Tegucigalpa, Honduras
“Fueron un regalo para su familia, pero también fueron un regalo para Honduras”.
Así consideraban los hermanos de la iglesia Oasis al maestro Marco Tulio Amaya (63) y a su hijo, el reconocido médico Tulio Antonio Amaya Sorto (36), ambos asesinados la noche del pasado domingo en la capital, cuando cuatro malvivientes intentaban despojarlos de su vehículo.
Entre lágrimas de dolor y cánticos de confortación fueron sepultados el pasado martes los restos mortales de los dos hondureños, víctimas de la criminalidad. Los hijos del maestro ahora extinto recordaron a su padre como un hombre ejemplar y amoroso.
Joel Amaya Sorto, hijo menor de la familia, manifestó que “mi papá nos deja un gran legado, a mis 32 años lo disfruté y lo amé, lo que somos nosotros es gracias a él y a mi mamá”, resaltó.
“Mi padre estaba pendiente de sus hijos, de sus nueras, de mi mamá, en fin, de todos” enfatizó.
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Compañeros
Al concurrido sepelio llegaron personas de todas las edades, desde niños hasta gente de la tercera edad, todos lamentaron la partida sin retorno de padre e hijo.
Mientras tanto, las muestras de ánimo continuaban por parte de feligreses, al manifestar que “han cambiado de una residencia temporal a una residencia eterna”.
Al último adiós también se hicieron presentes compañeros universitarios de Tulio Antonio, todos egresados de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), de Cuba.
Ellos expresaron el dolor por la muerte de su amigo. Todavía incapacitado en su movilidad, Ángel Amaya, quien resultó herido en el violento ataque el pasado domingo, llegó a darle el doloroso adiós y a su padre y hermano.
“Es un día muy duro por lo que ha pasado, le doy gracias a mi familia y a mis amigos por estar aquí, este es un hasta pronto”, expresó en medio de su profundo dolor.
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