazón. Fue frente a mi casa, en Los Dolores. Estaban fotografiando la gente que entraba y salía de la casa, entonces salí a reclamarle al fotógrafo. En un acto impulsivo le golpeé las muñecas, dejó caer la cámara, pateé el teleobjetivo y salió rodando, entonces sentí el arma del oficial en el corazón. Es el momento de mayor peligro que he corrido en mi vida.

Fue presidente del Comisionado de los Derechos Humanos por 12 años, ¿cuál fue su legado?
Haber demostrado que en este país se puede ser independiente, honesto y no abusar del poder. Aprendí que no nací para abusar de mi poder porque tuve mucho siendo comisionado. Yo salí con mi finiquito, nunca toqué un centavo ajeno y di ejemplo de disciplina.

¿Le fue bien económicamente en el Comisionado?
Un día un maestro me dijo que yo había cambiado porque ganaba 120 mil lempiras mensuales y le dije: “No son 120 mil, son 90 mil y ahí está en internet. Además, como médico ganaba más, así que yo no estoy ganando ese montón de dinero por primera vez”.

¿Cuál es su sueño no cumplido?
Quise llegar a ser Presidente de este país, quise tener seguidores, pero Antonio Machado (poeta español) dijo: “Por más vueltas que le doy no consigo que se sumen individuos”, y a mí me faltó eso, que a la hora de la hora tenía admiradores, pero no seguidores. Es la diferencia entre ser un dirigente de derechos humanos y ser un líder político.

¿Qué cree que le faltó para convertir esos admiradores en seguidores?
He pensado muchas veces y no he llegado a ninguna conclusión. Sé que algo me falta y por eso no llegué a ser un líder. Me hubiera gustado hacer más por mi pueblo.

¿Qué es lo que muy pocas personas saben de usted?
(Silencio)... No tengo grandes secretos. Mucha gente no sabe que yo no soy enojadizo; orientan mal porque quieren ofuscarme. Yo tengo bastante control de mí mismo. A veces me enojo y es un error enojarse porque después quedo arrepentido.

¿O sea que desmiente a aquellos que lo tildan de cascarrabias?
Soy tranquilo. Cuando me ha tocado ser un patriota he sido un patriota y cuando, como ciudadano, he tenido que ser crítico he dicho las verdades de frente; sin encubrir el rostro, nunca anduve encapuchado. Esa actitud me ha dado muchos amigos y muchos enemigos, pero bien merecidos.