TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “Me siento incómoda en mi casa, nadie parece ser empático conmigo”. “El ambiente en el trabajo me satura, mucho más que las propias asignaciones”. “La universidad me está desgastando, tanto que ya no logro concentrarme en nada más”.
Expresiones como las anteriores se han vuelto mucho más comunes de lo que parece. El ritmo de vida actual, sobre todo en la faceta adulta, no es para nada un desafío menor. Es como si se nos pusiera a prueba, día con día, a tal punto que tener que ser fuertes fuese la única opción.
Sumado a la propia exigencia, el entorno juega un papel crucial. El pensamiento y comportamiento de las personas también se condiciona respecto a espacios tan importantes como su hogar, su lugar de trabajo, su centro de estudio y demás círculos sociales. Así lo explica la psicóloga Diana Nicole Lozano.
“Todo entorno en que las personas nos desarrollamos afectará o mejorará nuestras facetas cognitivas, afectivas, sociales, interpersonales y conductuales, llegando incluso a las físicas. Solo cuando una persona se siente segura y en la búsqueda de la estabilidad constante es capaz de estudiar, trabajar, relacionarse, relajarse o esforzarse a pleno rendimiento”, introduce.
Por ejemplo, no es lo mismo tener que cumplir con las obligaciones básicas diarias que hacerlo sin el soporte necesario. Una persona que, además de lidiar con altas cargas de estrés en su oficina, debe regresar a casa y pretender que todo va bien, está luchando el doble. O alguien que atraviesa una situación personal y familiar compleja, y además se le exige ser el mejor empleado de la empresa, se estará desbordando.
La experta alude que el desarrollo pleno, que es un derecho humano universal, solo llega cuando la persona se siente segura, si se desarrolla y convive en entornos saludables. “Cuando alguien tiene miedo no puede dormir bien, comer bien, sentir placer, mucho menos esforzarse en una tarea que no desea, trabajar de manera excesiva o pensar en construir vínculos con otras personas”, explica.
¿Lugares seguros?
La psicóloga define un entorno saludable como “un espacio de afecto seguro, de crecimiento constante entre quienes lo integran, libre de cualquier forma de violencia, abuso o explotación, en donde las personas se rijan por el respeto a los derechos humanos, con participación de toma de decisiones en conjunto, reconociendo las habilidades de todos y todas, desde los procesos de empatía, consciencia y autocuidado”.
Complementa que en ambientes como estos, cargados de la búsqueda constante de resiliencia, las capacidades cerebrales primarias se despiertan, con esas habilidades somato-sensoriales que son desarrolladas por el cerebro cuando la persona se encuentra en un lugar adecuado. En este momento se detecta que el entorno no representa peligro para la supervivencia, y de ese modo el cerebro puede ir más allá y potenciar un desarrollo integral, que unifique las diferentes áreas relevantes de la vida.
En contraparte, las consecuencias que pueden heredar ambientes cargados de pesadez, desespero y toxicidad son diversas. “Todas repercuten de manera negativa en la vida de la persona, exponiéndola ante situaciones de riesgo o historias de daño emocional. Por lo tanto, es necesario reconocer que todo lo que nos genera trauma, de no existir una correcta red de apoyo dentro del propio entorno, puede derivar en trastornos del desarrollo cerebral por carencia de estimulación emocional, poca creatividad de exploración y daños cognitivos y sociales”, detalla Lozano.
Liberación
Ahora bien, si sospecha o está inclinado a pensar que se desenvuelve en lugares insanos que impiden o limitan su desarrollo integral, debe tomar acción.
“Lo primero que debemos hacer es identificar si se trata de una crisis o de un ciclo de vulneración repetitivo, donde nadie cambia y todo se vuelve agravante. En segundo lugar, hay que evaluar el entorno, pensar qué tanto se ha transformado, cuáles son las amenazas que presenta y si hay una voluntad de cambio para volverse saludable, o es la hora de establecer límites y decisiones firmes para el bienestar individual o grupal”, sugiere la psicóloga.
La idea de un camino seguro es prometedora, aunque no del todo clara. Todo cambio implica un riesgo, pero permanecer en un ambiente que no le hace feliz es el precio más caro a pagar. “El camino varía de acuerdo al caso, pero siempre es construido desde las necesidades de cada persona y la premisa de generar un estado sólido a nivel biopsicosocial, buscando la ayuda de los profesionales de la salud mental y física, o de las mismas redes de apoyo que fortalezcan su bienestar”, puntualiza Lozano.
Dejar un empleo cuya cultura laboral perjudica su salud mental, cuesta. Establecer límites en cuanto al tiempo que le dedicará a la carrera que escogió es difícil. Desligarse de los familiares y amigos que no le aportan el afecto ni el apoyo seguro que usted necesita, duele. Pero piense en los beneficios que podría disfrutar en una vida depurada de negatividad, reconstruida con amor y bondad, en donde observar su alrededor sea un deleite y no una tortura.
“Los beneficios que trae para la vida y la salud mental habitar en entornos mayoritariamente sanos son: mayor desarrollo cognitivo, creatividad abundante, alimentación balanceada, proyectos de vida académicos, económicos y sociales más amplios, ejercicio físico, acciones positivas como dormir bien, estado de ánimo con resiliencia, mejor desarrollo a nivel laboral y académico, y pensamientos y racionalización de estos conforme a una respuesta sana”, concluye la experta.
Ayuda profesional
Tomar las acciones necesarias para protegerse en caso de ser consciente de convivir en un entorno peligroso para su supervivencia es preciso. Una opción de sumo valor es buscar a un profesional de la salud mental para afrontar la situación con la mayor resiliencia posible.
Por su parte, las personas pueden ayudar a crear entornos más sanos por sí mismas. Actividades físicas, de alimentación y estimulación mental son invaluables. Al menos cinco minutos diarios en el cuidado personal promueven la comunicación con su entorno de manera recíproca.