Rosa Q., una comerciante indígena aymara de mediana edad en La Paz, vierte la clara de un huevo en un rebosante vaso de cerveza esperando que un adivino andino interprete las caprichosas formas que surgen de la mezcla, donde está escrita la suerte que le depara el futuro.
De elegante blusa blanca, colorida manta y polleras negras, Rosa lleva un vistoso broche áureo en el pecho, aretes dorados y sombrero borsalino, mostrando la importancia que tiene para ella esta cita con su destino.
'Quiero saber mi suerte', le dice en un cuchicheo al adivino esta mujer mestiza de raíces aymaras, dueña de un negocio de telas en una zona comercial popular en el oeste de la ciudad.
El 'yatiri' (adivino y también curandero) inicia entonces el ritual, que se desarrolla en una calle de San Pedro, en el centro de La Paz, el ex 'barrio de indios' de la Colonia, habilitada cada año en esta época para esta añeja práctica.
Rosa se frota escrupulosamente las manos con alcohol para purificarlas y pasa el huevo sobre su pecho para que la clara, que luego será vertida sobre un vaso de cerveza, 'exprese correctamente los deseos de su corazón', señala el chamán, también aymara y con un cuarto de siglo en el oficio.
Todos los años, al igual que muchas otras personas, Rosa acude a esta festividad que hace alusión a los padres de la Iglesia Católica, San Pedro y San Pablo.
La lectura de la suerte en estas fechas responde a una práctica antigua en el mundo andino y forma parte del período de 'renovación' que se abre tras el solsticio de invierno en el hemisferio sur, el 21 de junio, que marca el inicio de un nuevo año, que para los aymaras es tiempo propicio para auscultar el futuro.
El destino de los negocios, los estudios, el trabajo, la salud, las relaciones amorosas o simplemente sobre el futuro en general, son las consultas más frecuentes que reciben los videntes andinos, dice el 'yatiri' Wilmer Zegarra.
El chamán derrama alcohol sobre el suelo en dirección de los cuatro puntos cardinales, invocando en voz baja a los 'achachilas' (deidades andinas), a las montañas protectoras e incluso a algunos santos católicos, en expresión de sincretismo.
Mira la copa a trasluz, interpreta las múltiples formas surgidas de la mezcla del huevo y la cerveza y, en voz baja, sólo para que escuche la cliente, absuelve sus consultas sobre el futuro de sus actividades comerciales.
Por la sonrisa que esboza, Rosa parece satisfecha con el mensaje que recibe y bebe el vaso de cerveza 'para que su suerte no se vaya a otra persona', lo que ocurriría si derramara el espumante líquido en el suelo.
En la misma acera, sentados en estrechos asientos de madera, una docena de adivinos atiende las consultas de sus ocasionales visitantes, la mayoría de ellos de origen indígena, aunque no faltan mestizos de clase media.
Forman una fila para ser atendidos por el adivino que inspira en ellos más confianza. Unos vienen sustentados en sus creencias, otros sólo por curiosidad.
Kevin Cuéllar, joven de 19 años estudia en el Colegio Militar de Aviación, vino, acompañado de su madre, a indagar sobre su futuro militar. 'Me va a ir bien en los estudios', le comenta satisfecho a la AFP. Verónica Rojas, una veinteañera, reconoce que consultó sólo 'por curiosidad'.
Los adivinos andinos, ataviados con ponchos, gorros de colores y sacudiendo oxidadas campanillas, emplean múltiples métodos para leer el futuro: cerveza con clara de huevo, plomo derretido, alcohol, cigarro y hojas de coca. También dicen estar capacitados para descifrar las cartas.
Más allá, otro cliente deposita en un recipiente de agua fría una cucharada de plomo derretido al calor. Al tocar el líquido, el metal adquiere diversas figuras, que el adivinador descifra pacientemente. Superficies lisas, concavidades, picos, cada una de las formas contiene un mensaje en clave, que solo los entendidos pueden descifrar.
En el mundo andino, los adivinadores son seres predestinados por algún rasgo físico particular o alguna experiencia extraña. Zegarra afirma que le cayó un rayo, y Mario Ramos, otro adivinador, dice que nació de pie. En ambos, su práctica viene de tradición familiar.
'Hay que creer para que se cumpla todo lo que se ha dicho', advierte el vidente Ramos.