TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Los últimos hechos violentos en el estadio de Querétaro, México, así como los sucedidos en el Estadio Francisco Morazán, de Honduras, evidencian que la violencia en los espectáculos de fútbol ha terminado de cerrar el círculo de violencia que corroe al mundo entero.
El artista Ronald Morán ya había advertido que la violencia puede estar contenida en un jardín de flores, siguiendo al artista salvadoreño, también podemos decir que la agresión y el desconcierto pueden rodar en un balón de fútbol como rodaría la cabeza de un esclavo sobre la arena del coliseo romano.
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El mundo del fútbol se ha convertido en la metáfora perfecta de la violencia social; los enfrentamientos entre las barras de los equipos en contienda casi se han normalizado, son espectáculos dantescos que frente a la violencia que ejerce el crimen organizado se perciben como surrealistas, como lo sucedido en aquel partido del Olimpia contra el Motagua en el que un jugador del Olimpia se aprestaba a lanzar un tiro de esquina mientras un aficionado muerto yacía tirado muy cerca de sus pies; el jugador lanzó el balón al área sin inmutarse en absoluto y el narrador describió la jugada como si no estuviera sucediendo nada.
En el último juego de la final del Torneo Apertura 2021 entre Olimpia y España se armó una balacera a escasos metros del Estadio Morazán, hubo más de 12 heridos de bala y un muerto, solo se lavó la sangre y el “espectáculo” continuó.
El fenómeno de la violencia en el fútbol se ha tratado de estudiar desde diferentes ángulos, pero nadie se ha referido a un tema que viene acompañando a este deporte desde hace décadas o quizá desde que nació en el siglo XIX, me refiero al lenguaje bélico que acompaña al balompié pero que, sin lugar a dudas, ha incrementado su expansión en la era del mundo mediático.
Veamos algunas expresiones que ayudarán a develar la naturaleza de este lenguaje de violencia en el fútbol: “Tremendo bombazo soltó el Macho Figueroa”, “Pavón entró al área y fusiló al arquero Ovelar”, “En todo este primer tiempo el Vida ha bombardeado el arco rival”, “Motagua llega con toda su artillería hoy frente al Victoria”, “España y Marathón jugarán un partido a muerte”, “Cañonazo de Franklin Flores dobla las manos del arquero”, “Balazo estremece el pecho del arquero”, “ El Estadio Nacional será el gran campo de batalla donde se enfrentarán Olimpia y Motagua”, “El obús lanzado por el animal Meléndez le arrancó pintura al poste”.
Estas son algunas expresiones que evidencian ese lenguaje bélico, y me quedo corto, también he escuchado comentarios como los siguientes: “El Platense juega bien pero le hace falta un ‘Killer’”, con ello están diciendo que le hace falta un matador. A Carlos Pavón y a Wilmer Velásquez, en su momento, les llegaron a decir “asesinos del área”. A Kervin Arriaga, por su potente pegada, le dicen el “Misilito Arriaga”, a Eddy Hernández se le reconoce como “El bombardero del Aguán”. En los años setenta hubo un jugador al que se le conoció como “El aserradero Velásquez”, era tan violento para jugar que literalmente cortaba piernas con sus barridas.
Nuestro fútbol está marcado por balazos, cañonazos, misiles, bombardeos, campos de batalla, asesinos o matadores del área, en fin, hay todo un lenguaje de la violencia que la prensa deportiva ha instalado y quizá, sin darse cuenta, simplemente lo han hecho parte de la cultura del espectáculo.
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La filósofa norteamericana Judith Butler, al retomar la teoría de los actos de lenguaje de John L. Austin, insiste en que el lenguaje es “el acto y sus consecuencias”. Según John L. Austin, “decir es hacer”. Judith Butler matiza esta afirmación: si decimos que una palabra “hace” una cosa, no expresamos sólo que la palabra significa una cosa, sino que esa significación es también la realización de esa cosa: “El principio del acto performativo estriba en esa aparente coincidencia entre significar y actuar”. Según la investigadora norteamericana, la performatividad es un acto que se reitera (no se trata de un acto aislado), y es una interpelación social (no es una invención propia del individuo).Con lo anterior quiero señalar dos cosas: la primera es que no existe inocencia en el lenguaje, el lenguaje también puede generar violencia, el mayor acto de violencia de un ejército conquistador sobre un pueblo conquistado siempre fue arrancar su lenguaje como una forma de extirpar la identidad de ese pueblo. El lenguaje es “acción”, ha dicho Pierre Bourdieu, y como bien dice Butler, “trae consecuencias”.
La segunda cosa que quiero dejar en claro es que estamos hablando de un acto de “interpelación social”, por lo tanto, no estoy culpando a periodista alguno, lo concreto es que la violencia se ha filtrado en la cultura del espectáculo y el lenguaje así lo pone de manifiesto. La violencia es estructural, es ejercida desde el Estado, aun el crimen organizado nace de un acto de violencia ejercido por el Estado al no garantizar el bienestar social y la armonía para todos, en ese sentido, la prensa deportiva no es la culpable de la violencia en el fútbol, pero sí hace parte de un lenguaje bélico que la ha normalizado y, por tal razón, forma parte del aparato que la legitima por encima de su voluntad. Preguntémonos si la afición que escucha a diario ese lenguaje bélico no aloja en su “subconsciente colectivo” (para utilizar un categoría psicoanalítica de Jung) mensajes y acciones de violencia que más tarde terminan estimulando el desenfreno en los estadios.
En el lenguaje del fútbol hay constantes referencias a una cultura de guerra, a una lucha sin tregua que se mueve entre la victoria o la muerte, ya no se deja el alma en la cancha, se deja el pellejo, ya no se deja la última gota de sudor, se deja la sangre en el césped. Seguiré creyendo, como Maradona, que la pelota “nunca se mancha”.
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