TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Traficó cocaína durante cuatro años en las sórdidas calles de Tegucigalpa.
A diferencia de muchas que se involucraron en la ilegalidad por necesidad, lo hizo por consumo y por influencia de sus amistades.
Como cliente, su compra fue constante, lo que le permitió conocer, como una licenciatura en la universidad, la operatividad del tráfico de drogas gracias a la enseñanza del grupo criminal “El combo que no deja”, al que perteneció.
Fue allí, en pleno microtráfico, que cayó en poder de la justicia hondureña, justamente cuando esperaba que le entregaran un pequeño cargamento de cocaína.
Ya han pasado más de cuatro años desde que Leyla Vásquez (nombre ficticio) fue capturada por tráfico de drogas, el tiempo de su condena en el Centro Femenino de Adaptación Social (Cefas).
Pero sigue recluida, sin saber hasta cuándo. Pues en su segundo mes en Cefas, se le condenó por asociación ilícita, con un cargo de seis años más, pero no sabe si ya empezó a correr el tiempo por el segundo delito.
Dilcia, es de apariencia fuerte, pero emocionalmente sensible, como lo confirmó EL HERALDO Plus en su visita a Cefas, cuando sus lágrimas caían al suelo en el momento en el que hablaba de su vida en el bajo mundo.
Ella, que solo tiene 38 años, pero que la travesía en la vida la muestran como una mujer entrada de edad, es una de las 2,464 mujeres que ingresaron al sistema penitenciario hondureño (entre 2009 a 2021) por tráfico ilícito de drogas, el más hegemónico entre las reclusas.
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Delitos que las marcaron
La Unidad de Datos de EL HERALDO Plus analizó los principales delitos de las privadas de libertad en Honduras, a través de la solicitud de información SOL-133-2022 realizada al Instituto Nacional Penitenciario (INP).
Resulta que es el tráfico ilícito de drogas el mayor crimen por el que mujeres ingresaron a las cárceles de la nación, con 2,464 casos, registrados de 2009 a 2021.
El comportamiento anual de las mujeres encarceladas por ese delito ha sido creciente desde 2009, pero fue en 2016 cuando registró el primer repunte, con 238 ingresos, y el último gran cúmulo fue el año pasado, con 660.
El segundo delito entre las privadas de libertad está vinculado con el primero: la facilitación de medios para el tráfico ilícito de drogas, con 1,612 mujeres.
Según la terminología oficial, la facilitación de medios es cuando una persona ayuda a cometer el ilícito a otro individuo.
El repunte de ingresos por la facilitación de medios para el tráfico ilícito de drogas ocurrió en 2019, dos años después del tráfico ilícito. En ese año se contabilizaron 438 privadas de libertad en el sistema penitenciario.
Autoridades y analistas consultados por EL HERALDO Plus concuerdan que el narcotráfico es un mal endémico en Honduras auspiciado por la posición geográfica y por la falta de oportunidad para la población.
El tercer crimen, pero que muestra un crecimiento considerable desde hace pocos años atrás es la extorsión, que a partir de 2017 a 2021 tuvo un comportamiento constante en los ingresos de las reclusas.
Por extorsión, en números generales, 1,540 mujeres han ingresado a las distintas cárceles de Honduras en los últimos 13 años.
Y entre esas más de 1,500 reclusas por extorsión que registró el sistema penitenciario está Natali Alvarado, que tiene más de un año de estar presa en Cefas, junto a su mamá, encerrada también por el mismo delito.
Aunque ambas están a pocos metros de distancia no hablan mucho, tampoco se ven con frecuencia. A diferencia de Dilcia, quien se involucró al crimen por gusto, Natali lo hizo por necesidad, “para darle de comer a mis dos hijos”.
Pero Natali, una jovencita de 25 años, de labios carnosos y de piel blanca, como la mantequilla, tenía varios años de haberse retirado de la extorsión.
“Ya no extorsionaba. En mi tiempo, cuando era más joven lo hacía, pero lo dejé para dedicarme a mis hijos”, contó, notablemente arrepentida.
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En su análisis de los hechos, no fue capturada por su pasado penumbroso, fue porque la vincularon a su esposo, un expandillero de la 18, que pasó 10 años en la cárcel de Ilama, Santa Bárbara, al nororiente de Honduras.
“Mi esposo perteneció a la pandilla 18 y a mí me vincularon con la pandilla. De todos modos, como dicen que si uno está con una persona así lo incluyen en la estructura”, argumentó sobre su estadía en Cefas.
Resignada a no más que cumplir su sentencia y aprender todo lo que pueda, afrontará su porvenir con aplomo porque carga con el peso de la culpabilidad por haber involucrado, de manera directa, a su madre, que está recluida, e indirecta porque su padrastro también fue encarcelado por el mismo delito.
El encierro y la culpabilidad que golpeaban su mente como un martillo a un clavo propiciaron que Natali tuviera un Peniel, algo que, según ella, provocó que su esperanza no se centrara en su libertad, sino en Dios.
“Cristo Jesús es mi Dios. A Él le alabo y le sirvo y si tuve que venir para conocerlo, que bueno fue. Él tiene control de mis tiempos porque en él soy libre”, vociferó mientras las lágrimas caían al suelo de cemento del centro penal ubicado en Támara, a 20 kilómetro de Tegucigalpa.
Se limpió su rostro, dio un abrazo y se despidió para continuar la conversación que tenía con Dilcia, antes de que EL HERALDO Plus llegara al recinto de infraestructura similar al de una escuela pública.
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La misma condición
No importa si fue tráfico ilícito de drogas, extorsión, robo, homicidio o secuestro el delito que las llevó a la cárcel. Todas las reclusas tienen el mismo problema: falta de atención.
Consciente que está para aplicar la normativa, la directora de Cefas, Erika Rodríguez está dispuesta a escuchar a las privadas de libertad sin importar si pertenecen o no a una mara, la edad, el delito o la condición jurídica.
“Simplemente con escucharlas y entenderlas es una gran acción para ellas”, dijo la directora que asumió la dirección de Cefas hace más de un mes.
Y Dilcia lo confirmó: “Poder hablar con alguien o simplemente divagar la mente ayuda a no estar triste, a no caer en depresión porque estar encerrado es difícil”.
De hecho, un convenio entre el INP y el Instituto Nacional de Formación Profesional (Infop) ha permitido que las privadas de libertad puedan aprender oficios como la panadería, la costura y la elaboración de piñatas.
“Los talleres permiten que ellas tengan ocupada su mente, que se puedan distraer y, de paso, aprendan habilidades que no conocían para que cuando salgan libres sean mujeres útiles para la sociedad”, explicó Elsi Solís, supervisora de los talleres.
Pero más allá de la situación emocional de las reclusas, los delitos por las que fueron encarceladas o la mara que pertenezcan, las autoridades gubernamentales deben diseñar y ejecutar con precisión quirúrgica un plan para evitar que las mujeres terminen presas, condenando sus vidas a la esperanza.
Porque como dijo Karla Núñez a EL HERALDO Plus: “Somo los despojos de la sociedad”.
Pero qué se necesita: ¿una mejor educación?, ¿empleos?, ¿regular cómo los padres forman a sus hijos?, ¿penalizar la desintegración familiar cuando exista una causante?, ¿o es simplemente la dureza del corazón de las personas para hacer la voluntad de Dios?
Porque está claro que la solución no es construir más cárceles, aunque se necesiten para evitar el hacinamiento, sino atacar el problema desde el génesis.
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