Después de varios sugerencias decidí aventurarme en el recorrido; me puse los zapatos más cómodos y arranqué a ese rinconcito donde el olor a leña quemada y a pino hacen más ameno el viaje.
Mi primera visita fue en San Buenaventura, un pequeño municipio colonial de apenas 3,000 habitantes, donde su plato favorito es el típico: frijoles, cuajada, aguacate y no puede faltar la tortilla de maíz.
Caminé hasta los atractivos más famosos, desde el arroyo -una pequeña fuente de agua que los antepasados utilizaban para bañar y lavar- hasta llegar a la montaña Izopo, donde está el epicentro de las eólicas a 1,600 metros sobre el nivel del mar y desde donde se observa toda la cadena de montañas.
El trayecto fue totalmente largo, sin embargo en la cima se comtemplaba la vista más paradisíaca que no dejaba ganas de irse. Pero, mi recorrido tenía que continuar, así que me encaminé a visitar el municipio de Santa Ana, que colinda al este con San Buenaventura y al oeste con Ojojona.
A escasos metros de la calle principal y al ser guiada por varias aspas (objeto en forma de equis) llegué a la Cruz de Chatarra, un espacio espiritual que cuenta con un pequeño hostal en un ático, algo inusual en Honduras.
Y como dijo el mismo administrador “es un espacio para alejarse de la ciudad”, pero yo le llamaría la urbe.
Allí también se observa un pequeño museo con olor a humedo y viejo, que guarda objetos de la historia de Honduras; es más, hasta está la campana del Titanic o quizá una réplica.
Ya pasaba la 1:00 de la tarde y el sol apuntaba al Monumento a Los Ángeles, también en Santa Ana, una escultura sobre una montaña que tiene un sendero de gradas (131 para ser exacta) y que cada una representa una vida perdida en un accidente aéreo.
Pese a la trágica historia, los turistas disfrutan pasar por el lugar.
Después de varias paradas mi recorrido terminó en Ojojona, la cuna de las artesanías. Se dice que no hay nada que este municipio no tenga.
Ojojona destaca por los objetos de barro, hechos por manos lencas y vendidos en coloridos mercados artesanales que guardan miles de diseños autóctonos. Además, cuenta con gran parte de la historia de un héroe nacional: Francisco Morazán.