DANLÍ, EL PARAÍSO.- Entrar al sendero de la Finca Santa Emilia es dejarse llevar por el espíritu aventurero y permitirse las caricias de la naturaleza en todo su esplendor.
Adrenalina pura
Para cerrar con broche de oro esta serie turística de Danlí, nada mejor que explorar un paseo de diversión extrema en esta finca ubicada en el corazón del montañoso Apaguiz, lugar ideal para sumergirse en una jornada llena de tropiezos, deslizadas y uno que otro resbalón para activar la adrenalina del momento.
Y es que para disfrutar de los placeres que ofrece la madre naturaleza, no es necesario aislarse de la bella Ciudad de las Colinas, ya que a tan solo siete kilómetros, este destino turístico tiene un menú de diversas actividades al aire libre para disfrutar en familia o con amigos.
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La oferta de entretenimiento es a la carta y usted puede elegir entre apreciar el avistamiento de aves exóticas, el reto de bajar los senderos sujetando la cuerda o simplemente llegar a los manantiales de aguas cristalinas que se desprenden en cascadas desde de las rocas para darse un merecido chapuzón al llegar a la primera estación del destino.
¿Y cómo recorrer el sendero?
Para cumplir con la ruta puede optar por paseos guiados con uno de los encargados del centro turístico o bien aceptar la compañía de Capitán y Colita, dos canes que viven en la zona y que perfectamente conocen los senderos y cada rincón de esta aventura, así como cada atajo para dar pasos firmes en el bosque.
Entre frondosos árboles y caminos en los que predominan el bambú y otras especies de flora local, estos senderos nunca están solos, pues durante el trayecto el visitante puede escuchar la interacción de los monos aulladores que de árbol en árbol se pasean por la zona.
Mientras retoma fuerzas para continuar la caminata -que dura aproximadamente entre 45 minutos y una hora-, el turista puede disfrutar de un rico chapuzón en las pozas naturales y dejarse consentir por las aguas cristalinas y puras que descienden de las rocas para seducir a los visitantes.
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Es una aventura diferente y para algunos hasta arriesgada, ya que el caminante también puede encontrarse con una que otra especie de serpiente o cualquier animal de la fauna local.
Todo el entorno constituye una reserva con 362 hectáreas y una elevación de 1,200 metros sobre el nivel del mar, con un atrayente diseño rural que conquista a primera vista. Ingresar al lugar tiene un valor de 70.00 lempiras por persona.
Pero la encantadora experiencia no termina aquí, el atardecer es un buen momento para retomar el camino de regreso e irse al mirador, donde es posible captar las mejores fotos panorámicas y paisajes con cielos despejados.
La inmensidad de este bosque permite arropar a sus turistas con campamentos para quienes desean pasar una placentera velada al aire libre con la luna y las estrellas como testigos silenciosos, acompañados de un buen plato típico que sin duda es el manjar más añorado en el campo.
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