Ha trabajado en un Mundial, una Eurocopa, Juegos Olímpicos y la Copa Confederaciones.
¿Quién es esta dirigente deportiva? Más bien es una súper voluntaria.
Mathilde Molla, una profesora de fotografía brasileña de 54 años, se enamoró del voluntariado deportivo cuando participó en su primer evento en la Copa Confederaciones de 2013 en su país natal. Al año siguiente volvió a desempeñarse como voluntaria en la Copa del Mundo, luego en los Juegos Sudamericanos de 2014 en Santiago, los Panamericanos de 2015 en Toronto, la Euro de 2016 en Francia y ahora está en Rusia para su segunda Copa Confederaciones.
“Primero que nada, amo el fútbol. Me encanta”, dijo Molla, quien es profesora en la Universidad Federal de Río de Janeiro. “El voluntariado también es una oportunidad para conocer otras culturas, otros pueblos, y es increíble poder compartir con gente de todo el mundo”.
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Molla dijo que conoció a dos voluntarias rusas en la Euro en París y se enamoró de su cultura. Ahora comparte habitación con una de ellas en el alojamiento suministrado a los voluntarios por el comité organizador local.
“Vine aquí primero que nada por el fútbol, y también para conocer el país y su cultura. Y estoy fascinada”, afirmó.
Molla habla portugués, español, inglés y francés, y ahora está aprendiendo ruso. Indicó que utiliza sus ahorros para viajar a los eventos, ya que los voluntarios usualmente no reciben pagos. En Rusia, ella y los otros voluntarios, usualmente estudiantes universitarios más jóvenes, reciben alojamiento en hotel si lo necesitan, además de todas las comidas.
Indicó que ha gastado alrededor de $1,500 en total en el viaje a Rusia, y su lógica es sencilla: “Si viniese como turista, de todas formas tendría que gastar dinero”.
Su meta es cambiar de carrera y dedicarse a la administración deportiva, y cree que este tipo de eventos es una buena oportunidad para conocer gente. Además, espera volver a Rusia el próximo año como voluntaria para su segundo Mundial.
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Y aunque pocos compararían la cultura brasileña con la rusa, Molla cree que son bastante similares.
“Al principio los rusos no sonríen, pueden ser un poco cerrados”, indicó. “Pero después que te conocen, son gente muy amable, y bromean y sonríen”.