TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En toda creación, llámese literaria, plástica, musical, etc., hay obras relevantes e irrelevantes. Trabajos que marcan tiempos, estilos, rupturas, y otros que caen en el olvido que solo la historia le otorga a lo que está destinado al reconocimiento efímero.
Honduras, si de literatura hablamos, tiene lo propio. Obras que han trascendido y que son referentes para entender ese transitar de las letras.
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Molina...
Aquí hablaremos de libros, pero para que un libro exista debe haber un autor, y Honduras tiene, para iniciar este compendio de letras, al poeta gemelo de Rubén Darío, con una fuerza lírica que nadie ha tenido en esta nación, como lo señalaba el Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, y que dejó como herencia para la literatura hondureña y los lectores un libro importantísimo: “Tierras, mares y cielos”.
Pero la muerte, la única capaz de silenciar las palabras, no permitió que este país descubriera toda la capacidad que Juan Ramón Molina tenía para ponernos en un contexto universal.
Y aprovechamos el marco que nos da este sábado el Día del Idioma Español y el Día Internacional del Libro para hablar de esta y otras obras.
Y partimos con este poemario de Molina compilado por Froylán Turcios, que en palabras del poeta Marco Antonio Madrid encabeza su propuesta literaria histórica “porque es la figura más conspicua del Modernismo hondureño, un movimiento literario que nació en Centroamérica y se expandió por todo el mundo”.
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Mientras que para el también poeta Salvador Madrid esta obra es “un retablo del modernismo criollo”. Este libro de Molina, que también fue elegido por el escritor Giovanni Rodríguez, recoge una producción poética, mayoritariamente romántica, hasta culminar con las mejores expresiones de la poesía modernista hondureña.
Roberto Castillo aparece en este recopilatorio con tres obras: “El corneta”, “La guerra mortal de los sentidos” y “Subida al cielo y otros cuentos”, los dos primeros son parte del listado de Rodríguez, y el último de Marco Madrid.
Para Rodríguez, Castillo es de los autores que aportaron novedad a la narrativa hondureña, “casi siempre signada por los afanes costumbristas, románticos o del realismo social”, y agrega que hay en él una verdadera apuesta por la literatura como arte, “libre de las ataduras domésticas tradicionales de los narradores hondureños”.
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Salvador Madrid propone igualmente “El arca” de Óscar Acosta, “fundacional de la microficción”. “El cuento de la guerra” y “Fotografía del peñasco”, de Eduardo Bähr, “por la osadía técnica y experimentación”; “Jonás”, de Ediberto Cardona Bulnes, “por la fundación de una poética pura y conceptual”; “Creciendo con la hierba”, de Clementina Suárez, “por su intimismo creativo”; “Mitad de mi silencio” y “El agua de la víspera”, de Antonio José Rivas, “por su barroquismo peculiar y sus vínculos surrealistas”.
Madrid finaliza con “Obra y gracia”, de Rigoberto Paredes y “El futuro que no fuimos”, de Leonel Alvarado.Marco Antonio Madrid propone como libros importantes “Un mundo para todos dividido”y “Los pobres”, de Roberto Sosa, porque “son libros de cabecera en los movimientos de Vanguardia en Latinoamérica”. “Prisión verde”, de Ramón Amaya Amador, “que además de ser un libro de denuncia que se inscribe dentro de la temática social, es una novela que se aleja del panfleto y la proclama.
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Un ejemplo de cómo debe tratarse en literatura (sutileza) temas de la realidad nacional. Denuncia social sin olvidar el arte”, y “El árbol de los pañuelos”, de Julio Escoto.
Cerramos esta propuesta con Giovanni Rodríguez, que eligió a “Angelina”, de Carlos F. Gutiérrez; “Blanca Olmedo”, de Lucila Gamero; “El vampiro”, de Froylán Turcios; “Tierras de pan llevar”, de Rafael Heliodoro Valle; “Sombra”, de Arturo Martínez Galindo; Poesía completa”, de Clementina Suárez; “La memoria posible”, de José Luis Quesada; “Las órdenes superiores”, de José González; “Fuego lento”, de Rigoberto Paredes; “El corneta”, de Roberto Castillo y “Una función con móbiles y tentetiesos”, de Marcos Carías.
Sobre sus elecciones, Rodríguez señala que “creo que esos libros son importantes porque representan momentos específicos en la línea del tiempo de nuestra literatura en los que esta se vio ‘alterada’, ya sea por lo que a nivel formal o estilístico propuso cada uno, como por la recepción y el impacto que han tenido en los lectores de varias generaciones”.
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