TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Las lecciones de 1812, de los motines a la jura constitucional, dejaban claro que vientos de cambio resonaban, sumado a las noticias de los levantamientos en el norte y el sur de las fronteras del territorio de la Capitanía General de Guatemala, lo que ameritaba de parte de las autoridades mantener el control y de parte del clero asumir posiciones que se adaptaran las circunstancias.
Los miembros del clero ocuparían, en los últimos años de dominio español, un papel importante, como mediadores y electores, asumiendo en cada momento interpretaciones y acciones de liderazgo frente a la soberanía, donde la legitimidad era vital para mantener el orden, que junto a los cabildos se convirtieron en autoridad primaria. Partiendo de cómo asumir el papel político y administrativo, los clérigos trabajaban de manera articulada para mantener la posición corporativa tradicional de la iglesia y a su vez mostrarse abiertos y calculadores frente al nuevo contexto de “modernización”. En ese escenario de convulsión cerca de las fronteras de la Capitanía General y de malestar interno, el clero estaba pendiente, asumiendo el liderazgo mediador. Pese a la prudencia de la mayoría de sus miembros, algunos mostraron posiciones más abiertas a los nuevos vientos de cambio ideológico y político.
En la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa el mejor ejemplo del protagonismo de un clérigo - instigador frente a la autoridad capitalina de Comayagua antes de 1812, luego mediador político y líder del gobierno interino dispuesto a obedecer el absolutismo del retornado rey en 1814- es Juan Francisco Márquez, figura de alto nivel del clero provincial, que asumió un papel político que garantizaba el liderazgo de la iglesia frente a los cambios y los peligros de la extensión rebelde desde otros territorios de las colonias ultramarinas. Márquez murió el 12 de enero de 1815 y no logró ver la conclusión de un tiempo convulso e incierto, pero sí dejó huella en la posición de muchos otros clérigos, incluyendo en su familia el caso de Francisco Antonio Márquez en la etapa de 1821, quien en 1808 al regresar de Guatemala liberó a los esclavos domésticos de su casa en la provincia de Honduras.
Desde 1814, con el rey Fernando VII proclamando su soberanía, hasta los albores de 1821, el fidelismo parecía la posición más fuerte en la provincia de Honduras y en el resto de los territorios de la Capitanía General. Los ayuntamientos y todos los miembros de la esfera política y administrativa participaban en ceremonias de fidelidad pública. Acrisolar la lealtad mediante la cultura religiosa era imperativo para el monarca absolutista. El 15 de marzo de 1815 Fernando VII creó la “La Real Orden Americana Isabel la Católica”, de la que 10 ejemplares llegaron a Tegucigalpa y Comayagua en enero de 1816. En octubre de 1815 en los cabildos de la provincia se ordenó celebrar el triunfo de las tropas de rey: “se ordena a los vecinos que para el sábado 16 y domingo 17 de octubre se iluminen las casas y calles para celebrar la victoria de las armas españolas sobre el apostata Morelos y demás sediciosos que han sido prisioneros. Para el cumplimiento celarán miembros de los barrios”.
Ante la represión que evitaba la opinión publica en los espacios de socialización, e incluso en pláticas privadas, las posturas eran las de expresar y exhibir la fidelidad al monarca Fernando VII y a las autoridades capitalinas. En la provincia de Honduras muchas denuncias se efectuaban contra vecinos que se atrevían a cuestionar la legitimidad del poder establecido. Por ejemplo, un hombre llamado José Gabriel Vela, en Comayagua fue denunciado, y el acusador relató lo siguiente:
“mi lealtad y patriotismo, amor a nuestra sagrada religión, a nuestro soberano Augusto Fernando VII y a nuestra nación española, son los que me estimulan valerosamente a denunciar, delatar y poner acusación por medio de escrito contra don José Gabriel Vela, natural y vecino de esta villa, por las expresiones que profirió contra nuestro soberano y sin gobiernos, permítame V.S. exponerlas y son: que el héroe talentoso e ingenioso Bonaparte será memorable y laudable sobre todas las historias de las testas coronadas…”.
Los clérigos no solo eran mediadores y rectores de la ritualidad festiva, también asumían el papel de educadores, ampliando su papel en la cultura política de la época. En 1819 el convento de San Francisco de San Diego de Tegucigalpa hace gestiones ante el prelado superior para establecer una cátedra de gramática. Cabe destacar que en el contexto de la independencia en la provincia de Honduras no había universidad, solo la capital Comayagua tenía un colegio bien estructurado, mientras que en Tegucigalpa las clases privadas eran la forma de educar a los hijos de las élites locales.
En los imaginarios colectivos de la época, en los distintos grupos sociales, el clero representaba un vínculo con la fe y un consejero importante en sus demandas sociales. Durante las dos primeras décadas del siglo XIX diversos fenómenos naturales y sociales agudizaron el descontento de los sectores subalternos, y las elites también pujaban por mantener autonomía. Por ello, en la ritualidad y “rogaciones públicas” los clérigos asumían un papel vital. Un ejemplo fue cuando las plagas de langosta azotaron las jurisdicciones de la Capitanía General, varios ayuntamientos solicitaban “socorro divino”, como lo hacía el cabildo de Tegucigalpa:
“…mando para que llegada la noticia de todo este superior derecho circular, se publique en el ofertorio de la misa mayor del día festivo de mañana, señalándose para que comience el novenario de preceder el domingo próximo, en el cual antes de la misa se hará procesión alrededor de la plaza y el domingo siguiente en la tarde por toda la estación, en las que saldrán las imágenes de María Santísima de Dolores, y la del señor San Miguel y los dos patriarcas de estos conventos con la venia de sus prelados”.
Es insoslayable el papel de los clérigos en una década convulsiva y llena de incertidumbre, lo viejo y lo nuevo se conjugaban para asumir el reto de afrontar estratégicamente los vaivenes políticos. Mantener el liderazgo social y las tradiciones donde recibían amplios beneficios, así lo dejaban por sentado en la proclamación y jura de la independencia de 1821.