Circulan por una calle y otra; están aquí, están allá, y a veces hasta montan conferencias en medio de la vía para debatir su miseria.
Los de tránsito se frotan las manos, se tocan el talonario de esquelas, pero para los coches de estos buzos lisiados, no hay ley.
Además, ¿cómo podrían sus conductores pagar una infracción si el mar y las autoridades gubernamentales los condenaron a vivir de la caridad?
Hace años, ellos eran trabajadores que tenían una casa, una familia y representaban una fuerza productiva
que contaban en las estadísticas laborales del Estado, sin embargo, al quedar postrados, desvalidos, los gobiernos los abandonaron, olvidaron y los obligaron a vivir de la mendicidad.
La tragedia llevó a estos buzos a perder no solo su movilización corporal, sino también sus casas, sus pocos bienes materiales, incluso hasta sus esposas e hijos.
Después de que en tiempos de pesca eran asediados por los sacabuzos y los capitanes de los botes pesqueros, hoy nadie quiere saber de ellos a lo largo de la costa de La Mosquitia.
Sin oportunidades de trabajo, sin un apoyo estatal, y sin nadie que vele por ellos, estos lisiados sobreviven de la generosidad social y de venta de alguna u otra pieza artesanal de madera o carey que logren tallar.
Testimonio
El 11 de septiembre de 2004, me paralicé en el mar. Andaba a 145 pies de profundidad y había gastado cuatro tanques. Quedé inconsciente me llevaron a la cámara (hiperbárica) de Roatán y logré sobrevivir, pero quedé paralítico, relató el buzo Jorge Gamero Santos.
Desde ese momento comenzó mi sufrimiento, quedé postrado, pero busqué a Dios y logré sentarme.
Cuando me accidenté tenía mi esposa Edelia Guerrero Wood, quien estaba trabajando en Educación, en La Paz.
Al saber que estaba enfermo solo vino a verme y luego se fue con otro hombre y me dejó con los tres hijos.
Luego vino y se los llevó. Es que los hijos piden, necesitan y uno no les puede dar nada.
Ahora de vez cuando los niños vienen a verme. Esa es una situación que nos pasó a muchos buzos. Cuando estábamos sanos teníamos casa, teníamos una familia, pero cuando nos enfermamos perdimos todo eso.
Es que las mujeres miran que uno les puede dar nada y se van con otros hombres. Fui buzo durante 30 años. Vendí mi casa, vendí mi ganado y en ocho años todo lo perdí. Ahora vivo de la caridad de las personas.
El gobierno nos ha dejado solo, pero Dios no.Un día está mujer, Paty Coraisa González, me vio y me dijo que sentía lástima que iba a vivir conmigo.
Ahora, ella me está ayudando, me lava la ropa, si alguien me da me cocina, si nadie me da también. Me levanta y me pone en el carrito, una muestra de que Dios no me ha abandonado.
Si el gobierno quisiera apoyarnos podría hacerlo, bien nos proporciona una forma de trabajo o dándonos una ayuda mensual, agregó Gamero.
Minusválidos
A lo largo de la zona costera de La Mosquitia se encuentran cuatro tipos de lisiados, los que están postrados en una cama, los que quedaron caminando con muletas y bastones, los que tienen que usar un carrito donado por organizaciones estadounidenses y los que están afectados mentalmente.
Igualmente en lo relacionado a fallecimientos, están los que mueren y se pierden en la profundidad del océano, los que fallecen al salir a la superficie, los que mueren en la cámara hiperbárica y los que fallecen después de mucho tiempo de estar tirados en una cama.
La Asociación de Misquitos Hondureños de Buzos Lisiados (Amhbli) registra un total de 2,200 buzos lisiados en la pesca de langosta, pepinos y caracoles.
A esta cantidad hay que sumarle los afectados del año pasado que no han sido enlistados, sostuvo Capil Eulopio Fermin, presidente de esa organización. Eulopio quedó lisiado el 15 de agosto de 2001.
“En esos tiempos los equipos eran viejos, sucios, no los revisaban y esta situación no ha cambiado mucho. Toda esto que pasa con los buzos es responsabilidad del Estado, él es el que debe velar por los ciudadanos. Tiene más de cinco mil leyes y no las cumple”, criticó Eulopio.
Este buzo no solo ha tenido que soportar directamente, durante 12 años, los efectos de la enfermedad por descompresión, sino que también sufre por el desaparecimiento de su hijo Tilerio Eulopio Toledo, de 22 años de edad.
“El 13 de enero del año pasado se desapareció mi hijo en alta mar y no me reconocieron nada, él se fue en un barco de Ángel Marmol, dueño y capitán y nunca más regresó”, lamentó el dirigente.
Por ignorar a estos trabajadores del mar, por permitir que se les violenten sus derechos laborales, sus derechos humanos, la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos
está a punto de condenar al Estado luego que 48 demandantes, entre ellos buzos lisiados y familiares de buzos muertos, acudieran a esta instancia judicial internacional.