TURLOK, ESTADOS UNIDOS.- En la plaza de toros, un elegante jinete se contornea hábilmente en su caballo mientras embiste a la bestia con cuernos. Se agacha y le clava un banderillazo en el lomo, pero a diferencia de las corridas portuguesas el animal no sangra.
Las banderillas tienen velcro en sus puntas en vez de lanzas, y se adhieren al cojín que los toros llevan en el lomo, una variación que mantiene viva la tradición ibérica en tierras californianas, donde las leyes prohíben herir a los animales.
Turlock, una pequeña ciudad en el corazón de la California rural, atrajo a inmigrantes portugueses a principios del siglo XX, quienes provenían principalmente del archipiélago de las Azores y reiniciaban su vida dedicándose a la actividad agrícola.
La comunidad fue creciendo en la costa oeste de Estados Unidos, siempre manteniendo sus raíces con periódicos, una radio, asociaciones y con expresiones culturales como la tauromaquia.
“La primera vez que vine a California, hace quince años, me sorprendí. Es increíble porque es como Portugal”, dijo a la AFP Joao Soller García, jinete profesional que vino desde Lisboa para la corrida.
“Tienen la escuadra, los toros, los caballos, el público. Todo es igual”, dijo García antes de entrar al ruedo donde lo aguardaban unos 4.000 espectadores.
“Si vas a una corrida de toros en Portugal, encontrarás lo mismo”.
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“Brigada suicida”
Nunes, Gomes, Martins, Oliveira. Los apellidos revelan en Turlock la herencia que unos 350,000 californianos reivindican con orgullo (casi 1% de la población estatal).
Apegados a su cultura y a su lengua, muchos pasan del inglés al portugués de forma automática. “Es natural para mí. Mucha gente aquí habla portugués en el día a día”, dice José, un hombre de 30 años que vino a la corrida con sus amigos.
Nacido en California, reconoce que a veces le es más fácil expresar sus sentimientos o bromear en inglés que en el idioma de sus antepasados.
En el estado de Turlock, donde se instala el ruedo que hace las veces de plaza de toros, la bandera portuguesa ondea junto a la estadounidense. Pero la fiesta arranca con “A Portuguesa”, dejando clara la importancia de la madre patria aquí, del otro lado del océano.
La práctica fue recuperada en esta ciudad de la región central de California por Antonio Mendes, expresidente de una asociación religiosa de Turlock.
“Somos portugueses y forma parte de nuestra forma de vivir, sobre todo en la isla [de Azores] de donde yo vengo”, dice el septuagenario que, a pesar de las décadas en suelo estadounidense, prefiere hablar en su lengua materna.
Criador de ganado, Mendes contribuyó para crear un linaje de toros para la corrida de toros en Turlock, considerando la variación en la práctica.
Como los toros en California no pueden ser heridos, no se debilitan tanto durante la corrida como en Portugal. Por eso necesitaban bestias igual de combativas pero menos pesadas.
“Aquí los toros pesan entre 400 y 450 kilos porque no van a sangrar. En Portugal, pesan unos 600 kilos”, explica George Martins, capitán de un equipo de “forcados”.
Los “forcados”, por lo general un grupo de ocho aficionados, entran en acción después del torero. Con su cuerpo y sus manos inmovilizan al toro simbolizando la muerte. A diferencia de la tauromaquia española, en la portuguesa nunca se mata al animal en la plaza.
A estos temerarios se les conoce como “la brigada suicida” por un buen motivo: para inmovilizar al animal se dejan embestir por él. Luego de aguantar un impresionante cabezazo en el estómago, uno de los “forcados” tiene que literalmente agarrar al toro por los cuernos con la ayuda de sus compañeros de equipo.
“Hace falta mucha técnica, no sólo fuerza”, explica Martins.
“No aprecian el arte”
Aficionado desde niño, Joao Soller Garcia dice disfrutar la práctica incluso con la variación californiana. Pero “comparado con Portugal, aquí es un poquito más peligroso porque el toro no está herido (...) Tiene toda su fuerza”, comenta.
Otras ciudades en California con pequeñas comunidades portuguesas también mantienen viva la tradición, aunque no todos ven con buen ojo la adaptación libre de sangre.
“Desgraciadamente es sólo una imitación, pero es lo mejor que podemos hacer”, dice Maxine Sousa-Correia, cuya familia cría ganado especialmente para las corridas californianas desde los años 1970. “No le estamos haciendo justicia al animal, porque para esto es que esta raza es”, se queja esta aficionada de la tauromaquia.
Su esposo, Frank Correia, es más explícito: “¡Está mal!”.
“Debería ser como en Portugal”, dice este hombre con mirada de vaquero. “Pero no podemos porque estamos en Estados Unidos y, ya sabes, ellos no aprecian el arte”.
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